En su libro Desde el fondo del mar María Carolina Hoyos comparte algunas de las experiencias que le ayudaron a superar la pérdida de su madre, la periodista Diana Turbay, una de las primeras víctimas de la ola de secuestros de Pablo Escobar en los años noventa.
Por: Adrián Atehortúa
Fotos: archivo particular
“Mamá me decía que si uno odia a alguien es uno el que se destruye”, expresaba María Carolina Hoyos Turbay en una nota del diario El Tiempo del 27 de enero de 1991, un día después del entierro de su madre.
A pesar de ese consejo de vida, fueron casi veintisiete años, un poco más o un poco menos, en los que María Carolina no volvió a sonreír. Todo empezó el 25 de enero de 1991, cuando tenía 18 recién cumplidos y llegó hasta el hospital en Medellín donde se encontraba su madre, Diana Turbay, a quien no había visto en los últimos cinco meses porque estaba secuestrada por Pablo Escobar y sus hombres. Había sido alcanzada por el fuego cruzado durante el operativo militar que se ordenó para su rescate, en el gobierno del entonces presidente César Gaviria. Cuando María Carolina por fin llegó a su encuentro, su madre ya había muerto. Fue entonces que ante su cadáver prometió no volver a sonreír.
Vendrían meses, años, décadas de intensa angustia, dolor, remordimiento. Eso narra, en parte, en Desde el fondo del mar (Aguilar, 2019). Pero también, y sobre todo, narra todo lo que hizo, buscó, aprendió para superar la pérdida que marcó a toda una generación de colombianos. Su pérdida.
“Sentía que no tenía nada positivo en mi vida. Me habían matado a la persona que más había amado en mi vida, entonces, no sentía que tuviera más motivos para sonreír. No entendía esos dolores, no entendía por qué me había pasado eso a mí. Ahora, mi historia, la historia de este libro, es la historia de cómo incumplirle esa promesa a la persona que más quieres en la vida, porque he reído una y mil veces”, dice María Carolina Hoyos, ya una mujer, periodista, exviceministra de las TIC, madre de dos, actual directora de la Fundación Solidaridad por Colombia. De todo lo que ha logrado en su vida, la sanación de la muerte de su madre es una de las cosas que más tiempo le ha tomado.
El crimen fue una de las infamias del narcotráfico que los medios en Colombia siguieron día a día y conmocionó al país durante largos cinco meses. Diana Turbay era entonces una de las caras más conocidas en el periodismo nacional. Hija del expresidente de la República Julio César Turbay Ayala, directora del Noticiero Criptón y de la revista Hoy por Hoy, emprendió una larga travesía bajo una estricta confidencialidad en busca de una nota exclusiva con el cura Manuel Pérez, comandante del ELN, porque el conflicto y la paz en el país era uno de los temas que le obsesionaba, así como encontrar la posibilidad de propiciar unos diálogos de paz para el país. Fue así como la contactaron para el encuentro por el supuesto interés del dirigente guerrillero.
Diana Turbay aceptó. Partió de Bogotá con cuatro miembros de su equipo a las cinco de la tarde del 30 de agosto de 1990, en una camioneta conducida por supuestos miembros del ELN enviados por el directorio de la organización. Su travesía les tomó más de dos días en carro, caballo y a pie hasta terminar en una casa rural en tierras ya muy lejanas que, se darían cuenta, eran del municipio de Copacabana, en Antioquia. Tras varios días de confusión y evasivas, a Diana Turbay se le notificó la verdad: no habría ninguna entrevista exclusiva. Aquella era una trampa de Pablo Escobar y sus hombres que por entonces comenzaban una ola sistemática de secuestros a periodistas y personajes de la vida pública del país para presionar al Estado, entre otras cosas, a desistir de los tratados de extradición con Estados Unidos.
Cuando se supo del secuestro de su madre, María Carolina Hoyos ya llevaba dos meses de completa zozobra: había hecho a un lado el estudio, las visitas al médico, los encuentros con amigos… su única preocupación era el regreso de su madre. Escribió un diario para entregárselo cuando volviera a la libertad y lo mismo hacía Diana Turbay en cautiverio.
“Mi mamá me enseñó siempre a través del ejemplo. Tenía sus cosas de mamá: era estricta, regañona… pero nunca fue una mujer de retahílas. Era una mujer apasionada, linda, amorosa, con una capacidad espectacular de convocar. Yo sé que uno dice eso de todos los muertos, pero ella fue una mujer espectacular. Fue amorosa conmigo, escribíamos diarios juntas. Durante su secuestro, me pasaba las madrugadas haciendo listas de las cosas que haríamos cuando la liberaran”.
Tres meses más tarde, recuerda, estaba en un restaurante en Bogotá cuando oyó la noticia del rescate con informaciones muy confusas. Se fue al aeropuerto, tomó el siguiente vuelo a Medellín y así empezó a conocer el desenlace desafortunado ante la mirada de todo el país.
“Mi infancia fue una infancia muy distinta a la de cualquiera: crecer en un palacio, un abuelo presidente, ver que en el comedor de mi casa se hablara de cómo se iban a resolver los problemas del país… vivía y conocía cosas que otros no podían. Era como la niña que muchos hubieran querido ser. Después de que Pablo Escobar secuestra a mi mamá, y luego la matan, nadie quería parecerse a mí. Lo único que yo inspiraba era lástima. A mí me tocó enterrar a mi mamá delante de toda la prensa. No quiere decir que sea algo malo, pero me tocó así. Mi dolor fue público y expuesto, para bien y para mal”.
Las respuestas para su sanación las encontraría poco a poco gracias al buceo. Aunque ya lo practicaba desde los 14 años, cortesía de los cuidados de su padre durante unas vacaciones en las que quería alejarla de cualquier vicio de la adolescencia, María Carolina comenzó a sumergirse en el mar hasta encontrar ahí su mayor pasión en la vida. Con el tiempo, y después de la pérdida de su madre, vio en ese deporte lo que necesitaba para llegar a la tranquilidad que tanto tiempo le tomó recobrar. El traje que aun usa se lo dio su madre.
“Desde la primera vez que yo bajé y estuve ahí me enamoré de eso, fue una conexión inmediata. El buceo siempre tuvo una especie de connotación terapéutica, por así decirlo. Con el tiempo me fui dando cuenta que muchas cosas del buceo son como la vida. El buceo es como la vida, y de eso hablo en el libro. Son las lecciones que he aprendido”.
La suya ha sido una práctica que le ha llevado a construir, inmersión tras inmersión, un método propio para sanarse y eso es lo que quiere compartir con el público: no solo un homenaje a la memoria de su madre, sino unas palabras de encuentro con todos los que de una y otra manera han sentido, sabido, vivido, lo que ella.
“Solo espero que esto sirva para que no haya más violencia. Yo no culpo a nadie. El juicio solo lo puede hacer Dios. Que los que cometieron errores se arrepientan, todavía no es tarde. Yo no juzgo ni odio. Mamá me decía que si uno odia a alguien es uno mismo el que se destruye”, decía María Carolina Hoyos en 1991, después de enterrar a su madre. Hoy, su libro, es un ejemplo de esa enseñanza.