Fecha a fecha, María Elvira Samper revisó uno de los años más complejos de la historia de Colombia para escribir su más reciente libro: 1989. A treinta años de distancia, la periodista, que ha abordado de cerca la compleja realidad del país, hace un minucioso análisis de aquellos días caóticos en los que pasó de todo y no se entendía nada.
Por: Adrián Atehortúa
Fueron días intensos. En el mundo no se hablaba de otra cosa que no obedeciera a una Guerra Fría tardía que parecía no terminar, y en ese ajedrez en el que todos los eventos desafortunados del planeta se conectaban y causaban daños colaterales e inesperados, Colombia tenía sus propios dramas. Parecía ajena y abandonada de todo lo demás. Como si sus dramas no tuvieran orígenes ni remedios claros, cercanos, conocidos. Una semana normal en el país consistía, sin gran esmero, en noticias con y sin antecedentes de atentados, bombas, carros bombas, amenazas, asesinatos, secuestros, intentos de secuestro, cambios legislativos, modificaciones de ley, campañas electorales, tomas guerrilleras, narcotráfico, carteles, guerras entre carteles o algo llamado paramilitarismo, que nadie entendía. Frente a todo eso, los problemas de siempre, como la corrupción o el abandono estatal pasaban a segundo plano.
María Elvira Samper —licenciada en Filosofía y Letras, que diez años atrás dejó lo que estudió para dedicarse al periodismo— ya estaba al frente de la redacción de la revista Semana en uno de sus momentos más agitados. Ella, vio de primera mano y con las fuentes directamente implicadas cada una de esas tormentas.
Ahora, con la claridad que da más de treinta años de ir entendiendo en la marcha, se tomó un momento en su carrera periodística, aún vigente, para repasar esas jornadas desgastantes de un país al borde.
¿Por qué decidió repasar esos días? ¿Por qué específicamente 1989?
Creo que hay un interés de las personas en conocer sobre nuestra historia: qué nos ha pasado, por qué somos como somos, qué pasa con la violencia y por qué tenemos ciclos tan largos de violencia. Hoy en día, una de las fallas del periodismo es que los periodistas no conocen nuestra propia historia, no la leen. Todo eso hace que el periodismo se quede muy en la superficie, con poco contexto, y parece que muchos de los fenómenos que hay acaban de aparecer, cuando en realidad tienen explicación en el pasado. Ese interés es muy bueno y estos libros responden a muchos de los interrogantes que la gente tiene sobre lo que nos está pasando, sobre todo entre las nuevas generaciones a las que les tocó episodios como los acuerdos de paz, sin haber vivido o conocido lo que a las viejas generaciones nos tocó vivir.
Aunque ha surgido ese interés entre el público, y sin querer caer en un estereotipo, ¿No siente que también hay una fuerte indiferencia de las nuevas generaciones sobre esos acontecimientos? Es decir, es muy común encontrar gente entre los 25 y los 30 años que no sabe quién fue Luis Carlos Galán, por ejemplo…
Correcto. Y no solo no saben. Hay como un exceso de ‘sálvese quien pueda’, como un marcado individualismo. El país es básicamente urbano y las ciudades no vivieron el conflicto armado sino hasta la arremetida del narcotráfico en los ochenta y los noventa y cuando ya se tuvo amenazas de que la guerrilla estaba acá, en el Sumapaz, solo ahí la gente se sacudió a hacer algo porque la amenaza del conflicto les estaba respirando en la nuca. Entonces, lo que pasa hoy en día es un poco similar y en eso tiene usted razón: Colombia es un país muy poco empático. Lo que importa hoy en día es que a la gente no le roben el celular, que no le hagan cosquilleo en Transmilenio, que no los atraquen en la calle… Pero hay una indiferencia sobre lo que pasa en las regiones donde el conflicto dejó heridas muy hondas, donde la dejación de armas de las FARC trajo nuevas condiciones y la demora del Estado para copar esos lugares ha creado nuevas luchas.
Hoy la realidad del país es compleja, pero al menos se tiene el bagaje de lo que ya ha pasado ¿cómo era en aquella época en la que todo pasaba y no había ni siquiera instituciones, mecanismos o antecedentes para enfrentar, para entender…?
Eso le digo. Si es complejo ahora, con unas instituciones más fuertes, con una justicia que, con todo y sus imperfecciones, de todas maneras lleva a gente a la cárcel; con un conocimiento mayor de todo lo que nos pasa, con una Constitución y unos instrumentos del Código Penal que permiten actuar, calcule qué pasaba en 1989. Primero, no había un conocimiento suficiente, no se dimensionó el fenómeno en toda su magnitud. Por ejemplo, en una entrevista que le hice a César Gaviria, que era ministro de Gobierno, le pregunté: “usted denunció en el 87, si no estoy mal, 140 y pico de grupos paramilitares”, y él respondió: “es que en ese momento pensamos que eran grupos dispersos, aquí y allá. Mucho tiempo después vine a darme cuenta de que había todo un proyecto orquestado por ‘El Mexicano’ que tenía su origen y su núcleo en el Magdalena Medio”. Y si eso lo decía el que estaba en el poder, calcule entonces.
Otra cosa: hoy en día hay aparatos de inteligencia más especializados, hay una Fiscalía, con todo y sus defectos. Antes no había Fiscalía. Había una inscripción criminal que, como lo dijo el general Naranjo en una entrevista, funcionaba debajo de las escaleras de un edificio sin ninguna importancia, además, con cero comunicaciones con el Ejército porque el mismo Ejército consideraba que estaba politizado y que era de izquierda, y se rechazaba todo lo que oliera a izquierda.
El Ejército era dios y ley en las regiones, muy poderoso y con mucha corrupción, con unidades completamente al servicio del paramilitarismo, con una ley que solo deroga y prohíbe los grupos paramilitares a mediados del 89, que gobierna con Estado de sitio, y como no había redes sociales ni nada, entonces nada se denunciaba. Entonces, las instituciones o eran débiles, o estaban intimidadas, o eran débiles, intimidadas y corrompidas.
Uno siente que hay días en los que el país no va a pasar de mañana ¿era así el clima que normalmente se vivía en la Colombia de 1989?
Sí. Yo creo que veíamos un Estado desbordado, con muchos frentes de guerra. Hay una anécdota de Gaviria en la que cuenta que un día vuelan un puente en el Urabá y cuando van, la gente era como si no pasara nada, como si fuera parte del paisaje, porque era una voladura más y no había sino dos Hércules y no se sabía en qué utilizarlos: si para reconstruir el puente, o para llevar alimentos, o para llevar tropa… o sea, eran tan precarios los recursos, tan insuficiente la información, tan débiles las instituciones, que tener el control en algunas regiones era muy difícil. El gobierno de Barco tenía que recuperar para lo civil ese control del orden público y lo poco que se controlaba lo controlaban los militares que básicamente hacían lo que se les daba la gana, y eran los que habían torpedeado el proceso de paz de Betancur… solo le quedaba dialogar con la guerrilla, pero el Ejército era tan poderoso que se negaba a toda costa a dialogar.
Por todo lo que cuenta y todo lo que uno ve en la historia de Colombia, tanto en el 89 como ahora, los problemas radican también en que los representantes del país son personas muy desconectadas de la realidad del país…
¿Y cuándo la representación política del país no ha estado desconectada de la realidad? Solo les importa sus propias realidades…
A lo que voy es que cuando uno ve lo que usted cuenta, así como otros títulos que tratan de la misma época, desde las crónicas de Alma Guillermoprieto hasta Noticia de un secuestro de García Márquez, es inevitable notar que los protagonistas de esas historias tienen los mismos apellidos de los protagonistas de la actualidad: Gaviria, Galán, Samper, Villamizar, Betancur, Pastrana, Santos… ¿La nuestra es una historia de ‘los mismos con las mismas’?
Pues no solamente eso. Hoy estamos viendo una echada de pa’ atrás: otra vez volvemos al glifosato, otra vez volvemos a querer fumigar, que estamos ahogados de coca… estamos volviendo a una vieja política que ya nos ha demostrado que es infructuosa, que se come un jurgo de recursos y que nos devuelve a lo mismo. De entonces a hoy hay millones de estudios que demuestran que, si bien es cierto que en el corto plazo usted logra resultados, en el largo plazo volvemos a las mismas. Que si usted usa glifosato se produce un treinta por ciento de resiembra, pero que si usted erradica manualmente y hay restitución, la resiembra es casi del cero por ciento. Pero como hay que mostrar resultados y tenemos a los gringos encima, y tenemos a Trump diciendo que este buen muchacho no ha dado resultados, entonces, repetimos lo mismo.
Con todo esto, haciendo un paralelo entre 1989 y 2019 ¿estamos mejor, estamos peor…?
No estamos iguales, no estamos peor, pero no estamos bien.
Dividámoslo por temas. Para empezar: ¿Cómo estamos con respecto al abandono estatal?
Seguimos en las mismas. Seguimos teniendo más territorio que Estado, entre otras razones porque el monopolio de la fuerza no la tiene el Estado y porque, precisamente por el narcotráfico, hay una multiplicidad de actores a los cuales hay que hacerles frente.
Ya no tenemos dos carteles, pero tenemos ‘bacrim’. Ya a la extradición no le tienen miedo. Los gringos siguen presionando para que les extraditemos a Santrich, pero ellos no nos extraditan a Arias, por ejemplo. Insistimos en la fumigación, a pesar de que cada día hay más evidencias de lo nocivo que es el glifosato. Y seguimos tratando de encontrarle remedios locales a problemas globales. Sale Duque a decir: “nos comprometemos a erradicar el narcotráfico”. En serio, no nos podemos comprometer a eso. Cero drogas no habrá nunca en la vida.
Líderes sociales…
En los ochenta esos liderazgos estaban ubicados básicamente en lo que llamamos izquierda, como, por ejemplo, la UP. Y en aquella época había un fuerte ataque a cualquier cosa que sonara a izquierda. Yo creo que hoy en día esos liderazgos no existen solo por parte de la izquierda o por ser de izquierda, y no se atacan por ser de izquierda, aunque en algún momento podrían ser liderazgos progresistas. Aquí están matando porque se es ambientalista, porque se es defensor de derechos humanos, porque se está en un proceso de restitución de tierras, porque se defiende a las víctimas… hay una cadena cuyos eslabones no han acabado de romperse, que es esa cosa de la violencia que consiste en que el que no me gusta o afecta mis intereses, entonces hay que eliminarlo.
Ahora que lo menciona: violencia…
La violencia sigue siendo el mecanismo prevalente para dirimir conflictos. Obviamente en las regiones en las que hay actores ilegales la violencia es mucho mayor. Creo que a pesar de todos los horrores de cosas, como por ejemplo los falsos positivos durante el gobierno de Uribe, el ejército está más profesionalizado, sin que esto quiera decir que todo el mundo es un angelito, porque hay que ver qué pasa cada vez que el Esmad intercede en algo. O, por ejemplo, si uno oye las declaraciones de Uribe diciendo que si hay una masacre se justifica porque en el otro lado hay terrorismo, eso pasa porque en el fondo hay una mentalidad justificadora de la violencia en los colombianos que es muy impresionante. Parece que aquí la vida no vale nada. Cualquier cosa vale con tal de hacer prevalecer los intereses particulares de algunos y la violencia es el mecanismo privilegiado en Colombia para resolver los conflictos. Creo que es un hilo conductor que aún no hemos roto.
La crisis institucional…
Yo creo que acá hay un problema muy grave que es la crisis de confianza en las instituciones. Por ejemplo, no se cree en los partidos (y no hay por qué creerles), y todas las demás instituciones: el Ejército, la Policía, etcétera. Hoy en día, además, la justicia está tan desprestigiada como los partidos. Esa falta de confianza en las instituciones es muy grave para un país. Y hoy es más grave porque si en el 89 hablamos de que las instituciones eran precarias, débiles y sin recursos; hoy en día es peor porque son instituciones más fuertes, menos precarias y con más recursos, mucho más especializadas y, sin embargo, son tantos los escándalos… ¿Qué credibilidad puede tener la Fiscalía cuando su cabeza está cuestionada? ¿O cómo se puede confiar en el Congreso si ‘Mancuso’ sale a decir que tienen el 30 por ciento del Congreso penetrado? La desconfianza es generalizada y no es gratis.
La oposición…
No hemos logrado romper la mirada binaria de amigos – enemigos. Antes eran comunistas y no comunistas. Ahora nos llamamos mamertos y paracos. Antes había que construir un enemigo, ya fueran las FARC, ya fueran los carteles. Ahora, al que cree que hay que negociar o dialogar se le acusa de aliado del terrorismo. Y al que está en desacuerdo con el proceso de paz se le acusa de paraco. Falta construir un país donde podamos respetar la diferencia. Aquí no nos consideramos contradictores, nos consideramos enemigos. La realidad se podría ver en matices de gris y acá solo tendemos a verla en blanco y en negro. Si seguimos en una polarización así, y además alentados por los líderes de cada posición, nos vamos a reventar. Por ejemplo, el odio creado entre Santos y Uribe nos reventó: la inclemencia de los uribistas contra Santos no tiene nombre ni antecedentes en la historia del país. Tal vez los de Laureano Gómez contra los liberales, momento en el cual la Iglesia decía que no era pecado matar liberales.
Líderes políticos…
Sin duda ahora hay muchas más voces. No necesariamente las estamos oyendo, pero hay muchas más voces. Hay que ver que el bipartidismo desapareció y ahora liberales y conservadores son un ripio a comparación de lo que fueron. La gente cree que podemos vivir sin partidos y, aunque no es así, los partidos han sido víctimas de su propio invento por todas las cosas que han hecho. Y a pesar de que el Congreso está muy desprestigiado, sin duda vemos un Congreso mucho más heterogéneo, y eso hace que haya agendas distintas: la agenda ambiental, por ejemplo, se impuso. Eso antes ni existía.
La ciudadanía…
La gente vive fanatizada, sobre todo ahora con las redes sociales. Si bien ahora tenemos toda la información posible, y sin duda la gente pude estar más y mejor informada, también es cierto que en todo ese universo de información, las redes nos permiten elegir solo lo que queremos ver, lo que se parece a cada uno de nosotros, entonces, hay una falta de empatía total: hay una enorme incapacidad de ponerse en los zapatos del otro. A pesar de que podemos tener muchas más fuentes de información, es como si a la gente no le importara porque ya tomaron partido. Es como si fuéramos todos fundamentalistas: los que no piensan como yo, no valen.
Pero también las nuevas generaciones están reclamando: la gente reclama sus derechos, hacen consultas populares, dicen si quieren o no quieren cosas como la minería, si quieren o no quieren fracking; la tutela se nos convirtió en un instrumento por excelencia porque la gente, frente a la lentitud y las barreras de la justicia, encontró una forma eficaz de que le hagan justicia. Aunque odio la palabra, creo que hoy en día hay un mayor empoderamiento de la ciudadanía para reclamar sus derechos. No sé si hay más conciencia política, porque si así fuera, con cada asesinato de un líder social, por ejemplo, habría movilizaciones, y escasamente se movilizan los que están a su alrededor. Pero sin duda sí hay más consciencia de los derechos. Y más mecanismos para reclamarlos.
Con base en todo lo anterior, ¿Cree que es posible que ese “antes y después” que usted acaba de analizar pueda entenderse o transmitirse de la generación que vivió el 89 y aún vive a las generaciones nuevas que no lo vivieron?
No sé. No lo entiendo. Es como si a veces no aprendiéramos las lecciones. A mí a veces me sorprende. Seguimos siendo un país muy conservador, muy refractario a los cambios. Por ejemplo, yo que empecé de lleno en el periodismo cuando se dio el proceso de paz de Betancur, me sorprende la incapacidad del país para reconocer el valor de algo como lograr que las FARC hayan entregado las armas. No entiendo. Nadie que no haya vivido esos procesos entiende cómo podemos llegar a pensar que esto no es un paso importantísimo de nuestra historia. Y seguimos torpedeándolo. Y lo peor es que siguen torpedeándolo personas que vivieron esas épocas. A mí a veces me da susto: es como si no viéramos esto claro.
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