Más de diez años de trabajos artísticos de Érika Diettes sobre la memoria y el duelo de víctimas del conflicto en Colombia han sido recopilados en Memento Mori. A propósito de esta publicación, hablamos con la artista sobre su obra y trayectoria que le da la vuelta al mundo.

Por: Adrián Atehortúa
Foto: archivo particular de Érika Diettes

En su estudio del barrio Las Nieves, en el centro de Bogotá, Érika Diettes —colombiana, artista, 40 años, ojos claros y atentos, voz serena de maestra que explica todo— hace una pausa en medio de la conversación en la que trata de describir su más reciente trabajo y deja a un lado la taza de café.

Se levanta del sofá, se acerca a los muebles que apilan una serie de 165 cajones de plástico etiquetados con una sistematicidad rigurosa y, sin dudar, señala uno de entre todos los que hay. “Este”, dice. El asistente del estudio procede ágil y, con una destreza delicada y firme, extrae el cajón. Lo toma con las dos manos y lo desplaza por la amplitud del estudio como si se tratara de un recién nacido. Posa el cajón sobre una mesa amplia en una especie de aterrizaje seguro. Con una minucia natural, Érika Diettes hala un listón negro que hace las veces de candado. Levanta una de las tapas y descubre su contenido: hay una rosa artificial, una camiseta de mujer colorida y una fotografía vieja en la que se ve a un hombre joven en medio de una habitación. Todo flota como congelado en un bloque de color almíbar.

“Te voy a dejar tocar”, dice Érika Diettes y abre el cajón de plástico por una de sus aristas haciendo una ranura por la que cabe un dedo. El bloque es frío y gelatinoso, casi amniótico, como una especie de hallazgo arqueológico conservado en ámbar prehistórico pero con objetos modernos. “Este es de una mujer que perdió a sus dos hijos. Uno es el de la foto. Es la última foto que tuvo de él. La camiseta se la regaló el otro hijo un día de las madres”, relata de memoria mientras contempla el bloque almíbar como si lo viera por primera vez, pero lo ha visto cientos, miles de veces, como ha visto también cientos, miles de veces, todos aquellos 165 cajones que son piezas similares a este que ahora vuelve a abrir. Cada uno conserva objetos diferentes: rosarios, documentos de identidad, un cepillo de dientes.

Parte de la obra Relicarios. Foto: archivo particular de la artista.

Este tipo de objetos crea Érika Diettes hace más de diez años.

Una vez en frente, todo su trabajo se entiende. Juntos, los 165 bloques almíbar conforman la obra Relicarios una colección de piezas que Érika creó para que diferentes víctimas que han perdido a sus seres queridos por desaparición forzosa en el conflicto armado puedan conservar su memoria a través de los objetos que alguna vez les pertenecieron, que alguna vez tocaron, que alguna vez atesoraron, que todavía los esperan o los dejaron de esperar. La obra, que ha recorrido todo tipo de geografías en Colombia y el mundo, ha sido recopilada en el libro Memento Mori que desde febrero de 2019 se encuentra disponible en el sistema Biblored de Bogotá. Pero, para llegar hasta este punto, han pasado casi veinte años de exploración en medio de la violencia.

Todo empezó en los noventa. Hija de un general de la Policía Nacional, Érika Diettes creció en la Colombia donde los policías eran prácticamente objetivos militares del narcotráfico y más de una vez se encontró con grafitis que decían cosas como “mate un policía y reclame un Kokoriko”. Su familia vivía bajo la constante angustia y amenaza de los atentados que las guerrillas o el narcotráfico pudieran hacer contra los miembros de la fuerza pública en una de las décadas más terroríficas de la guerra en el país. En diciembre de 1996, cuando tenía 17 años, su hogar se sacudió cuando su madre reconoció el sombreo de su tío en un noticiero de televisión que informaba sobre un atentado contra un grupo de funcionarios del Inpec, en Medellín. Así se enteraron del asesinato de José Gutiérrez, su tío, director del Inpec Regional Occidente, a manos de la guerrilla de las FARC. Fuera o no un detonante para todo lo que venía, aquel fue el primer recuerdo drástico de una pérdida que tuviera que presenciar.

Finalizando la década ya había decidido que quería ser fotógrafa y comenzó a cursar simultáneamente las carreras de Comunicación Social y Artes Visuales en la Pontificia Universidad Javeriana. En una y otra disciplina, de una y otra manera, terminaba abordando temas relacionados con memorias al borde del olvido. “Desde siempre estuve trabajando estos temas. Desde las primeras clases de arte en la universidad me incliné por temas de la vulnerabilidad humana: el dolor, la enfermedad, el duelo… No se trata de que las cosas se dan en un momento exacto. Las personas que fotografiaba, los trabajos que emprendía siempre terminaban con testimonios que contaban esas cosas. Y, claro, en Colombia estamos transversalmente atravesados por un contexto violento: de una u otra manera, sin que uno pueda corroborarlo certeramente, todos hemos sido víctimas o hemos sido tocados por el conflicto”, recuerda.

«Relicarios aparece en medio de la tragedia como un faro de luz que logra despojar del horror a las imágenes». Foto: archivo particular de la artista.

Así llegó al inicio de lo que más tarde sería su primera creación artística en esa temática que comenzaba a interiorizar: Silencios, una serie de retratos que relata, rescata, recopila una serie de testimonios de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto que se refugiaron en Colombia. “Ahí yo pensaba que ese podía ser el límite del horror. Creía que no podría haber nada absolutamente más espantoso que pudiera pasarle a un ser humano que lo que me contaban las personas de Silencios. Y luego te das cuenta que no. Te das cuenta de que no… y sigues… y es como caminar hacia abajo. Hay un punto en el que te preguntas ¿cuál es el fondo? Y dices: ya, este es el fondo. Y no. Hay una capacidad de horror que es infinita, un sentido de la pérdida que he aprendido a entender como total y absoluta. Cada pérdida es total y absoluta”.

Esos aprendizajes vendrían después. Al terminar sus estudios de pregrado, Érika Diettes ingresó a la Maestría en Antropología de la Universidad de los Andes. Ahí llegó un momento de conciencia. “En la maestría empecé a entender de manera teórica todo este trabajo. Ahí empiezo a reflexionar por un hecho puntual en mi familia: el asesinato de mi tío. Nos enteramos por televisión y… esto ocurrió cuando yo tenía 17 y esta reflexión la hago cuando tengo 25 o 26 años. Vi que ese hecho se conectaba de alguna manera a mi forma de hacer imágenes, a mi inquietud por estos temas directos de la representación de la violencia”, recuerda. De ese ejercicio nació una tesis que se convertiría en un libro académico llamado Noticia al aire… memoria en vivo publicado por la Universidad de los Andes. En él relata el crimen que marcó de manera definitiva y decanta, punto a punto, las formas, los mensajes, de las imágenes sobre la violencia, especialmente las creadas o emitidas por los medios de comunicación masivos. Es, si se quiere, una especie de ruta del marco teórico que se ve en sus siguientes obras.

Primero vino Río Abajo, en 2008. Durante un par de años reunió entre diferentes familias de lugares remotos del país todo tipo objetos prestados que pertenecieron a los seres queridos que ellos perdieron. Los fotografió en agua y los imprimió sobre cristal. “En ese momento se había representado muchísimo la violencia. Pero, pienso, no se le había dado un lugar a la representación del duelo. No se trataba de los cuerpos en el río o la violencia, sino de la voz del doliente enunciando a su desaparecido. Eso implica unos códigos estéticos con los que el doliente se sienta representado, honrado, respetado. En aras de representar la injusticia, el dolor y la violencia se puede respetar la memoria del doliente”, explica Érika. El resultado, como lo cuenta en sus palabras, fue un enorme cementerio de cristal y presencias. Era el inicio de una forma de ver que ya ha dominado en su obra con una versatilidad que resalta entre los artistas del país.

Aquellos testimonios la condujeron hacia una nueva exploración de la imagen del dolor. Realizando el trabajo de campo, entrevista tras entrevista, notaba cómo las mujeres, al relatar algunos de los sucesos más atroces que hubiera escuchado en su vida, adoptaban gestos que decían sin decir formas inenarrables del horror. Comenzó entonces un trabajo largo acompañada de una trabajadora social que llevaba los procesos de aquellas mujeres que, deliberadamente, intencionalmente, habían sido escogidas por los diferentes victimarios de los suyos como testigos de la barbarie en sus puntos más oscuros. Una fotografía tras otra, gesto por gesto, hasta dar con ese punto en el que el rostro tomaba aquella forma desgarrada del recuerdo que habita hondo, escondido en un rincón oscuro de dolor que no desaparece. Imprimió los retratos en enormes pendones de seda fina y ahí nació en 2011 Sudarios: una colección de enormes primeros planos que solo el dolor puede producir. La obra solo se expone en santuarios, templos, y se ha elevado en todo tipo de lugares habitados por la fe con su inmensa solemnidad, desde la iglesia del barrio Manrique, en Medellín, hasta la catedral de Liverpool, donde se inauguró el pasado 8 de marzo.

Érica Diettes (izq) en el montaje de Sudarios en la catedral de Liverpool, Inglaterra. Foto: archivo particular.

Finalmente, entre todo lo que ya había conocido, entre todas las historias, objetos, memorias que le habían confiado, un testimonio llevaba a otro y Érika Diettes supo que debía y quería hacer algo más grande. Entonces vino Relicarios. La tarea no fue fácil. En un momento, de tanto ir y venir de un territorio a otro para encontrarse con las personas que le confiaban sus dolores, terminó por instalar un estudio en La Unión, Antioquia. Ensayó una y otra vez diferentes técnicas con objetos propios para poder dar con la fórmula y el material ideal para conservar los tesoros que representaban esas memorias, hasta que dio con el tripolímero de caucho en bloques de 30 por 30 centímetros. Le tomó más de siete años. A pocos días de la conclusión del proyecto, una tarde Érika Diettes visitó a su madre y ella le preguntó: “¿Vas a dedicar un relicario a tu tío?”. Y así lo hizo.

Relicarios se expuso en la Sala Temporal Norte del Museo de Antioquia, en 2016. Foto: John Cárdenas Orrego.

“Yo aprendí hace varios años a entender mi trabajo”, dice Érika Diettes pasando entre las cajas y los muebles que conservan las memorias y los tesoros que tantos le han confiado. “Hago esto porque me lo permiten, porque la gente cree en mí. Si la gente no cree que puedes darles un lugar honroso a esos objetos es imposible hacer estos trabajos. No es un trabajo sobre la muerte. Yo no me siento trabajando solo con el dolor y la muerte. Me siento trabajando con la fortaleza. El formato no es gratuito, es porque las personas que me han hablado son de una enorme entereza. Si no, Colombia no sería un país viable. Somos un país de personas fuertes. Yo me siento, ante todo, trabajando con la vida. Hacer esto, no desde la narrativa del victimario, sino a la luz de la memoria es un trabajo que en la marcha te va generando fortaleza, ganas de seguir. El día que no me sienta capaz, pues no lo hago. Es así de sencillo”.

—Y ¿cómo haces para no volverte una acumuladora? Seguro son muchísimas historias…

—Soy una acumuladora—, responde sin dudar.