‘Minga’, una palabra que suena a movilización, a marcha, a protesta; una palabra que congrega a muchos y predispone a otros. Pero que cuando está acompañada de ‘arte’ y de ‘arte indígena’, da un giro a la concepción tradicional de manifestarse.
Por: Andrés Felipe Restrepo
Del 23 al 25 de noviembre, Popayán fue escenario de la primera Minga del Arte Indígena y, entre diferentes actividades, la pintura colectiva de un mural propuso la reflexión sobre el arte como otra manera de visibilizar la historia, la cultura y las memorias de los pueblos indígenas del Cauca.
Alrededor del Parque Caldas se encuentran la alcaldía, la catedral y el palacio arzobispal de Popayán, la gobernación y la cámara de comercio del Cauca y algunas sedes bancarias; es el centro de poder religioso, político y económico de un departamento reconocido por su ubicación estratégica, sus riquezas naturales y su diversidad cultural. En ese parque se realizó la primera Minga del Arte Indígena, Culturas en Comunicación. El lugar parecería un asunto menor, pero que el epicentro de esta manifestación artística hubiera sido allí fue un logro simbólico difícil de alcanzar.
Cansados del incumplimiento de los acuerdos pactados con el gobierno nacional y de la violación reiterada de sus derechos, los pueblos indígenas del Cauca convocaron, para el 30 de octubre de 2017, a la Minga de Resistencia por el Territorio, la Dignidad y el Cumplimiento de los Acuerdos. Después de enfrentar la represión de la fuerza pública y de 12 días de negociación entre el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y el gobierno Santos, se consiguió la priorización de los acuerdos en los presupuestos de las entidades públicas. Entre los acuerdos sobre el derecho a la comunicación propia y el conocimiento tradicional, estaba la realización de una minga de intercambio y proyección del arte indígena. Un año después, esa fue la primera minga en realizarse en Popayán.
Nasas, misaks, yanaconas, ampiuiles, totoroez, kokonukos, kishus, ingas, polindaras, eperaras-siapidaras y emberas se encontraron en el Parque Caldas para compartir sus expresiones culturales. La invitación a propios y extraños fue a comprender el arte indígena como sensibilidad, espiritualidad y manifestación de pensamientos diversos, abiertos al encuentro y al diálogo. Con la participación de setecientos artistas, cincuenta presentaciones musicales y de danza y muestras de arte ancestral, muralismo, oralidad, artesanías, tejidos, cestería y comida tradicional, esta particular minga alzó su voz para expresar el derecho a la comunicación indígena.
El mural
Un gran mural fue cobrando formas y colores ante los ojos curiosos de los asistentes a la minga. Pero el proceso para elegir la imagen a plasmar inició antes, con los talleres que se hicieron en todos los pueblos durante las premingas. A partir de la conversación sobre elementos que los caracterizan, los participantes pintaron cuadros en pequeño formato en los cuales representaron aquellos símbolos con los que se identifican. La creación de esas pinturas propició el diálogo intergeneracional, la reflexión sobre la identidad cultural y la valoración del arte como medio de expresión propio de los pueblos indígenas. Diego Sisco, dinamizador de las artes visuales de la minga, explicó: “Fue un ejercicio realmente bello porque tuvimos la participación de abuelos, jóvenes y niños. En estos tiempos en los que andan en caminos diferentes, buscar un espacio de unidad es complicado y las artes son ese hilo conductor que nos ha venido uniendo. Fue muy bonito que los niños se sentaran al lado de las ‘mayoras’ a escucharlas juiciosamente, porque querían que la imagen tuviera la simbología de sus territorios. El arte es esencial para integrarnos, para aprender los unos de los otros, para conocernos como pueblos”.
Luego de los talleres, artistas, representantes de los pueblos y colectivos de arte llegaron a un consenso sobre el boceto que guio la intervención en el centro de poder payanés. Como no podían pintar las paredes de la gobernación o de la alcaldía, llevaron lienzos de gran formato que ahora podrán transportarse a las comunidades para presentarles el mural. El resultado fue un gran paisaje en el que se recorren los territorios de los pueblos indígenas del Cauca. Sisco explicó al respecto: “Construimos un paisaje en el que todos los pueblos se identificaran. En la parte izquierda puede verse un cóndor que pertenece a las partes frías y en la parte de la derecha, una canoa que representa a los sías. En el centro, la tulpa, que para nosotros es el principio del conocimiento; en torno a ella se congrega la familia. Y a los lados de la tulpa, un mayor y una ‘mayora’, porque son los sabios que nos han dejado herencias como el arte que hoy evidenciamos. El maíz representa nuestra multiculturalidad. Y la invitación a recorrer el mural simboliza que no estamos divididos por sectores, sino que el principio de la unidad parte de la integración de los pueblos en el territorio”.
La participación
Artistas invitados, artistas que pasaban por allí, colectivos de muralismo, aprendices y transeúntes dispuestos a colaborar fueron algunos de los participantes en el mural colectivo.
Rocío Gómez, del pueblo Quitu Kara, de Ecuador, nunca había pintado un mural, pero se acercó para retar la idea de que solo puede hacer proyectos audiovisuales. “Es bien chévere que los chicos te enseñen y te digan: ‘Mira, hay que hacer esto’, y las nociones, sobre todo el color. Me dijeron: ‘El color que tu hiciste es muy claro y nosotros no somos así’. Por supuesto, porque la noción es que el color piel es medio rosadito, y nosotros somos más parecidos a la tierra. Ese diálogo es una forma de construir colectivamente”.
Gerardo Tobar estudia artes en la Universidad del Cauca y hace parte del Colectivo Monareta, no estaba invitado, pero su pasión por el muralismo lo animó a participar y a compartir su visión sobre la actividad: “El arte cumple una función social muy importante, porque reivindica: estamos poniendo grande, muy grande, una imagen que merece ser admirada. Estamos cambiando eso que para todo pueblo es un norte”.
María Elena Curruchiche, del pueblo Maya Kaqchikel, Guatemala, vive en San Juan Comalapa, una localidad reconocida como cuna de la pintura maya. Fue invitada por los organizadores de la minga por su conocimiento en muralismo y la participación en un mural que recuerda a las víctimas del conflicto armado guatemalteco. Sobre esta experiencia, la señora Curruchiche comentó: “Yo pinté para la memoria de las víctimas del conflicto armado. Ese día se enterraron 170 osamentas en el lugar donde fueron masacradas, se les construyó un nicho y ahí fueron enterradas dignamente. En el mural se tomó en cuenta la cosmovisión maya, la espiritualidad y también la forma en que fueron masacradas, la tortura. Fue muy doloroso, pero los organizadores de ese evento y los familiares de las víctimas sugirieron poner eso para tenerlo en mente y para que no vuelva a suceder”.
El mural y la memoria
En la minga, la creación de una imagen con un marcado sentido simbólico relacionó la pintura mural y la memoria para homenajear a las personas, a las costumbres, a la espiritualidad, a la diversidad y al territorio. En ese ejercicio, el dinamizador Diego Sisco reconoció un acto de resistencia: “Lo bueno de integrar la pintura o el arte es que se genera una forma de resistencia y de la resistencia se construye la memoria. Representar a esos personajes que han luchado es algo muy valorativo porque son personas que se han dedicado a la comunidad y deben tener un realce en estos territorios”.
Selnich Vivas, profesor de literatura alemana y poesía minika en la Universidad de Antioquia, explicó sobre el mural: “Cuando estamos ante una obra como esta, que reclama la presencia de lo colectivo, el aporte de muchas culturas, de muchas manos, la armonización de esas manos en un trazo con el otro, en un color con el otro, estamos ante una forma de arte que no es comercial, sino que es un arte comprometido con la memoria histórica de un territorio. Notamos las organizaciones, los jóvenes, los hombres y las mujeres, quizás espontáneos, que se sienten invitados porque el tema es representar la memoria de lo que somos, de nuestros abuelos, de nuestras abuelas, de cómo siembran, de cómo cosechan la palabra, de cómo hacen posible que este territorio siga siendo verde o azul, o porque por el hecho de representarlos hoy les hacemos una ofrenda”.
Por medio del homenaje o, si se quiere, de la ofrenda que constituyó el mural, se evidenció públicamente el interés por la construcción de memoria de los pueblos indígenas del Cauca. El trabajo colaborativo, tan característico de los murales comunitarios, dio cuenta del sentido de las mingas. Quizás por este motivo, Rocío Gómez destacó: “Armar en minga es hermoso porque es un trabajo colectivo en el que no estás pidiendo nada a cambio. En el mural, tú estás concentrado en tu espacio y después te alejas y vas viendo cuánto avanza. Al principio solo era azul y morado, y ahorita vas viendo colores. Cada que yo me alejo para ver cómo está, veo cómo esto de hacer en minga va creciendo y va tomando color, así mismo debe ser la vida: que cuando se hace en minga va tomando color”.