Julián Darío Gómez, Edilson Huérfano y Luis Eduardo Valencia son sacerdotes de distintas corrientes católicas. El primero, es el director de la Pastoral Social de Medellín; el segundo, pertenece a la iglesia ortodoxa; y el tercero, está inscrito en la Teología de la Liberación. Los tres, sin embargo, tienen en común el trabajo social que desarrollan en comunidades afectadas por el conflicto armado.
Por Juan Camilo Arboleda Castañeda
Los párrocos suelen encontrarse con la comunidad en las eucaristías. Con su autoridad ética y moral imparten discursos desde el altar y los creyentes escuchan y siguen sus consejos. Hay, sin embargo, párrocos que rompen con esa tradición: salen a las calles y tejen relaciones horizontales con sus feligreses. Son sacerdotes como Edilson Huéfano, Luis Eduardo Valencia y Julián Gómez que se untan los zapatos de lodo.
Edilson camina por las calles de los barrios populares de Cali y por las montañas de los municipios de Toribío, Santo Domingo, Corinto y Caloto, ubicados en el Norte del Cauca, una zona en la que las guerrillas, especialmente las Farc, han estado presentes y que, por su puesto, ha sido escenario de la guerra. En su andar ha entablado procesos de paz con pandillas de la capital del Valle y de reconciliación entre exguerrilleros y víctimas en el Cauca.
Después de pasar por un seminario romano, del que se retiró por inconformidades con la formación que recibía, el padre Edilson Huérfano se inscribió a una de iglesia ortodoxa en Medellín donde se ordenó en 2007. “El evangelio tiene que ser social. Jesús siempre estuvo por fuera de los templos, caminó con las comunidades y estuvo con la gente que tenía problemas y necesidades; por esta razón, me enfoqué en el trabajo social”, comenta el padre Huérfano.
Una motivación similar tuvo Luis Eduardo Valencia. Él realizó sus estudios en el Seminario Misioneros de Yarumal que en la década de 1980, época en la que se formó, ofrecía una formación liberal, enfocada en el trabajo pastoral y con una tendencia hacia los preceptos de la Teología de la Liberación. “A la iglesia se le olvidó que fue fundada y creada por un preso político, por un hombre condenado por asumir su posición contra el imperio: Jesús, un hombre acusado de contradecir el poder religioso y de optar por los excluidos”, dice el padre.
Desde antes de ordenarse como sacerdote, Luis Eduardo ha recorrido las laderas de Medellín. En un trabajo, que considera casi clandestino, promueve la organización de las comunidades para facilitarles lo que él llama “la vida buena”.
Julián Gómez, por su parte, empezó su recorrido en Boyacá Las Brisas en la década de 1990; en este barrio de la comuna 5 de Medellín impulsó un proceso de paz entre bandas. Después dirigió el Programa de Desarrollo y Paz en los Montes de María y, posteriormente, llegó al barrio Santo Domingo, donde lideró procesos de perdón y reconciliación.
Según el padre Julián, el ministerio sacerdotal le ha permitido promover la paz y la inclusión social a través del evangelio: “Una manera de construir paz es humanizando porque un buen ser humano es una persona que sabe convivir, que sabe compartir”.
Desde 1980, el padre Julián se ha preocupado por los procesos de paz en Colombia. Estudió junto al padre Héctor Fabio Henao resolución de conflictos, no violencia y mediación de conflictos. En la década de 1990, hizo parte del movimiento No Matarás que fundó monseñor Darío Monsalve y que buscaba redimir conflictos entre organizaciones armadas en Medellín.
De los distintos procesos que ha desarrollado en su misión pastoral, destaca la labor que desempeñó en los Montes de María; allí, su trabajo no fue fácil, pues esta región del Caribe colombiano fue escenario de una guerra entre guerrillas, paramilitares y fuerzas armadas del Estado: “Promovimos la reconstrucción del tejido social, buscamos la conformación de grupos cívicos, culturales, deportivos, religiosos y políticos; a la par, fortalecimos las alcaldías y las gobernaciones”.
Una de las experiencias más significativas para su carrera la vivió en el barrio Santo Domingo Savio, en la Comuna 1 de Medellín. “Además de la confrontación entre grupos armados, fue muy difícil enfrentarse al modelo de desarrollo que se implementó en este sector de la ciudad: el metro cable y la Biblioteca España no fueron incluyentes con la comunidad”.
En el año 2005, el padre Julián promovió la realización de una jornada de perdón y reconciliación en la que participaron desmovilizados de las Autodefensas Unidas de Colombia y ex militantes de las Farc y del Eln que integraban las bandas delincuenciales de la Comuna 1. Realizaron una marcha por la paz y pintaron un mural en el que grabaron los nombres de 386 personas asesinadas en el barrio. “Fue un evento muy bonito porque los victimarios pidieron perdón y las víctimas ofrecieron su perdón. Fue un encuentro de reconciliación”, recuerda Julián.
En Cali, el padre Edilson también ha sido mediador en conflictos entre las bandas que controlan las comunas de esta ciudad. Además, en el Norte del Cauca ha trabajado de la mano de campesinos, indígenas y exintegrantes del Epl, del M19 y del Quintin Lame. Uno de sus logros, asegura, fue la creación de la Cooperativa Multiactiva de Reconciliación Nacional. “Para mí es importante que las comunidades entiendan que la reinserción es necesaria, que debemos darle una oportunidades a la gente que viene del monte. La comunidad indígena tiende una capacidad de reconciliación impresionante, es capaz de perdonar más fácil de nosotros”, dice el padre Edilson.
Desde que comenzaron los diálogos en La Habana, el padre Edilson ha trabajado en la construcción de iniciativas de paz y reconciliación que han llegado a la mesa de negociaciones. Participó, por ejemplo, en la Audiencia Nacional por la Paz que organizaron campesinos e indígenas en el municipio de Santo Domingo. Convocaron a 1200 personas de toda Colombia y llegaron cerca de 4500. “Queríamos decirle al país que estamos convencidos de que silenciar los fusiles es posible”, comenta el padre, quien fue uno de los delegados que llevó las propuestas de esta Audiencia a La Habana.
Por su parte, Luis Eduardo empezó su trabajo, a finales de la década de 1980, con las comunidades eclesiales de base a en la ladera Noroccidental de Medellín, una ciudad perturbada por la violencia del narcotráfico, las milicias y los grupos paramilitares. Era común encontrar cadáveres en las calles o ver familias amenazadas que tenían que abandonar sus casas. En esta época, a diferencia de lo que lograron los padres de la Teología de la Liberación en la década de 1970, no era fácil organizar a las comunidades.
“¿Qué discurso podía dar en esas situaciones de total abandono?”, se preguntaba en ese entonces el padre Luis Eduardo, quien trabajó en la clandestinidad por miedo a los ataques y las amenazas de los grupos paramilitares.
En las laderas de la ciudad, Luis Eduardo fue testigo de la llegada de las guerrillas al Nororiente de la ciudad: “La mayoría de los miembros de las Farc –recuerda Luis Eduardo– asumían una posición violenta en contra de la población. Nosotros no estábamos de acuerdo con eso. Los armados no tenían ninguna formación política y, por ejemplo, enjuiciaban, como otros grupos, a los viciosos”.
Más de treinta años después, cree que el proceso de paz entre el Gobierno y esta guerrilla no tuvo en cuenta a las comunidades; además, considera que la Iglesia tiene la responsabilidad de aportar a la verdad sobre el conflicto armado en Colombia, pues esta institución ha guardado silencio y ha participado en la guerra: persiguió curas, muchos de ellos integrantes de la Teología de la Liberación, que promovían procesos de paz y siempre tomó partido por los poderosos.
Para Edilson el proceso de paz de La Habana es la única oportunidad que tienen los colombianos de ponerle fin a una guerra de más de medio siglo. Durante muchos años fue testigo de la confrontación entre tropas del Ejército y miembros del sexto frente y de la columna móvil Jacobo Arenas de las Farc en el Norte del Cauca. “Con el cese al fuego bilateral la situación ha mejorado muchísimo. La gente anda tranquila, ya no se siente ese temor de las balas. Por eso el acuerdo de paz vale la pena”, dice el padre.
Edilson, sin embargo, cree que Colombia no está preparada para la reconciliación. Teme a que cuando los integrantes de grupos armados retornen a sus comunidades origen sean rechazados y excluidos de la vida social.
Por su parte, el padre Julián advierte que en este momento la organización social más fuerte es la de las víctimas. Valora que estas asociaciones hayan tomado la iniciativa de apoyar el proceso de paz. “Las víctimas han tomado la iniciativa de perdonar, han buscado a los victimarios y los han perdonado”, comenta el padre Julián.
Los tres coinciden en que el proceso de negociación con las guerrillas no significa una paz inmediata, pero sí es un primer paso para que los actores armados defiendan sus ideas sin usar los fusiles. El padre Julián, por ejemplo, dice que “la verdadera paz tiene que estar en cada uno de nosotros, en las familias. Necesitamos construir una paz integral con justicia social. Hay que aprovechar que la gente está reclamando la paz y la reconciliación a gritos”.
Además, los tres sacerdotes consideran que el proceso de paz con las guerrillas tendrá un efecto en el campo, pero en las ciudades, donde hay otros actores armados y otras expresiones de violencia, no habrá un impacto directo. Por eso, los tres, seguirán enfocados en ofrecerles, por lo menos, condiciones de vida más digna a las comunidades más vulnerables.