John Cárdenas vive en Medellín, es psicólogo clínico y periodista. Su trabajo como independiente, su interés por el arte y su admiración por la artista Doris Salcedo lo motivaron a ser una presencia más en «Sumando Ausencias», la obra colectiva que reunió a cerca de diez mil personas en la Plaza de Bolívar de Bogotá en torno a un llamado a recordar a los ausentes, cosiendo, puntada tras puntada, una mortaja de siete kilómetros con los nombres propios de 2.000 víctimas del conflicto armado colombiano.

John conoció a Doris Salcedo en 2002, cuando abrió una revista y vio las fotografías de la obra «Las sillas del Palacio de Justicia». Desde entonces, la artista se fue encargando de no ser olvidada: «Plegaria muda, Shibboleth» y otros trabajos que siempre pellizcaban la realidad. Mientras estudiaba fotografía tuvo la oportunidad de asistir un año y medio a los cursos de formación en historia del arte y, desde esa época, el arte junto con el psicoanálisis son los pilares en los que sostiene su ejercicio profesional.

Por todo esto compartimos su experiencia y sus reflexiones sobre esta obra sugerente, silenciosa, desgarradora y polémica; imaginada y puesta en marcha después del 2 de octubre, día en el que la paz volvió a ser esquiva para Colombia cuando el ‘No’ resultó sorpresivamente vencedor en el plebiscito. 

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La obra incómoda

Un sacrifico demasiado largo
Puede tomar en piedra al corazón.
W.B.Yeats.
David Rieff, cita al comienza de su texto «Contra la memoria».

Por John Cárdenas Orrego
Fotografías: John Cárdenas Orrego

Dicen que el arte salva. Muchos dicen que sana. Otros creen que arte y catarsis es lo mismo.

Dicen que recordar impide repetir. Muchos dicen que cura. Otros creen que recordar es hacer catarsis.

Yo digo que es mito.

No niego que en el tránsito de recodar y expresar o en el proceso de crear, la persona puede comprender un poco o mucho algo que antes permanecía como suceso congelado sin saber qué hacer con eso mientras el alma se le inflama día a día.

Creo que ante el horror la angustia es protagonista y deja al sujeto despojado de sensatez.

La injusticia, la impotencia, la guerra son reales y detestables. Los efectos de la barbarie, del acto bruto son consecuencias de una guerra que no resuelve ni tramita las diferencias ideológicas, económicas, teológicas…

Ser laico, no profesar religión alguna, no libra al sujeto de caer en baldosas como la culpa, la redención o el mesianismo.

Ser humano nos condena a tener ilusiones, imaginar mundos justos y a encaramar algo o a alguien más arriba del suelo para adorarle y, lo más complicado, querer ser un Hamelín (el del flautista que arrastra ratas, el cuento clásico) y adoctrinar a muchos para que crean en ideas, ídolos, deidades, cosas…y si no, merece el destierro y hasta la muerte.

Un animal no pide nada más de lo posible a la naturaleza. Somos los únicos que le pedimos y exigimos al semejante que sea como yo creo que debe ser. Somos los únicos que envidiamos y queremos poder poderle a todo.
La moral, la emoción y el afecto pueden ser tan destructivas como consecuencia de la guerra misma.

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                                                                                                        ***

Doris Salcedo es artista plástica, escultora que ha trabajado durante treinta años ininterrumpidos. Es la artista colombiana viva mas importante a nivel mundial. Su tema siempre ha deambulado entre la guerra y sus consecuencias. Por eso el día que se conocieron los resultados del plebiscito, no durmió. Sentía que tenía que hacer algo urgente. Llamó a su equipo de trabajo, a sus aliados que no necesariamente son artistas y la idea fue ocupando un lugar en lo posible.

Y pasó lo que pasa con Doris Salcedo, la obra de arte surge silenciosa, desgarradora, incómoda.

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Será una obra colectiva performática efímera, que nombra a víctimas de este conflicto cincuentenario. El suelo de la plaza de Bolívar quedará cubierto por una mortaja de 7 kilómetros, mortaja que será cosida durante todo el día por personas voluntarias. Una vez cubierta será recogida y la Plaza quedará investida por el aturdidor silencio que deja la ausencia del presente.

Esa muerte obligada que interrumpe ciclos, que deja a dolientes como ánimas en pena tratando de huir del espanto terrible que son los fantasmas monstruosos que acaban con la vida.

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1 Volqueta de ceniza que tendrá que cernirse para luego llenar tarros con ella y será a manera de tinta con la que se escribirán los nombres sobre la tela.

1 Volqueta de arena que será empacada en bolsitas plásticas y estas, a su vez, en una bolsa blanca que servirá de peso sobre la tela para que el viento no la levante.

1 Llamada telefónica al director de la unidad para las víctimas, Alan Jara, víctima viva, para que seleccione de manera aleatoria, independiente del grupo al que haya pertenecido, 2.000 nombres.

7 kilómetros de tela que serán cortados de 2.50 metros de ancho por 1.20 metros de alto. El nombre deberá quedar centrado para que se pueda leer. Es sacar a la víctima del arrume de la fosa común donde no se sabe quien es quién.

7 kilómetros de papel celofán plástico que se cortará en igual media y se extenderá sobre cada tela marcada para que la ceniza no ensucie el lienzo que se pondrá encima.

Cientos de plantillas de letras en cartón, brochas para esparcir colbón sobre las plantillas y la tela. Esparcir la ceniza, esperar un rato, fijar con laca y llevar a las cajas de cartón donde se embalarán las telas.

No importa que la ceniza no pegue uniforme, eso pasa con las víctimas: la impunidad, el ritmo loco de la guerra o el olvido las va borrando, las va olvidando.

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Miles de agujas y ovillos de hilo que servirán para bastear y unir las telas. Tijeras, cubos de icopor para recoger y repartir las agujas solas y las enhebradas.

Muchos y muchas coserán el tiempo que sea necesario, -en lo posible perpendiculares al palacio de justicia-, hasta que la plaza quede cubierta por las víctimas.

Al final la bandera-alfombra-mortaja, será doblada y se retirará de la plaza.

La humanidad logra con el arte resucitar la vida a pesar de saber que ha sido la muerte y el horror lo que nos ha tenido en velatorio cincuenta y mas años en este país.

Fueron cientos de personas las que participamos y dejamos puntadas que formaron una obra que no se olvidará por mucho tiempo.                                                                                                      

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Martes 11 de Octubre. La jornada comenzó a la 6 de la mañana y culminó a las 9:40 de la noche. La monumental alfombra que cubrió el suelo de la plaza de Bolívar estaba terminada. El silencio se podía escuchar, presenciábamos una obra inmensa. Algunas personas descalzas caminaban lentamente y al llegar al centro se arrodillaban. Una mirando hacia el palacio de justicia inclinaba todo su cuerpo hasta besar la tela una y otra vez, otra mirando al palacio rezaba con camándula en mano. La paradoja: sentir tanta vida en medio de tantos muertos.

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Pasaron unos quince minutos y los del equipo coordinador de la obra estaban filados a lado y lado, otros con tijeras en mano comenzaron a segmentarla, las filas comenzaron a cogerla al tiempo y luego a una sola voz la doblaban. Después de unas tres vueltas sonaba similar a como cuando se pasa un cadáver o a un herido a una camilla: 1…2…3… Blammb! En la plaza de Bolívar se veían unos rectángulos blancos de unos 60 centímetros de altura. Apareció un camión y a manera de entierro de a 6 u 8 personas cogían los rectángulos y los subían al camión.

Todos estábamos en un aturdidor silencio.

Un instante escalofriante, implacable, como cuando al velorio llegan los de la funeraria y se llevan el ataúd con el cadáver del ser querido a enterrar y queda un vacío.

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Esta obra performática colectiva es un guiño de esos que puede hacer el arte contemporáneo, de esos que solo Doris Salcedo sabe hacer.

En tiempos de tanto ruido embrutecedor, resulta interesante que alguien deje constancia del grito silencioso ante la evidencia. Sumando Ausencias, es como la artista nombró su obra, es una manera de advertirnos que si lo permitimos de nuevo será el horror el protagonista y no los cuerpos vivos que ocuparán nuestro suelo. Fue una obra oportuna.