En medio de la campaña por el plebiscito, los discursos de las víctimas del conflicto armado en Colombia han ganado protagonismo. Muchos de sus relatos apelan al pasado para defender una posición. El investigador en memoria social Javier Lifschitz analiza este fenómeno.
Por Esteban Tavera y Elizabeth Otálvaro
Desde que las víctimas del conflicto armado en Colombia se convirtieron en actores políticos facultados, no habían ocupado un lugar tan protagónico en el escenario político y social del país como el que tienen en la actual campaña por el plebiscito. Los medios de comunicación, por ejemplo, acuden a las víctimas para pedirles su opinión sobre los acuerdos a los que llegaron el Gobierno y las Farc en La Habana, y en nombre de ellas se ha promovido el Sí o el No.
En los últimos días, uno de los testimonios que más se ha difundido en los noticieros y en las redes sociales es el de Leonard Rentería, un joven de Buenaventura víctima del conflicto armado que confrontó al senador Álvaro Uribe, mientras este daba un discurso en contra del proceso de paz. “Si tengo que darle la mano a los victimarios, estoy dispuesto a hacerlo porque creo en el perdón”, le dijo Leonard a Uribe.
Este hecho llevó al argentino Javier Lifschitz, doctor en sociología e investigador de la Universidad de Rio de Janeiro, a concluir que el país vive un momento político en el que la memoria del conflicto está siendo determinada por el plebiscito que busca refrendar los acuerdos de La Habana.
El campo de estudio de Lifschitz es la memoria social. Sus análisis sobre procesos de memoria como el de las Madres de la Plaza de Mayo, lo han llevado a proponer el concepto de memoria política, con el que se refiere a todas aquellas expresiones o acciones rememorativas que tienen fines políticos.
Hacemos Memoria habló con él sobre sus planteamientos teóricos y su análisis de la situación actual de la memoria en Colombia.
¿En qué se diferencia la memoria política de la memoria social?
La memoria social es un tipo de lazo social, es un tipo de práctica que congrega a las personas para hablar sobre sus memorias. Lo que define la memoria social no es tanto los contenidos sociales sino el hecho de que las personas, desde sus recuerdos individuales, agregan elementos a la memoria social. Siempre se recuerda en un contexto colectivo y de ahí nos remitimos a un contexto familiar, a un contexto escolar, en fin.
Esa característica me llevó a plantearme una pregunta: ¿qué tipo de lazo social establece la memoria política? Esta inquietud me permitió apoyarme en una idea que introduce el filósofo alemán Jürgen Habbermas en su teoría de la comunicación. Él dice que algunas acciones comunicativas tienen que ver con hacerse comprender y otras se orientan a una acción concreta, a una interferencia en el mundo. Me parece que la memoria política tiene esa característica: es un tipo de narrativa que no busca simplemente un lazo social, su propósito es interferir en el mundo político. De ahí pude concluir, entonces, que la memoria política tiene como destino el espacio público. Las otras memorias sociales no tienen necesariamente ese destino, pueden quedarse en el grupo; eso pasa con las memorias familiares, uno no pretende que su memoria familiar salga de su grupo familiar, la memoria política sí tiene esa intención.
¿Desde el punto de vista político esto qué significa?
Significa valorar la memoria política como una acción pública. En el caso de las personas que vivieron episodios de violencia política sobre su cuerpo -la tortura es un ejemplo-, la elaboración personal para transformar esa experiencia traumática en un evento público no es una cosa inmediata, puede llevar mucho tiempo o no realizarse; es decir, no es una crítica a quienes reservan su memoria en un ámbito personal, lo que se busca es valorar la acción de quienes sí llevan su relato a un escenario público, pues si se hubiera quedado en el ámbito de las memorias íntimas tal vez hoy no estaríamos hablando de esos grandes acontecimientos. Para mí, más que un ejercicio puramente conceptual, es una apuesta de tipo político para valorizar la acción de aquellos grupos.
¿En América Latina se podría identificar un hito del surgimiento de la memoria como elemento fundamental de la política?
Las Madres de la Plaza de Mayo son un hito, pues le dieron a la memoria un carácter político fundamental. Eso tiene un efecto en la política muy importante que yo llamo convocatoria al espectro. El espectro es una figura muy presente en Shakespeare, es una imagen que no tiene cuerpo pero habla. Las Madres y los testigos, al traer el pasado como una cuestión del presente, convocan al espectro de los desaparecidos y de las personas muertas en los conflictos para impregnar a la política.
¿En qué momento la memoria que se hace pública adquiere un carácter político y no se queda en un reclamo jurídico?
En el caso de las Madres de la Plaza de Mayo es muy difícil separar lo político de lo jurídico porque sus demandas son en contra de acciones de terrorismo de Estado, la referencia al Estado implica una dimensión jurídica. Lo mismo sucede en Colombia en los casos que involucran al Estado. La justicia depende de presiones políticas, de requerimientos sobre políticas de memoria y es usada para exigir la transformación o la aplicación de alguna legislación; por esta razón, la acción jurídica tiene una implicación política.
¿La narrativa sobre el conflicto es por sí misma una herramienta de poder?
Claro, la forma como se muestra el conflicto es una estrategia de poder. Por ejemplo, en el caso argentino, los militares presentaron el conflicto como una guerra entre dos demonios. Esa narrativa se desmontó cuando se demostró que se trataba de unos grupos insurgentes con un poder muy limitado enfrentados al ejército nacional; inclusive, la represión comenzó antes del golpe militar utilizando vías ilegales. En este momento que vive Colombia hace falta la producción de narrativas desde todos los campos.
Usted señala que la memoria aporta a la construcción del Estado, ¿qué casos en Latinoamérica pueden servir de ejemplo para lo que vivirá Colombia en el período de transición?
La memoria estatal no se refiere únicamente al periodo de formación de una nación, aunque también exista en ese momento. Si bien ahora no se trata de una reconstrucción de la memoria nacional en un sentido fundacional, la memoria social va incorporando nuevos hechos que la ponen en discusión.
Por ejemplo, en el caso colombiano me llama la atención que las narrativas de los grupos armados o de los grupos de izquierda que no están armados no aparece tanto en los medios de comunicación locales ni en los internacionales. Ocurre igual en España: existe una lectura hegemónica y una lectura de los grupos separatistas.
¿Cuál es la forma de hacer frente a esa memoria hegemónica?
Existe la posibilidad de creación de otras narrativas, en eso la universidad tiene un privilegio. Es necesario construir contrarelatos a varias voces; es decir, relatos diferentes a los que el Estado está dando.
Por ejemplo, hace unos días vi el video de un joven que interpeló a Álvaro Uribe en una reunión. Me pareció muy interesante porque ahí hay un contradiscurso de memoria. Él decía lo siguiente: “ustedes están por el no, pero los que estamos muriendo somos nosotros, la gente de estas comunidades, ustedes no tienen problemas”. Claro, ninguna intervención es inocente y en este caso la memoria fue usada para fomentar el voto por el Sí”.
Me gustaría entrevistar a ese muchacho porque es un informante privilegiado. En memoria se denomina informante privilegiado a aquel que vivió el hecho y tiene una visión global de los acontecimientos, no solo sabe lo que pasó, puede contar más allá de eso: ¿qué significó lo vivido en términos de clases sociales, de procesos sociales?
En medio de esta disputa por la memoria entre la institucionalidad y los grupos disidentes, ¿es posible pensar en un centro de memoria que propicie la reconciliación?
Por mi experiencia política en América Latina preguntaría: ¿cómo juntar mi memoria con la de las personas que torturaron a mis padres? No hay punto de encuentro. No sé hasta qué punto esto sea posible. Podría hacerse renegando de la historia de toda una generación. Esas medidas en las que la memoria parece el camino más fácil para las estrategias de pacificación, se tornan en un tipo de museo muerto. El propio fenómeno del Holocausto generó muchos museos y experiencias de memoria que están un poco muertas, que no permiten una permanente interpelación.
¿Usted cree que toda iniciativa de memoria debe tener un horizonte político?
Sí, toda acción de memoria debe tener una intención manifiesta de para dónde quiere ir, no se puede dejar como un asunto de sentido común. En este momento, la memoria en Colombia apunta hacia el Sí, pero qué va a pasar después. Al hacer ejercicios de memoria hay que tener cuidado de no caer en cierta inocencia que está en el fondo de los discursos de pacificación que dicen que todo va a ser un jardín de rosas. Ese es un riesgo que se corre al separar la memoria de la política. Eso no puede pasar. La memoria tiene que estar enganchada al discurso de la política.