En junio de 1988, hombres armados y vestidos de camuflado masacraron a 14 mineros en la vereda El Topacio de San Rafael. “Memorias de una masacre olvidada”, el último informe del CNMH, reconstruye el hecho y muestra cómo esta comunidad se resiste al olvido y lucha contra la impunidad.
Por Juan Camilo Castañeda
Fotografía: Centro Nacional de Memoria Histórica
Entre la madrugada del domingo 12 y el miércoles 15 de junio de 1988, hombres armados y vestidos de camuflados retuvieron a 14 mineros de la vereda El Topacio del municipio de San Rafael, oriente antioqueño. Días después, partes de los cuerpos fueron encontradas a orillas del río Nare. Uno de los últimos informes publicados por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) se ocupa de reconstruir, a partir de los relatos de los familiares de las víctimas, este suceso.
En la década de 1980, según datos del CNMH, se perpetuaron en Colombia 182 masacres, de las cuales 64 se cometieron en 1988. Ese año oscuro para la historia colombiana ocurrieron hechos macabros muy recordados: el asesinato de 43 personas en Segovia el 11 de noviembre y la masacre de 20 trabajadores en las fincas Honduras y La Negra en el municipio de Turbo el 4 de marzo, ambos sucesos perpetuados por paramilitares.
La socióloga Ana María Jaramillo señala que, a diferencia de lo que pasó en Segovia y en Turbo, los hechos ocurridos en junio de 1988 en San Rafael son un capítulo de la violencia en Colombia sepultado en el olvido, posiblemente, porque la responsabilidad de este acción recae sobre el Ejército.
Jaramillo, investigadora de Corporación Región, es la relatora principal del informe “Memorias de una masacre olvidada. Los mineros de El Topacio, San Rafael (Antioquia), 1988”, publicado por el CNMH. Hacemos Memoria conversó con ella para conocer algunos detalles de la investigación.
¿Cómo abordaron el concepto de masacre en el informe? ¿Cuáles son las particularidades de este hecho victimizante en el caso de El Topacio?
Lo entendemos como el homicidio de cuatro o más personas en estado de indefensión. Ocurre en las mismas circunstancias de modo, tiempo y lugar, y se distingue por la exposición pública de la violencia. Es perpetuada en presencia de otros como espectáculo de horror. Es el encuentro entre el poder absoluto del victimario y la impotencia de la víctima. Esta es una noción básica de masacre. A diferencia de otras masacres en las que el victimario buscaba visibilizarse como el responsable, como ocurría con los paramilitares, en El Topacio se visibilizó el hecho como tal, pero se invisibilizó el responsable: el Ejército.
Detrás de una masacre hay un mensaje que tiene una fuerte carga simbólica; en el caso de El Topacio, el Ejército quería infringir un castigo ejemplar a una población que consideraba colaboradora de las Farc.
¿En qué contexto se dio esta masacre?, ¿por qué el Ejercito asesinó a los mineros de El Topacio?
Es muy importante descifrar cuáles fueron las circunstancias y las condiciones propias del contexto para entender por qué esa masacre ocurrió en la vereda El Topacio y no en otro lugar.
La aparición de la Unión Patriótica (UP) en la década de 1980 y su presencia en San Rafael tiene un significado particular, pues este era un territorio de tradición conservadora. La UP se convirtió, entonces, en una fuerza de oposición. Alejo Arango, un personaje central de esa historia, fue uno de los líderes de la UP. Él conocía de cerca el sector minero de la región, y fue el promotor de una cooperativa que intentó asociar a los mineros de El Topacio para la explotación de ese recurso.
Paralelo al movimiento político de la UP, había presencia de las Farc en El Topacio y en toda la zona limítrofe entre San Rafael y San Roque. Esta situación generó una estigmatización para la cooperativa y la comunidad, que fueron señaladas como las bases de apoyo de la guerrilla.
Además, hubo una figura muy importante en San Rafael para ese entonces: el capitán Martínez, quien veía a la UP y a las Farc, en esa relación compleja que hay ahí, como la gran amenaza del comunismo y de la subversión. Entonces él tenía, como quien dice, todos los motivos para hacer de esta población un blanco de sus señalamientos y sus amenazas; posteriormente, los mineros fueron masacrados.
¿Qué relación existe entre la masacre de El Topacio y la incursión paramilitar en el Oriente antioqueño diez años después?
Es relevante hablar de eso porque ahí es donde está la importancia de la memoria. El trabajo que diseñamos para reconstruir lo que pasó en El Topacio se centró en la masacre y en las víctimas directas que sobrevivieron y fueron fundamentales en este proceso. Fue muy impresionante constatar cómo la memoria no se queda solamente en la masacre. Los testimonios tejían una relación de continuidad entre la masacre y lo que ocurrió 10 años después en San Rafael.
A finales de la década de 1990, la comunidad de El Topacio se convirtió en blanco, ya no del ejército, sino de los paramilitares que operaban en el Oriente antioqueño. La población de esta vereda fue señalada nuevamente como colaboradora de las Farc. Con los paramilitares no ocurre ninguna masacre, pero este grupo sí apela a otras modalidades: la amenaza, la persecución y el asesinato selectivo.
¿En la masacre de El Topacio cuál es la relación entre olvido e impunidad?
Es pura impunidad, y es justamente eso lo que se explica en el informe. Esa impunidad se debe al victimario sobre el que recae la responsabilidad de la masacre. En el libro se relata el proceso judicial que se le adelantó al capitán Martínez, pero al final ese capitán es absuelto.
Eso incide mucho sobre las víctimas y sobre su situación. Si no hay un actor que se atribuya la acción violenta, como en el caso de los paramilitares, los hechos se vuelven confusos y difusos.
¿Cuál es el aporte de este informe en un eventual escenario de transición al posacuerdo?
En la parte final del informe nos referimos a los procesos de verdad. Las Farc deben contar la historia de El Topacio. Aunque ellos no son los responsables directos, pusieron en riesgo a la población de San Rafael con las acciones que desarrollaron en este municipio. En este texto, la gente, con mucha valentía, cuenta cómo las Farc entraron a la vereda El Topacio sabiendo que su presencia coincidía con el proyecto de la cooperativa minera y con el movimiento político de la UP. Los guerrilleros sabían cuáles eran las implicaciones que eso tenía. Realmente hay una responsabilidad histórica de las Farc en el caso de San Rafael y ni qué decir en todo el Oriente antioqueño.