Por Juan Camilo Castañeda
Foto:Juan Diego Restrepo Toro – UdeA Noticias
El sacerdote jesuita Francisco de Roux conoce de cerca el conflicto colombiano. Vivió durante 13 años en el Magdalena Medio, donde fue testigo de cómo los grupos armados doblegaron a la población
De Roux ha hablado con comandantes guerrilleros, paramilitares y del Ejército para exigirles respeto por la población civil; como en el 2002, cuando llegó hasta Tierralta, Córdoba, a pedirle a Mancuso que dejara de asesinar a los pobladores del Magdalena Medio. En la actualidad, es una de las figuras académicas y morales que más insiste en la necesidad de ponerle punto final a la guerra.
El padre Francisco de Roux es licenciado en filosofía y letras, y licenciado en teología de la Universidad Javeriana. Es doctor en economía de la Universidad de la Sorbona, en París. El pasado viernes 17 de junio participó en la Cátedra Abierta Héctor Abad Gómez, donde expuso sus ideas sobre el perdón y la reconciliación. A continuación presentamos algunos de sus argumentos.
Florecimiento de la vida
“Lo que está en juego en La Habana no es ni el futuro de Uribe ni el futuro de Santos ni el futuro de las Farc ni el futuro del Eln. No. Lo que está en juego es la posibilidad de que podamos vivir como seres humanos”.
El colapso de la dignidad
Nosotros permitimos la guerra como un espectáculo: masacres, secuestros, falsos positivos. Esto me hace pensar en una frase que está en la novela “Las uvas de la ira”. El protagonista llega a California en medio de la fiebre del oro, entra a una reunión y esto es lo primero que le dice a la gente: ‘Ustedes no son humanos. Si ustedes fueran humanos, no aceptarían vivir en medio de la barbarie’. Uno no puede convivir en una sociedad como esta sin reaccionar frente a la barbarie, a menos que acepte que su dignidad quedó totalmente arrasada. La dignidad es el eje de la grandeza y no se la debemos a nadie, ni a Santos ni a Uribe ni al ejército ni a la guerrilla.
Las víctimas en el proceso de negociación
“El proceso de paz cambió completamente cuando las víctimas pasaron por La Habana. Puedo decir que no buscaban simplemente un puesto en el congreso para algún miembro de sus comunidades o la alternativa de conseguir unos pesos para sacar de sus tierras los cultivos coca. Lo que estaba de fondo era ese dolor humano del cual todos somos responsables”.
“En el encuentro entre las víctimas y las delegaciones del gobierno y de las Farc pasó una cosa muy interesante. Después de que las víctimas hablaron del horror, invitamos a un rato de silencio para que se recompusieran antes de continuar. Esas mismas víctimas, cada una a su manera, casi instintivamente, hicieron un clamor: “Los colombianos no somos solo esto. Somos capaces de amar la vida, somos capaces de volver a reconstruir el país, somos capaces de lanzarnos a la paz, de perdonarnos”. Y lo pusieron en muchos ejemplos. Alan Jara, después de contar el horror de su secuestro, dijo que no fue a La Habana a pedir la cárcel para sus secuestradores, fue a pedir que nunca más se secuestre a una persona en Colombia. También conocí el caso de Leider, una víctima de Bojayá. Este hombre contó la tragedia, se levantó y le dijo a Iván Márquez: ‘Ustedes, señores de las Farc, son responsables de esta tragedia y ustedes van a pagar, esto no se puede quedar impune’. Y luego le dijo al general Mora: ‘Ustedes también son responsables’. Y después les dijo a los dos: ‘¿Saben cómo van a pagar? Ustedes no se levantan de esta mesa hasta que no se acabe esta guerra inhumana en Colombia’”.
La reconciliación
“La reconciliación no es otra cosa que la aceptación de que todos tenemos que participar en la construcción colectiva de la paz, es entender que el camino que hemos emprendido no nos lleva a ninguna parte. En la reconciliación siempre hay la posibilidad de negociar cosas. La reconciliación tiene un elemento político muy profundo: ustedes (victimarios) dicen la verdad y nosotros (víctimas) aceptamos que les apliquen la justicia transicional y no la penal. Ustedes (victimarios) dejan las armas y nosotros (víctimas) aceptamos que ustedes puedan participar en política».
El perdón
“El perdón no se negocia. La transformación de la conciencia permite que se empiecen a dar momentos de perdón. Yo fui testigo de lo conmovida que estaba la señora Turbay cuando Iván Márquez le dijo: ‘Perdónenos por lo que hicimos’, refiriéndose al asesinato de la mamá de la señora Turbay. Ustedes también han visto actos de perdón: vieron cómo Pastor Alape llegó a Bojayá y ante una comunidad de 800 personas, con presencia de la iglesia y de las Naciones Unidas, dijo de una forma muy bien puesta: ‘Nosotros somos responsables. Esperamos que algún día nos perdonen’. Digo que de una forma muy bien puesta porque perdonar le toma a una comunidad mucha elaboración interior».
“El perdón tiene que tratarse con extremo cuidado. Usted no puede llegar donde una víctima a insistirle que perdone, a tratar de convencerla. El paso del perdón es supremamente doloroso, y lo que las víctimas necesitan es ser escuchadas y acogidas; necesitan de nuestra compasión. En segundo lugar, el perdón solo es posible entre seres falibles, entre víctimas que reconocen que sus victimarios están atrapados y que saben que también han cometido errores”.
“El perdón no significa olvido. Necesitamos mantener viva la memoria de las víctimas para tener la seguridad del nunca más. No hay renuncia al dolor y no hay renuncia a la justicia”.
“El perdón es deponer el odio y deponer el sentimiento de venganza. El perdón es decirle a victimario: ‘venga para que trabajemos juntos’. El perdón es casi un milagro, y puede que no se de. Si lográramos que el 10% de los casos terminaran en un acto de perdón, se generaría una transformación muy profunda entre todos nosotros. Es crucial que los victimarios pidan perdón; es lo que estamos esperando, en forma pública y general, de parte de las Farc. Ojalá que no solo lo hiciera las Farc, ojalá que la iglesia católica, el Congreso, los presidentes, el ejército le pidan perdón a Colombia.