Por Juan Camilo Castañeda
El miércoles 1 de junio de 2016, la portada del periódico El Tiempo mostró el lado humano de la guerrilla de las Farc. En la fotografía principal una pareja de guerrilleros se abraza e intercambia una sonrisa íntima, a su lado descansa, colgado de una viga de madera, un fusil e indumentaria de un combatiente.
Según el libro La construcción social del enemigo en el conflicto armado colombiano 1998-2010, escrito por investigadores del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, el enemigo ha sido nombrado no solo como rival, contrincante u obstáculo, sino también como “bandido, terrorista, monstruo, maleza, bestia y demente”. Discursos que permiten justificar la tortura física y psicológica; la humillación, la crueldad y el uso excesivo de la violencia.
La portada de El Tiempo refleja cómo el proceso de paz en La Habana ha instaurado un cambio en el discurso: la sociedad colombiana ya no se enfrenta a un enemigo desfigurado y monstruoso.
Para entender cuál es el proceso de construcción social del enemigo, entrevistamos a Pablo Emilio Angarita, doctor en Derechos Humanos y Desarrollo, quien ha estudiado los conflictos violentos que ocurren en el país desde la década de 1990. Él hace parte del grupo de investigadores que publicó el libro La construcción social del enemigo en el conflicto armado colombiano 1998-2010.
¿Para qué se construyen los enemigos?
El proceso sociocultural de construir un enemigo no es algo exclusivo de Colombia ni del gobierno colombiano, es algo que sucede en todos los poderes: los institucionales y los no institucionales. Construir un enemigo sirve para justificar la guerra, para mover a los guerreros y animarlos; para legitimarse ante la sociedad nacional e internacional transmitiendo este mensaje: “Nuestra causa es justa. Ese enemigo que combatimos representa la maldad y la injusticia; por tanto, nuestra lucha es válida”.
Ustedes delimitaron la investigación entre 1998 y 2010, quizás el período de mayor violencia que se ha registrado en el país. ¿Cuáles son los acontecimientos de ese periodo que contribuyeron a la construcción del enemigo en Colombia?
Comenzamos en 1998, cuando empieza el gobierno de Andrés Pastrana Arango. Un momento en el que las guerrillas estaban muy fortalecidas y las fuerzas del Estado debilitadas. También hay un auge inusitado en todo el país del llamado Movimiento por la Paz, que en las elecciones, precisamente del 98, terminó en una especie de plebiscito. Fueron cerca de 10 millones de votos por ese mandato que superó las votaciones de todos los candidatos juntos. Ese fue un acontecimiento supremamente importante; además, hay un hecho en la memoria histórica de Colombia: la famosa foto en la que Pastrana, en plena campaña presidencial, le regala un reloj a Tirofijo.
Después se inauguró la mesa de negociación en la zona de distensión del Caguán. Diálogo que fracasó después de dos largos años. El 20 de febrero de 2002 el gobierno anunció el fin de la zona de despeje y le declaró la guerra a la insurgencia.
Además, mientras el gobierno estaba dialogando con las Farc sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz, se estaba tramitando en Estados Unidos el Plan Colombia, una estrategia militar y social para derrotar a las Farc.
Analizando la coyuntura actual, ¿usted cree que en estos casi cuatro años del proceso de paz en La Habana, ha habido una transformación del enemigo?
Con Uribe hay un cambio en el lenguaje que empezó antes de iniciar su mandato en el 2002. Es el único candidato que dice que no va a ir al Caguán a hablar con los guerrilleros, su propuesta es la derrota militar de los enemigos del Estado. Además, afirma que en Colombia no hay un conflicto armado, sino una amenaza terrorista, lo que implica transformaciones en el tratamiento de la enemistad. Después de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, se declara que los terroristas no tienen Derechos Humanos; por lo tanto, deben ser destruidos. Entonces, la sociedad colombiana descarta la posibilidad de una negociación política con los grupos armados y con la insurgencia.
Cuando llega el presidente actual, Juan Manuel Santos, hay un giro en el lenguaje. Él afirma que en Colombia sí existe el conflicto armado y que, por lo tanto, pensar en una derrota militar es pensar en más sangre y más muertos. La necesidad de una negociación política, planteada por Santos, generó una transformación en el discurso. De hecho, los guerreristas llaman a Santos traidor.
¿Qué papel juegan los medios de comunicación en la construcción de ese enemigo absoluto?Indudablemente los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la educación de masas, pues tienen más peso en la cultura de una sociedad que la escuela. En ese sentido, los medios de comunicación ayudaron a fortalecer ese imaginario que declara que la única salida al conflicto armado es la derrota militar de la insurgencia. Cuando el actual gobierno empezó a hablar de conflicto armado y de la posibilidad de una negociación política, solo algunos medios asumieron ese giro en el discurso. Pero, en general, ha sido muy difícil desinstalar esa idea guerrerista. Fue un discurso tan reiterado en los ocho años del gobierno de Uribe que no es tarea fácil cambiarlo en la sociedad, sobre todo cuando los medios de comunicación le dan tanta vitrina a todos los sectores que se oponen al proceso de paz.
¿Cómo ve un escenario de posacuerdo teniendo en cuenta que gran parte de la sociedad sigue percibiendo a la guerrilla como un enemigo absoluto?
Si no hay un cambio en la mentalidad, indudablemente los desmovilizados de este grupo insurgente pueden ser asesinados. Casi siempre estas son las preguntas que se hace todo el mundo cuando se habla de este tema: ¿esa gente si se va a desmovilizar?, ¿si son sinceros?, ¿no van a pagar ni un día de cárcel? Todavía se cree que el problema del conflicto armado en Colombia son las Farc y la insurgencia. Pero uno podría hacer las mismas preguntas al revés: ¿el Estado va a cumplir con sus responsabilidades?, ¿habrá transformaciones en el campo, en la tenencia de la tierra, en la propiedad, en la distribución del ingreso?, ¿se va a acabar el paramilitarismo?, ¿el Estado va a acabar con los falsos positivos?, ¿los empresarios van a dejar de financiar grupos armados? Y una pregunta que hay que plantearle a toda la sociedad: ¿vamos a aprender a resolver los conflictos de una manera no violenta? El desarme de los espíritus es un cambio necesario para avanzar en la reconstrucción de la sociedad colombiana.