Hugo de Jesús Tamayo Gómez
Apenas sube las dos escalas, doña Gloria Eugenia Aristizábal Hoyos empuja la pequeña reja que no necesita asegurar. De allí ningún niño se saldría, por la alegría que demuestran al estar al lado de ella.
Algunos, cuando entran, la abrazan, otros la tocan, otros se quedan al pie de esta mujer que les sonríe constantemente. También hay unos que entran gritando y siguen corriendo a ponerse los patines para luego venir a saludarla efusivamente. Este comportamiento es parte de la rutina de la Fundación Casa del Niño y la Niña, que está por cumplir 10 años, así como la frase más difícil que escuchan estos personajes –que apenas están empezando a vivir–, de parte de ella, su psicóloga: “Venga hablemos”.
Antes de…
Aquí en Granada, cuando veíamos movimientos y presentíamos que iba a haber tiroteos o enfrentamientos, y como vivíamos en un edificio de tres pisos, bajábamos colchones para juntarnos las tres familias en una sola casa y nos poníamos a jugar cartas hasta que pasara todo, o dormíamos ahí.
A medida que avanzaba el conflicto, se veían en una esquina del pueblo grupos de jovencitos y no había poder humano que los hiciera ir a estudiar. Supuestamente embolaban zapatos y muchos de ellos vendían mecato en los buses que iban para San Carlos. Y como ya se puso que no transitaban vehículos para allá, todos se quedaron sin nada que hacer. Entonces, cuando yo pasaba por el lado de ellos, los regañaba: “¡Bueno pues, para la escuela!” O dándoles palmaditas en la espalda les decía: “¡A estudiar, a estudiar!”. Y me contestaban con una voz perdida por allá en las nubes: “Y pa-qué el es-tu-dio, e-so no sir-ve pa-na-da”. Rompían la alcancía de la iglesia, entraban a las tiendas y se robaban el mecato; otros se iban para municipios vecinos y volvían aquí muertos de la risa y contando que con una pistola de juguete les entregaban todo lo que tenían. ¡Es que ya atracaban!
Al ver esa situación, me junté con otras amigas y el personero; los empezamos a reunir en el coliseo y les dábamos clases de fútbol. Después los llevábamos a una casa, les repartíamos un ‘algo’ y de una vez les echábamos cantaleta; como yo estaba en embarazo, un ‘pelao’ de unos 12 años un día me dijo todo furioso: ”Voy a coger un pico de botella y le voy a abrir esa barriga y le saco eso que usted tiene adentro”. Empezamos el trabajo con 42 jovencitos. Mi mamá me decía: “Qué cosita la suya que no le gusten sino los gamines. Valiente gracia ir a la universidad y sacar un cartón para ponerse a hacer eso”. Y le dije: “Déjeme mamá que a mí me gusta el trabajo con esos pelaos”.
Y un día, cuando tuve a mi hija y llegué a la casa, había como 40 niños listos para conocerla y en filita se iban arrimando, unos con mediecitas, otros con un tetero… ¡Hermosos todos con su regalito! Eso me empezó a encarretar, así me haya retirado un tiempo.
Fundación Casa del Niño y la Niña
Un día de mayo de 2005 le dije a mi hermano: “Diego, hagamos algo por los niños huérfanos de Granada”. Y él me contestó: “Lo mismo estamos pensando en el grupo San Francisco de Asís. Vaya a la reunión”. Cuando fui, noté el ánimo, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Unos decían: ”reunámonos con ellos”, otros que “¿dónde?”. Que busquemos un salón prestado. Que si en el colegio, en la Casa de la Cultura… Y así era, de reunión en reunión.
Ya después comenzamos a escribir, a pensar en objetivos; íbamos a las escuelas a recoger los nombres de los niños huérfanos por el conflicto. Hicimos un registro, niño por niño, para que quedara un soporte y poder así demostrar que era una necesidad urgente y merecía atención.
Fuimos a Prodepaz, a Bienestar Familiar… y era como si esas criaturas no fueran de este mundo. Nadie nos paró bolas. Y dijimos: “¡No, qué va! Alquilemos una casa para que ellos tengan dónde llegar”. Listo, la mayoría dijo sí, “alquilémosla”. Pero, ¿y con qué plata? “Eso vale como 100 mil”, dijo una de ellas. Y dije: “Venga pongamos cada una de a 15 o 20 mil pesos. Y ya con eso alquilamos una casa cerca de la alcaldía”.
Éramos cinco. Y doña Martha Aristizábal se llevó la idea para Cali, comentándosela a los paisanos. Cuando ella regresó, en noviembre, nos dijo: “Muchachas, vea lo que traigo. ¡Tenemos ocho millones de pesos! Eso me recogí allá en Cali”. Entonces sacamos la lista de necesidades: sillas, televisor, grabadora, patines… Y nos fuimos a comprar. Y ya con todo listo nos repartimos: “Usted hace esta actividad con ellos, usted la otra…” Y así cada una. Pero, aparte de los patines –que era el enganche para los niños–, también llevamos otros juguetes y empezamos a organizar la sede. Y el 5 de diciembre de ese mismo año hicimos la primera reunión.
Como ya habíamos ido a la escuela a incentivar a muchos niños, días antes anunciamos por la emisora y en la misa del domingo: “A los niños huérfanos del conflicto los esperamos en una reunión el próximo lunes a las tres de la tarde en una casa a una cuadra de la alcaldía…” ¿Que cuántos niños iban a ir? No teníamos conocimiento. Y en el fondo tampoco sabíamos en qué nos estábamos metiendo.
Esa tarde fueron llegando niños todos tímidos. Y uno fue diciendo: “¿Aquí es que es la reunión de los huerfanitos?” Y otro: “¿Aquí fue que nos invitaron? ¿Y para qué es?”. Y con los 90 que asistieron, el padre Óscar Orlando nos hizo la misa. Luego les mostramos la casa, dijimos para qué era y ellos fueron entrando cogiditos de la mano, mirando para todas partes y preguntando por todo. Por último, los invitamos a estar con nosotros en Navidad.
En ese diciembre fuimos con ellos a recoger tierra para sembrar matas. Armaron casitas con cajas de cartón y con esas casitas hicieron el pesebre… Listo, celebramos la Navidad ¿Y ahora qué? –nos preguntamos–. Les creamos expectativas y el otro año ¿qué vamos a hacer con estos muchachitos? Teníamos para el arriendo y con qué ponerlos a jugar, pero se veían otras necesidades.
A partir de esa experiencia, hubo gente que empezó a decirnos: “Mensualmente me comprometo con tanto”. Entonces con esa plata pagábamos servicios. Con las donaciones de otros les dábamos algo, pues muchos niños acabando de llegar y sin empezar la actividad, decían: “Dennos el desayuno ya, que tenemos hambre”. Nunca les hemos faltado con el refrigerio.
Después conseguimos esta casa donde estamos ahora. Y al señor que nos la alquiló le dije que, si algún día la iba a vender, nos la ofreciera a nosotros primero. A los dos o tres meses llamó a decirnos que si era verdad que se la íbamos a comprar. Y le contestamos: “Sí, claro”. ¡Ay!, puro cuento de nosotros, ¡de dónde íbamos a sacar 35 millones de pesos, que dijo que valía, si cada uno de nosotros tenía que dar, fuera de sus días de trabajo, 20 mil pesos adicionales para sostener el arriendo!
Llamamos a mi compañera, que siempre ha sido nuestra embajadora en Cali, y le dije: “Doña Martha, van a vender la casa”. Y le mencioné el valor. Me contestó: “Póngase a rezar con los niños, vamos a ver qué hacemos”. Y con todos los muchachitos nos pusimos a rezar. Y el señor volvía y llamaba: “¿Sí es en serio que me la van a comprar? Es que tengo más clientes interesados”. Y nosotros: “Sí, tranquilo que ya estamos en esas”. En abril, un señor en Cali le dijo a doña Martha que se viniera a negociar la casa.
Una larga mirada
Doña Gloria, después de saludar a los niños que van entrando y que se ponen a montar patines, prende un computador y empieza a abrir archivos y a mostrar. Dice:
Vea este niño. Al papá, que era ayudante de una escalera, lo mataron el 5 de mayo de 2002, el día que nació mi hija. Vea esta niña. Maltratada por la madrastra; el papá estuvo en varios bandos durante el conflicto y luego se suicidó. Ella mantenía diciendo: “Yo soy una niña muy juiciosa, yo no lloro. Mi papá, antes de morir, me contaba que, cuando mataron a mi mamá, él se escondió conmigo en una huerta y me decía: ‘No vaya a llorar porque nos encuentran y también nos matan’. Y que no lloré”.
¡Vea este niño! Él nos hacía reír mucho porque comentaba que lo mejor que le había pasado por la muerte del papá era tener la oportunidad de pertenecer a la Casa del Niño. Era de la vereda Los Planes y se mantenía orgulloso por allá repitiéndole eso a los otros niños. Y que un compañerito en la escuela un día le dijo: “Ojalá mataran a mi papá para pertenecer a la Casa del Niño, como usted”.
Esta es la niña más pequeñita que ha estado aquí. Llegó de 18 meses. Vea estas dos niñas: a esta le mataron la mamá y en el entierro mataron al hermano saliendo del pueblo, y a esta otra, con seis añitos, le tocó salir corriendo a decirle al papá que bajara a la carretera que a la mamá y a la hermanita las habían matado en el bus. Ella nunca me quiso hablar. Siempre me decía: “No me pregunte nunca por mi hermana y mi mamá. Algún día hablaré de eso con alguien, pero ahora no quiero”.
Doña Gloria hace una pausa y luego sigue contando:
Esta es Mónica Hoyos. Me impactó muchísimo cuando conversé con ella. Lloró, lloró mucho. Me decía que, después de que mataron al papá, ella tenía que decidir entre estar en el internado o estar con la mamá. Pero que en el internado al menos le garantizaban un chocolate; si se quedaba con la mamá, sólo podía tomar agua para irse para la escuela. ¡Huy!, a mí eso me… Y las carticas de ella los diciembres. Recuerdo una textual: “Niño Dios, en esta Navidad le pido que encontremos los huesos de mi hermanito para que mi mamá no sufra”. Esa era la súplica de Mónica año tras año, encontrar los restos del hermano para que la mamá no llorara tanto. ¡Todavía duele contarlo!
Este niño llegó de unos seis años y tenía guardada la ropa del papá. Que él estaba vivo y que algún día iba a volver. Y le decía a la mamá: “No me regale ni me quite de ahí la ropa de mi papá porque él va a volver”. Y si no vuelve, entonces cuando yo sea grande me la voy a poner. Él le permitía a la mamá tener novio, pero que no le mencionaran la palabra matrimonio: “es que usted ya es casada y mi papá va a volver”.
Esta es Daniela. Cuenta que cuando le mataron al papá, en ese tiempo daban la novela La potra zaina. Y que él llegaba de la huerta y le decía: “¿Adónde es que está mi potrica? A ver mi princesa, cánteme la canción de La potra zaina”. Entonces ella decía aquí: “Yo siempre le cantaba la canción antes de la novela”. Y que él feliz; que cuando él llegaba ‘sudao’ y todo sucio del trabajo, se tiraba en la cama con los chiquitos encima de la ropa y la mamá le decía: “Usted sí es desconsiderado, esa ropa la acabé de entrar lavadita”. Y que él le contestaba: “Déjeme jugar con mis niños que esa ropa la volvemos y la lavamos”.
Este es Davidcito. El día de la masacre de los paramilitares, el papá se fue a buscar un teléfono público para avisarle a la mamá que él tenía al niño. Y cuando estaba haciendo la llamada le dispararon. Entonces David dice que el papá primero lo agarró duro mientras escuchaba los disparos y después lo fue soltando y lo fue soltando hasta que cayó al suelo. Entonces David salió despavorido para la plaza a decirle a la mamá que al papá lo habían matado. De cinco años.
Otras historias
Todas las Navidades las celebramos y a cada uno le damos un regalito. Un año nos reunimos a discutir qué les íbamos a dar y decidimos que cobijitas viajeras. Entonces doña Martha nos colaboró con los amigos de Cali: uno le daba dos, otro una, otro tres y así. Y el 18 de diciembre me llamó ella y me dijo: “Desde hoy le mando doscientas cobijas para que le alcancen a llegar para Navidad” ¡Y cómo ha de ser que la Dian las decomisó en el camino! Y nos fuimos, le comentamos a un funcionario que eso era una recolecta que hicieron los paisanos del municipio de Granada, en Cali, para celebrarle la Navidad a los niños huérfanos por la guerra. Entonces ese señor todo triste nos contestó: “¿Y ustedes por qué no habían hablado eso desde el principio? ¡Cómo es que no mandan siquiera una remisión!” Y él, con pesar y todo, no pudo hacer nada. Y por más que tratamos de hacer que nos las devolvieran, no fue posible. Y a los niños les dijimos que el regalo de este año se estaba como embolatando; ellos quedaron todos desilusionados con esa noticia.
Como un paisano de Granada quería celebrarle la Navidad a las viudas del municipio, nos fuimos para Medellín a su casa y le contamos la historia. Y ahí, en la misma casa, me entregó ¡cinco millones de pesos!, y me dijo: “Tome esto y me hace el favor y se va de una vez y me les compra todas esas cobijitas a los niños y a las mamás les da de a un mercado”.
Doña Gloria hace una pausa para atender a un niño que, montando muy diestro, entra en patines hasta la oficina y entregándole un objeto, le dice: “¿Me arrecuerda de eso cuando nos vamos a ir?” Y ella, no sin antes corregirle “Me recuerda”, le contesta: “Sí mi tesoro, vaya que yo estoy aquí ocupadita”. Y acomodándose de nuevo en su silla, medita para conectarse con más historias. Dice: “¡Jum!, anécdotas son las que hay”.
Vea el niño que dijo que me iba a abrir la barriga. Un día vino a despedirse que porque los paramilitares le habían matado al papá. Y me dijo: “Esos paracos me pagan la cabeza de mi papá. Me voy a prender de un arma para ir a matarlos a todos esos hijuetantas”. Y después en un combate se escapó y llegó aquí con una granada y me dijo: “Ayúdeme a salir, yo me quiero reinsertar, que si esos hijue… no sé qué vienen a buscarme, yo les tiro esta granada”. Y las autoridades lo lograron sacar del pueblo para el programa de reinserción.
Y así como le colaboramos a ese joven, un día le recibí a la rectora de la escuela, por dos meses, más de 40 niños que no soportaba ni Mandrake: necios, rebeldes y agresivos. Como no los podían despedir, me dijo: “Haga lo que pueda”. Y empecé a trabajar con ellos. Y en una actividad en un salón empezaron a decirse palabras soeces y luego a pegarse. Entonces yo bregaba a controlar a uno y los demás muchachitos al otro. Y en medio del forcejeo y la rabia yo les decía: “Muchachos, las cosas no se solucionan así” ¿Qué pasó?, venga hablemos”. Y uno de los niños me gritó muerto de la ira: “¡Es que como quiere que yo trate bien a este… si los tíos de esta gonorrea fueron los que mataron a mi papá!”. De todos modos yo apacigüé la cosa y pude lograr que se reconciliaran antes de irse para la casa.
Pero esos niños, en los juegos, lo mismo: entre todos armaban unos muñecos en unas montañas y empezaban: “taque, taque taque, ¡que tome, tome! Que vea le voleo chumbimba por lo que le hizo a mi mamá. Y tome y traque trrrrr, por lo que le hizo a mi papá”. Y haciendo figuras con fichitas de Armotodo, aquí eso era un voleo de plomo imaginario.
Todo ese trabajo llegó a oídos de Bienestar Familiar, y de esa institución mandaron a unos funcionarios y estuvieron un tiempo haciendo unas investigaciones. Y todo lo que pasó fue que volvieron a los niños una estadística y ya. También los políticos han tratado de meterse y nosotros les decimos que no nos falta nada. Que cuando las cosas son de Dios, siempre va a haber alguien que esté ahí para aportar. A veces las donaciones caen, pero siempre hay una solución. Por ejemplo, el año pasado empezamos débil económicamente. Hicimos una rifa, los niños vendieron las boletas y con eso conseguimos para el refrigerio de casi todo el año.
Pero aquí no solo son refrigerios o juegos. Cada ocho días trabajamos con ellos un valor: la generosidad, la convivencia… Pero aparte de eso, no se hacen cosas extraordinarias. Simplemente vienen a hablar de diferentes temas, de sus historias. A juntarse para ver una película, un partido, a salir a la cancha. Otro día decimos: “Hoy no hagamos nada, vamos a ver fotos”. O “venga fritemos buñuelos”. Ellos son felices el día que les toca cocinar. Eso sí, cada ocho días se va sacando de sus juegos a algunos niños, unos cuantos minutos, para charlar con cada uno de su problema. Porque para nosotros lo más importante es que ellos sanen las heridas que les quedaron, que sanen su interior.
Cuando van a salir a vacaciones de la escuela arman fiesta, pero los niños dicen que lo único maluco es que de aquí de la Fundación también se sale a vacaciones. Y por la calle, en enero, me ven y varios me preguntan: “¿Cuándo empieza la Casa del Niño?
Doña Gloria le da un nuevo clic a las últimas fotos y comenta:
Vea, esta es Mónica; salió el año pasado. Este niño terminó hace dos años. Este se gradúa este año. Este está en octavo. Este es Cristian, ahora trabaja en la alcaldía… Es que ya hoy los hijos de la guerra se nos están acabando, entonces recibimos población vulnerable. Por ejemplo, niños con la figura paterna ausente.
Y así, doña Gloria termina de hacer, al pie de la pantalla, el balance de 10 años de gestión mostrando cantidades de fotos. Cada una, a pesar de recordarle una tragedia, también le trae satisfacciones, tanto a ella como a sus compañeras, pues son cientos de huérfanos que han llegado sin asimilar su tragedia y han salido con un proyecto de vida definido.
Ya llevamos diez años y estamos satisfechas trabajando sin ninguna remuneración. El día que esto se haga por dinero, pierde su sentido.
Con estas palabras, doña Gloria se para de su asiento para recibir al grupo de niños que entra al turno de las cuatro: a saludarlos, a escucharles sus gritos al llegar, a disfrutar viendo cómo se ponen los patines… Y ellos, los niños, también saben que, en medio de las actividades, doña Gloria, que es la psicóloga, llamará a varios de ellos y les va a decir: “Venga hablemos”.