En el municipio de Caldono, Cauca, una familia indígena Nasa elaboró una mochila de lana que midió 2.66 metros con el objetivo de resaltar el trabajo de las mujeres Nasas con los tejidos.  

 

Por: Lucy Fernández Mestizo

Hace diez años a Yesid Caña y su familia les surgió la idea de elaborar una gran mochila que le diera valor al tejido que realiza la mujer nasa. Cansado de ver que su esposa salía al mercado a ofrecer sus mochilas y que a las personas no les interesara, decidió trabajar en esta idea junto con su familia que, sin imaginar el tamaño y el trabajo que implicaría, apoyó a Yesid. Así, con su esposa y sus tres hijos, en 2011 comenzaron a tejer un sueño que culminó en el año 2021.

Yesid Caña es agricultor, aprendió a tejer con la ayuda de un profesor cuando cursaba la primaria. Él y su familia viven en la vereda El Rincón ubicada en el resguardo de Caldono, en el departamento del Cauca. Su esposa Teresa Mensa, es ama de casa y también trabaja en la agricultura. Tienen tres hijos llamados Mayerly Caña Mensa, Yanet Caña Mensa y Fran Edinson Caña Mensa, todos Nasa yuwe hablantes y tejedores, un arte que aprendieron de Teresa quien les enseñó con el fin de preservar la cultura de su pueblo.

Teresa aprendió a tejer desde que tenía 11 años de edad, gracias a las enseñanzas de su madre que era una mujer tejedora: “Mi mamá nos decía aprendan a hacer las mochilas que eso les sirve para ustedes mismos”. Ella empezó tejiendo mochilas sencillas, sin ningún tipo de figuras, también tejía ruanas y cobijas de lana para uso familiar. A los 15 años aprendió a hacer figuras solo observando a las demás tejedoras de la región, sin embargo, Teresa sentía que debía mejorar y les pidió ayuda: “Las compañeras tejedoras me enseñaron cómo mezclar los colores para las figuras, y así empecé, haciendo mochilas para mis hijos, para que fueran a la escuela”, comentó.

En el 2011, Teresa se disponía a tejer una mochila para su hija, como era su costumbre, pero Yesid le propuso tejer una gran mochila. “Yo no entendía que tan grande hasta que me dijo: ‘grande, así como la casa’”, recordó Teresa. En ese momento ella pensó que no iban a terminar una mochila tan grande porque eso implicaría tiempo y dedicación. Así mismo le surgieron algunas inquietudes sobre ¿cómo iban a conseguir los materiales? ¿cómo iba a dividir el tiempo entre los quehaceres de la casa, el cuidado de los hijos, el trabajo en la finca? Siendo este último la fuente de sustento familiar que no podían dejar de lado. “Ese era mi pensamiento, pero mis hijos decían nosotros ayudamos a tizar la lana y a tejer, y fue así como iniciamos. Yesid siempre nos animaba y nos decía: ‘hagamos esa mochila grande y vamos a mostrarla en todo el pueblo y con esto nosotros salimos adelante, así terminemos de tejer en diez años’”, relató Teresa.

Yesid Caña y su familia, vereda el Rincón, Caldono. Foto: cortesía familia Caña.

Con todos los temores y los gastos que implicaba conseguir los materiales, se inició tejiendo una jigra en cabuya, pero al darse cuenta que no rendía en el tejido se cambió por una mochila de lana de ovejo y el reto fue conseguir la suficiente lana para esta gran mochila.

Para conseguir lana, Yesid se desplazó por varias veredas de Caldono con el fin de comprar la suficiente para tejer, pero le costaba 50 mil pesos un vellón, lo cual significaba un cuerpo de lana del ovejo que equivalía a una libra. Después, les tocaba hacer el proceso de lavado, “esto tenía mucho trabajo porque tenía que lavarla, arreglarla para que quedara suave, porque la lana traía mucha basura como cadillo y  pequeñas astillas de palo”, contó Teresa. En este proceso, ella se gastaba un día y luego la colocaba a secar para comenzar el siguiente trabajo que era hilar. Teresa empezó hilando a mano, pero no le rendía, además las manos se le ampollaban y había días en que sus dedos le dolían.

Al ver esto Yesid acondicionó una maquina hiladora mediante tubos, tablas y un motor. Con esta máquina se logró hilar más rápido y así Teresa, su hija Mayerly y Yesid iniciaron tejiendo la base de la mochila. Esta base se inició en forma de espiral con una mezcla de colores entre blanco y café que para el pueblo Nasa representan la vida y el conocimiento infinito, esa conexión con lo espiritual, así como sucede con el cordón umbilical que conecta al hijo con la madre al nacer. Para este tejido la familia disponía de dos horas en las tardes todos los días, pero al irse ampliando la base de la mochila se necesitaba más lana, ya que una libra se terminaba en un día. “Nosotros en un día le dábamos dos vueltas a la mochila y eso elevó el costo económico para mí”, reveló Yesid.

Pese a esto, la familia lograba conseguir lana y continuaba con el tejido. En este trabajo, tejiendo como familia, pasaron siete años. Cuando transcurrió ese tiempo Teresa comenzó a desesperarse porque la mochila no avanzaba: “Yo me sentaba dos horas a tejer, pero eso no rendía y uno se desanimaba, porque yo quería hacer de cuatro a cinco vueltas, pero solo lográbamos hacer media vuelta”, teniendo en cuenta, eso la familia optó por no continuar y decidió guardar el tejido.

Sin embargo, Yesid persistió en la idea de darle continuidad y decidió pedirle ayuda a Diana Lucia Tróchez, Yeni Alos y Floresmira Bomba. “Mi marido fue donde estas mujeres, que era sus familiares para que nos ayudaran a tejer y ellas aceptaron”, contó Teresa.  Con estas tejedoras retomaron el tejido y este fue creciendo, y, con ello, la idea de mostrarle al mundo el trabajo de la mujer Nasa de una forma llamativa fue cobrando más fuerza, pero a la vez le generaba más gastos a la familia. “A mí me fue quedando grande conseguir más lana, pues las tejedoras venían dos horas en la tarde y había que brindarles algo de tomar y de comer”, recordó Yesid. Sumado eso, la lana empezó a escasear en Caldono.

Tejedoras: Mayerly Caña, Teresa Mensa, Diana Lucia Tróchez, Yeni Alos y Floresmira Bomba. Foto: Yesid Cañas.

 

Una pausa en el tejido

La familia estaba muy agobiada por la falta de recursos económicos para terminar la mochila, además llegó el tiempo de la cosecha de café y debía atender el trabajo de la finca, por lo que dejó de tejer por dos meses. Pasado este tiempo y teniendo en cuenta sus costumbres, Yesid y sus parientes debían continuar con el tejido ya que desde la visión Nasa el no continuar traería repercusiones para la familia. “Según orientan los mayores, un tejido, sea del hombre o de la mujer, se debe terminar porque, si no, uno sigue así toda la vida”, expresó Yesid, a lo que Mayerly agregó: “Según mi abuela, si uno deja a medias un tejido luego ya no vuelve a tejer así de bonito”. Teniendo en cuenta las creencias como Nasas realizaron un ritual familiar con el sabedor espiritual, quien les realizó una limpieza y les abrió el camino para poder continuar. “Se armonizó porque es nuestro vivir, además él sabedor espiritual nos orientó que si ya se había empezado se debía terminar”, dijo Yesid. Así mismo, el mayor les dio ánimo y les agradeció por seguir los pasos de los mayores en ese aporte al fortalecimiento de la sabiduría Nasa.

Yesid toco muchas puertas buscando ayuda, fue al programa de la mujer que tenían el resguardo y al cabildo San Lorenzo de Caldono, quienes les ayudaron a conseguir lana en los resguardos de Jambaló y Kisgo. “Cada año que pasaba era la desesperación porque no veíamos que avanzará, llegaban personas a dar ánimo y eso era valioso”. Sin embargo, hubo un momento en que llegaron dos personajes de la vida política que vivían en el pueblo, en Caldono, y le ofrecieron a esta familia ayuda económica. “No eran Nasas, eran blancos y ellos nos iban a dar la plata, nos decían que pagaban a las tejedoras, pero yo les dije que lo pensaría”, recordó Yesid. Ante esta propuesta la respuesta fue un no, esto debido a la malicia indígena, expresó Yesid, quien dijo que esta siempre advierte y explicó que “como eran personas blancas e iban a colocar dinero, después cuando vieran el trabajo terminado de pronto llegaban a reclamar su parte o lo que es peor, a quitarnos la mochila, uno no se puede confiar”. Por eso les agradeció por la gentileza, pero les respondió que no.

Telar construido por Yesid Cañas para agilizar el proceso de fabricación de la mochila. Foto: cortesía familia Caña.

Pese a lo difícil que era conseguir recursos para comprar lana y alimentar a las personas que trabajaban en el tejido, Yesid continuó tejiendo con su familia, algunos vecinos cuando se percataron del tejido llegaron a su casa y los desanimaron, porque no creían en el sueño de la familia Caña. Algunos comentaban que una mochila tan grande nadie la compraría y que estaban perdiendo el tiempo. “También nos decían: ‘se volvieron locos’”, recordó Maryely. Pero ella hizo caso omiso a los comentarios y continuó tejiendo. “Cuando nosotros comenzamos a tejer, yo me soñé con una mochila grande con espirales,” dijo Mayerly, quien agregó que mediante el sueño la naturaleza le estaba revelando como iba a quedar la mochila y que ellas iban a terminar el tejido.

Cuando llegaba la hora de tejer las mujeres se reunían, era un espacio para compartir, trabajar en equipo y coordinarse, pues las tejedoras tenían distintas formas de tejer “a veces una halaba mucho el hilo, entonces la mochila se encogía o la otra tejía muy suave y entonces la mochila quedaba inestable”, explicó Mayerly.

Cuando llegó el momento de hacer las figuras hubo varias dificultades, pues para las tejedoras esta era una nueva experiencia, además de un trabajo en equipo que se iba dejando apreciar con cada puntada que daban. “Al comienzo nosotras no sabíamos cómo empezar el primer rombo, nosotras habíamos tejido mochilas pequeñas, pero una grande nunca y empezamos con muchos errores y nos tocó desbaratar el tejido en muchas ocasiones”, reveló Mayerly. Deshilar el tejido para ellas significaba deshacer dos o tres vueltas y eso equivalía a un día de trabajo. Cuando esto ocurría las tejedoras se llamaban la atención entre todas e, igualmente, buscaban una posible solución para corregir esas dificultades. “En el tejer se ve la unión y esa fuerza de la familia, pues cuando alguna se cansaba llegaba la otra y le ayudaba”, dijo Mayerly.

Después superar las dificultades que le ocasionó la elaboración del primero rombo las tejedoras continuaron tejiendo simétricamente y ya no hubo espacio para los errores, pues todas se conectaron con el tejido y cada una fue plasmando su sabiduría en cada puntada “Las mujeres cuando tejen colocan una idea, cada puntada es una idea, una experiencia que está llena de sabiduría que nos lleva a hacer memoria” dice Yesid.

 

Última puntada

Para el año 2020, Yesid logró obtener un apoyo económico del Programa de Educación Bilingüe (PBI), del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que vio la importancia cultural que representaría esta mochila de la familia Caña. Con este incentivo logró continuar y tener un alivio para poder darle las últimas puntadas a la mochila. Además, pensó que si lograba terminarla en ese año, podía presentar el trabajo en la celebración de los 50 años del CRIC que sería al año siguiente.

Aunque la mochila no se pensó para esta celebración, este espacio era propicio para exponer este trabajo familiar y un evento importante para visibilizar el trabajo de las tejedoras, motivar a más personas y, sobre todo, dignificar el tejido de la mujer Nasa. Tiendo en cuenta esto la familia continúo tejiendo hasta que el 30 de diciembre de 2020 dio su última puntada. “Cuando terminamos nos dio mucha alegría porque ya habíamos terminado la mochila grande y además porque había un motivo: presentar el trabajo en los 50 años del CRIC”, dijo Mayerly.

La mochila quedó de 2.66 metros de alto y 190 de diámetro con un peso de tres arrobas. Fue adornada con 22 rombos los cuales quedaron ubicados en tres partes, siete arriba, ocho en centro y siete en la parte de abajo. “Nosotras terminamos la mochila, aunque yo la había soñado con espirales quedó con rombos, pero fue un trabajo de mucho aprendizaje, como la unidad familiar”, expresó Mayerly. Estos rombos para la familia Caña representan los tres espacios espirituales “desde la cosmovisión Nasa, son tres espacios: el de encima que lo vemos, pero no lo tocamos, aquí está el trueno, el aire, las nubes, y el arco iris. El espacio del centro donde estamos nosotros, la naturaleza y el sabedor espiritual. La parte de abajo es lo subterráneo donde habitan otros espíritus”, explicó Yesid.

Ahora solo faltaba hacer la tuenda (cargadera), para eso la familia empezó a pensar en cómo iba a quedar y en que símbolos iban a tejer. La tuenda se tejió con 11 símbolos, estos no se colocaron al azar, para ello la familia pensó en lo que la identificaba como Nasas: “Las figuras se hicieron según la cultura y pensando en los símbolos que usaban las mujeres en sus tejidos, es así que los símbolos fueron: el de la familia, la casa Nasa, el maíz, el trigo, la tulpa, el fogón, la luna, el sol, las trenza, el rayo, el rombo y la espiral”, describió Yesid.  Las tejedoras se gastaron un mes y medio elaborando la tuenda, la cual quedó con 8.35 metros de largo por 57 centímetros de ancho.

Foto: programa de comunicaciones del Cric.

Finalmente, para mediados de febrero del 2021 el tejido estaba completo, pero había algo que inquietaba a las tejedoras: “Nosotras cuando estábamos terminando éramos muy contentas, pero nos daba miedo ir a hablar en medio de tanta gente”, reconoció Mayerly. Aunque ellas tenían todo un conocimiento, el miedo de hablar en público las aterraba, sin embargo, Yesid las animó y así llegaron a la conmemoración de los 50 años del CRIC donde tenían un espacio para presentar el tejido y poder contarles a los participantes sobre este proceso y, de alguna, manera motivar a las demás tejedoras de la región.

“Cuando nosotros llegamos al evento muchas personas quedaron asombradas, aunque muchos solo se tomaron fotos y pocos preguntaron sobre el proceso de elaboración, cuando allí estaban las tejedoras”, dijo Yesid. Las personas que se acercaron a dar las palabras de ánimo y felicitaciones por el tejido fueron muy pocas, incluso las tejedoras que estuvieron los cinco días olvidaron su temor de hablar, porque no hubo muchas preguntas sobre su trabajo. Cuando Yesid tuvo la oportunidad de hablar desde la tarima contó sobre el proceso y resaltó el valor cultural del tejido de la mujer Nasa, el cual, dijo, debía ser valorado porque detrás de cada tejido hay esfuerzo y dedicación. Sin duda este espacio fue fundamental para la presentación de la mochila familiar, que fue la novedad durante el evento, pero más allá de eso, agregó Yesid, logró sembrar inquietudes en las demás tejedoras que estaban presentes, pues nadie imaginó poder tejer una mochila tan grande.

Después de ver este magnífico trabajo algunas personas quisieron obtener la custodia de esta mochila, pero Yesid manifestó que no, pues los pioneros de la idea habían sido los miembros de su familia y por lo tanto ellos debían conservarla. Además, solicitaron la custodia, no contaron con la opinión de las tejedoras que eran las que habían dedicado su tiempo y esfuerzo. “A lo último les agradecí a todos los que nos brindaron ese apoyo, pero nosotros nos quedamos con la mochila, mediante el dialogo se logró hacerles entender” esa decisión, manifestó Yesid.

Ahora, la familia Caña tiene el sueño de inscribir este tejido en los Guinness World Records donde ve un espacio para dar a conocer este trabajo a nivel mundial, y así continuar sensibilizando sobre el esfuerzo que hacen las tejedoras y ese valor cultural que tiene para el pueblo Nasa.  “Solo esperamos que este trabajo familiar continúe teniendo impacto local, regional, nacional y quizás internacional. Y que se apoye este arte para que cada tejedora pueda soñar, logre impulsar su tejido y se continúe promoviendo la cultura a través del tejido que, finalmente, es una forma de conservar nuestra memoria como pueblo Nasa”, concluyó Yesid Caña.