El asesinato del artista Dumar Mestizo preocupa a las comunidades indígenas del Cauca, pues la persecución que sufren desde hace dos años ya no es solo contra los líderes y miembros de la Guardia Indígena.
Por: Juan Camilo Castañeda
Fotos: archivo particular
Cuando Dumar Mestizo caminaba por las calles de Jambaló o de la vereda La Esperanza con baldes de pintura en la mano, los vecinos le decían, a modo broma, que ya era hora de manchar y dañar los muros. Él, siempre con una sonrisa, les respondía que sí, que los pintaría con los sentimientos y las ideas del pueblo nasa, comunidad indígena a la que pertenecía.
La experticia de Dumar era plasmar en los muros los paisajes del norte del Cauca, en especial la naturaleza montañosa en la que vivió sus 24 años. Según cuenta uno de sus mejores amigos, se inspiraba en los elementos simbólicos y espirituales de la cultura nasa: “Por eso era recurrente que pintara el rayo, las lagunas, los picos de las montañas, los ríos y el cóndor”.
Una vecina que lo vio crecer en la vereda La Esperanza, en Jambaló, recuerda que desde muy niño Dumar empezó a inclinarse por el arte como una forma de expresar sus ideas, alguna vez, sorprendida por los dibujos que realizaba, le preguntó que de dónde sacaba las ideas, a lo que el muchacho le respondió que dibujaba lo que soñaba en las noches. “Sus murales son muy bonitos, tienen unos colores y unas imágenes que hablan de nuestra cultura y que por lo mismo es difícil de expresar como él lo hacía”, explica.
Pero en su trabajo, además, destacaban los elementos políticos, las consignas que históricamente han reivindicado los indígenas en el Cauca y las palabras de sus autoridades espirituales y políticas que reivindicaban la autonomía de los pueblos originarios en los territorios ancestrales. Por eso, algunos de sus murales estaban acompañados con frases como: “Podrán matarnos, pero nunca callarán nuestras voces”.
Para una de sus vecinas no cabe duda de que esa visión política es la herencia que obtuvo Dumar de su padre, el líder Marino Mestizo, asesinado el 23 de junio de 2009, quien fue presidente de la Junta de Acción Comunal de La Esperanza y, en su momento, fue una de una de las voces más potentes en la resistencia civil pacífica que emprendieron los comuneros del Cauca a finales de la década del 2000 para exigir a grupos insurgentes, paramilitares y Fuerzas Militares que los dejaran por fuera de la confrontación armada, pedir respeto por sus vidas, la protección de sus derechos y sus territorios. Al no ser escuchados por estos actores, los indígenas organizados se movilizaron y los expulsaron de los territorios, erradicaron los laboratorios de procesamiento de droga, y exigieron la eliminación de las minas antipersonal instaladas en su tierra y protegieron a los jóvenes que eran seducidos por las armas. Ser una voz visible en estos procesos le costó la vida a Marino Mestizo.
Y Dumar decidió seguir el camino de su padre, no desde el campo de la organización política, sino desde el arte. “Aquí nos oponemos todos a la ocupación del territorio por parte de los grupos armados. Dumar lo hacía desde la cultura. El narcotráfico seduce a los jóvenes con dinero para que trabajen para ellos, desde el grupo juvenil, donde era profesor, él los seducía con la pintura, el tejido y la danza. Les ofrecía un espacio sano que aportara otros caminos a sus planes de vida”, explica uno de sus amigos.
Por eso, aunque los medios de comunicación reprodujeron la hipótesis de que la muerte de Dumar Mestizo ocurrió en un intento de robo, para vecinos y amigos, el homicidio se debió a la labor política que realizaba desde el arte.
La persecución contra los indígenas en el norte del Cauca
Una de las autoridades ancestrales del cabildo indígena de Jambaló, recuerda a Dumar como un muchacho comprometido con la comunidad. Dice que su asesinato le produce especial preocupación debido a que el joven no pertenecía a la Guardia Indígena y, aunque ejercía un liderazgo desde el sector cultural, no era una autoridad, grupos específicos que en los últimos dos años han sido blanco de los ataques cometidos por distintos grupos armados.
Por su parte, Jhoe Sauca, integrante del Programa de Derechos Humanos del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), comenta que días antes a la muerte de Dumar algunas autoridades en el norte del Cauca recibieron amenazas por las acciones que adelanta la institucionalidad indígena contra organizaciones criminales y con las que buscaron presionar la liberación de integrantes de estos grupos que han sido juzgados en tribunales de justicia de los pueblos indígenas. “Que si no cumplían, cada tres o cuatro días habría un muerto”, dice Jhoe.
Para la autoridad indígena consultada por Hacemos Memoria, la persecución contra las comunidades indígenas en el Cauca es histórica. Sin embargo, explica que la particularidad de la situación actual es la presencia de diversos actores armados, que no son fácilmente reconocibles y con los que no hay interlocución porque, a diferencia de años anteriores cuando el conflicto armado era entre el Estado y las Farc, los grupos que han llegado están estrictamente relacionados con las economías ilegales, especialmente el narcotráfico y la minería, sin tener mayor referencia política.
Justamente, el Acuerdo Final de Paz que se firmó hace tres años en el Teatro Colón de Bogotá ofreció una perspectiva de cambio a las comunidades indígenas del Cauca. Jhoe afirma que por un lado vieron posible el fin de la violencia originada por las Farc y las Fuerzas Militares en sus territorios y que por otro se beneficiarían de la implementación del Acuerdo, especialmente en lo referido a la sustitución de los cultivos de uso ilícito.
Sin embargo, ya se confirmaron algunos de los temores que previeron en ese momento. El primero, que, tras la dejación de armas de las Farc, actores como el ELN, el EPL, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, las Águilas Negras e incluso el Cartel de Sinaloa, coparon los espacios abandonados por esa guerrilla. El segundo, que a la fecha no hay avances significativos en los programas y proyectos del punto cuatro del Acuerdo, referido al narcotráfico. “Después de la firma del Acuerdo hubo como un descanso breve respecto a la violencia, se acabaron los enfrentamientos, las tomas guerrilleras, bajaron los secuestros, pero en el 2017 empezaron a ocurrir nuevamente, especialmente contra las autoridades y la Guardia Indígena”, explica la autoridad indígena.
“Lo que pasa ahora es una reconfiguración de los actores en el territorio, que quieren controlar los negocios ilegales como el narcotráfico y la minería ilegal”, agrega Jhoe. En esa reconfiguración de los actores armados en el Cauca quedaron en medio las comunidades indígenas que defienden desde la institucionalidad de sus pueblos la vida, los derechos humanos, el territorio y el medio ambiente amparados en la autonomía que les da el derecho propio.
La autoridad indígena consultada para este informe explica que el movimiento indígena a través de la palabra hace un control del territorio, tanto al interior de sus comunidades como de personas que son ajenas a ellas. “Nosotros no permitimos el tráfico y la venta de alucinógenos o armas, evitamos que roben vehículos, cuando eso ha ocurrido los hemos recuperado y devuelto a sus dueños, hemos incautado cargamentos de cocaína y marihuana. Entonces, eso trae consigo malestar para la gente que se beneficia de esos negocios y por eso inician una serie de persecución contra nosotros, especialmente contra la Guardia Indígena y las autoridades”.
En lo que va del 2019, según datos del CRIC, han asesinado a 48 indígenas en el Cauca, cifra que duplica las víctimas que se produjeron en el año 2018. Esto, más los desplazamientos que se han producido, las amenazas, la circulación de panfletos, el reclutamiento de menores y las restricciones a la movilidad que imponen los grupos armados en algunos territorios llevaron a las autoridades ancestrales del CRIC a declarar la situación de emergencia para la defensa de la vida desde agosto de 2018.
Los indígenas consultados sienten que esta situación no ha sido atendida por el gobierno departamental y nacional y cuestionan que la única solución que les han planteado es la militarización de los territorios ancestrales, algo que para ellos ya ocurre y que complejiza más la crisis, pues denuncian posibles relaciones entre las estructuras criminales y la Fuerza Pública. Ponen de ejemplo que la Guardia Indígena en el territorio decomisa y destruye cargamentos de drogas, mientras que, en las carreteras, por donde más circulan este tipo de cargamentos y donde hacen presencia la Policía y el Ejército, en pocas ocasiones se registran decomisos. “Con las armas no se resuelve este problema, se requiere un esfuerzo real en resolver las problemáticas sociales de fondo”, comenta la guardia indígena.
La estrategia de las comunidades indígenas seguirá basada en los métodos pacíficos, buscando el diálogo, movilizándonos, denunciando en la escala nacional e internacional y apelando al principio de unidad de nuestro pueblo, para autocuidarnos, proteger nuestras vidas y el territorio.
Guardia Indígena del Cauca
La crisis que atraviesan los indígenas en el Cauca interrumpe proyectos de construcción de paz. Con el asesinato de jóvenes como Dumar Mestizo, por ejemplo, se trunca el sueño de construir una escuela artística y cultural.
Para vecinos y amigos, así como Dumar emprendió un camino de transformación desde el arte en memoria de su padre, ahora la comunidad, y especialmente los estudiantes, deben comprometerse para no perder el legado del joven artista y continuar con la materialización de los sueños y proyectos que tenía con su pueblo.
*Los nombres de algunas fuentes fueron omitidos por motivos de seguridad.