El arte de hacer cerveza solo fue conocido por las Farc tras los Acuerdos de Paz. Actualmente, un grupo de excombatientes se dedica a fabricar la bebida con sello propio como un proyecto económico sostenible. Así nació La Roja.
Por: Adrián Atehortúa
Foto: cortesía Lubianka
Es común escuchar entre los excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) que en la selva los momentos para echarse unos tragos eran muy escasos. A excepción de fechas muy específicas y muy especiales, como un año nuevo, por ejemplo, beber era prácticamente una actividad prohibida. Hacerlo podía conllevar a una sanción para quien lo hiciera fuera de los momentos establecidos. De lo poco que se bebía, poco era fabricado por ellos mismos y se trataba, básicamente, de fermentados como el guarapo, la chicha o el chirrinchi. La cerveza era un arte que se les escapaba. Ahora es la opción de vida más viable para un grupo de personas del Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Antonio Nariño, de zona rural de Icononzo, Tolima, liderados por un excombatiente al que todos conocen como Carlos Alberto.
“La verdad es que nunca esperamos que esto fuera a pegar, pero después de todo lo que hemos hecho… Hemos intentado con todo y no ha salido bien por problemas de financiamiento y, por otro lado, en estos dos años después de los Acuerdos, de los 180 proyectos económicos que se han presentado al Estado para programas de reincorporación solo han aprobado veinte y de esos solo le han desembolsado recursos a tres. De otros 160 no se sabe nada. Entonces, cuando se propuso que hiciéramos cerveza, pues intentamos porque qué más íbamos a hacer”, cuenta Carlos Alberto.
Antes de ser conocido como Carlos Alberto, a finales de los ochenta, era un joven más estudiando en un colegio privado de Bogotá y era conocido con su nombre de nacimiento que prefiere reservarse. Entre sus compañeros de salón se encontraba Wally Broderick, un colombiano de origen irlandés que ya a los 16 años había pasado por varios países y que se quedó en Colombia para terminar el bachillerato. Al graduarse, ambos siguieron rumbos diferentes: Wally salió del país por no querer prestar el servicio militar y aprovechó su nacionalidad para pasar por varios países más y graduarse en Ingeniería Forestal. Carlos Alberto, en cambio, decidió militar en movimientos de izquierda en la ciudad y, entre una y otra cosa, a los 18 años se unió a las filas de las Farc.
Pasaron así casi quince años. Wally se dedicó a trabajar en lo suyo y a hacer una familia hasta que volvió a Colombia a principios de los años dos mil, dejó los temas forestales para pasarse a la docencia como maestro de inglés y se estableció en Bogotá. Supo entonces por otros amigos la historia del viejo compañero del colegio que se hizo guerrillero y que, para ese momento, se encontraba en la cárcel pagando una condena de once años. Lo visitó, se reencontraron y así siguieron viéndose hasta 2016, cuando Carlos Alberto quedó en libertad, volvió a la guerrilla y esperó hasta la firma de los Acuerdos de La Habana.
Una vez creada la zona veredal de transición y normalización de Icononzo, en enero de 2017, Carlos Alberto hizo parte del ETCR Antonio Nariño y hasta allá lo acompañó su amigo profesor que comenzó a ir constantemente para ayudar a alfabetizar a algunos de los exguerrilleros. En el proceso, Wally Broderick vio cómo fracasaban los diferentes esfuerzos que en los dos últimos años han hecho los excombatientes para dar comienzo a los proyectos económicos que hagan efectiva su reincorporación: intentaron con confecciones, intentaron con agricultura, intentaron presentando proyectos según lo acordado con el Estado —que no ha respondido—. Fue entonces que el profesor les propuso crear empresa con una idea que lo obsesionaba de años atrás: hacer cerveza.
“La idea fue recibida con entusiasmo aunque también con escepticismo. Por lo general la gente cree que hacer cerveza es dificilísimo, tal vez porque no se tiene la costumbre, entonces, piensan que es una cosa muy industrial, pero son pocos ingredientes. Recuerdo que les causaba mucha curiosidad cómo se le pone la tapa: no podían creer que se tratara de una máquina tan sencilla”, cuenta el profesor Broderick.
Entonces, se juntaron cinco de los miembros del ETCR y el profesor entregó como un maná la receta de una ale roja, un tipo de cerveza artesanal que por su levadura requiere pocos días para su fermentación. Aprendieron a cocinar, empezaron a experimentar por su cuenta y así sacaron unas primeras tandas de 25 litros sin etiquetas. Todos tomaron y a todos les gustó. Cuando decidieron distribuirla en serio, en noviembre de 2018, se sentaron a pensar en la marca. “Se propusieron muchos nombres que para nosotros son muy significativos: unos decían que Marquetalia, otros que La Campesina, otros que 27 de mayo… el que tuvo toda la acogida fue La Roja”, recuerda Carlos Alberto. Es claro: una cerveza roja para un movimiento histórico de izquierda. No hay mucho que explicar al respecto.
Produjeron otros 50 litros, los embotellaron y uno de los integrantes del ETCR propuso una etiqueta con una estrella que todos aceptaron. Empacaron y cada uno hizo de embajador de la cerveza repartiéndola ellos mismos. Cuando algunas botellas llegaron a una reunión de conmemoración del Partido Comunista, la cerveza y la idea gustaron tanto que los asistentes comenzaron a tomarle fotos y compartirla en redes sociales. El resto vino solo.
“Yo no creía. De repente en diciembre mi celular no dejaba de sonar y cuando contestaba era gente encargando la cerveza, gente diciendo que querían hacerme entrevistas. Cuando me mostraron lo que pasó en redes sociales, ahí entendí todo”, cuenta Carlos Alberto. Los cinco integrantes iniciales sacaron de su bolsillo, reinvirtieron las ganancias y, hasta el momento, pasados tres meses han aumentado la producción a 600 litros mensuales que, de todos modos, no dan abasto. La empresa es una cadena que beneficia a 30 excombatientes hasta ahora y, según cálculos de Broderick, su proyección a un año es tener una planta con capacidad de tres mil a cuatro mil litros diarios en Icononzo y que tenga un registro de sanidad que permita el comercio en establecimientos de todo el país.
Al parecer, no es descabellado. La popularidad que ha adquirido La Roja en menos de tres meses supera a la mayoría de proyectos que hasta el momento se han iniciado entre los excombatientes, que básicamente no se conocen por falta de voluntad política en su mercadeo. “Yo creo que todo eso es posible —dice el profesor Broderick—. Por supuesto, no falta quienes rechacen la cerveza por su procedencia, pero el hecho de que esté pone sobre la mesa la idea de qué tan importante es que haya productos en el mercado hechos por exguerrilleros y que tengan toda su identidad. Y yo creo que la gente, en general, lo acepta de buena manera. También es como un acto de consciencia de apoyar la reincorporación de ellos, de decir que sí se cree que es posible la paz”.