Oscar David Gómez desapareció a los 13 años, cuando guerrilleros del ELN se lo llevaron de su casa. Edwin, su hermano, conserva la esperanza de que algún día regrese con vida.

La vereda Quebradona Arriba está ubicada en la cuenca San Matías, una de las zonas del Oriente antioqueño en donde hizo presencia con más fuerza el Ejército de Liberación Nacional, ELN, desde los primeros años de la década de los noventa. Allí nació Edwin Gómez, un campesino que creció trabajando la tierra y que sacó adelante a su familia gracias a su dedicación en el cultivo del café.

En ese territorio, como en muchos otros, el ELN expandió su dominio valiéndose de una mezcla entre el arraigo territorial y el reclutamiento forzado.

Así fue que desapareció Oscar David Gómez, hermano de Edwin: “Cuando yo recién me había ido a vivir con mi esposa, él prefirió dejar la casa de mis papás para vivir conmigo y ponerse a trabajar a mi lado recogiendo café. Ese pelao era la sombra mía. Pero un día llegó un comandante del ELN a preguntar por él. Yo les dije que no, que cómo se lo iban a llevar si solo tenía trece añitos, pero ellos sacaron los fusiles, me amenazaron y me dijeron que se lo iban a llevar un rato para devolverlo luego. Pues esta es la hora en que no aparece ni vivo ni muerto”, relata Edwin.

Desde la desaparición de Oscar David, Edwin y su familia emprendieron una búsqueda por toda la vereda y por las veredas aledañas. Acompañados de algunos vecinos de la comunidad interrogaron a miembros de los grupos armados que hacían presencia en la zona, con la esperanza de que les dieran razón del muchacho. Pero nunca nadie les dio si quiera una pista.

Para Edwin, los problemas de seguridad hicieron que Quebradona Arriba se convirtiera en un territorio cada vez más hostil. Pero la gota que derramó el vaso fue cuando unos guerrilleros le exigieron a la comunidad que tomaran partido por ellos en la guerra. “A la vereda llegó un comunicado que decía que debíamos ayudarles o abrirnos de la vereda. Entonces nos decían, ‘si ustedes se van a quedar por aquí, nos tienen que guardar armamento y nosotros les damos un radio para que cada vez que vean al Ejército o a alguien raro, nos informen’. Entonces nosotros dijimos que no, que mejor no íbamos”, recuerda Edwin.

Cuando se desplazó de su vereda se fue con su esposa y su hijo para Medellín, en donde pasó los peores días de su vida por la soledad y la pobreza que enfrentó en la ciudad. Poco a poco se fue instalando hasta que consiguió un empleo como conductor de bus urbano. “Un día, cuando yo estaba manejando por plena Avenida Oriental de Medellín, mi mamá me llamó a decirme que el cuerpo de Oscar había aparecido. A mí se me salieron las lágrimas mientras manejaba, de pensar que estaba muerto. Pero ella hizo la prueba de ADN a ver si sí era él, y resultó que no”, relata Edwin.

Muchos familiares de desaparecidos coinciden en que lo peor de la desaparición forzada es que nunca pierden las esperanzas de encontrar con vida a su ser querido. Así le pasa a Edwin con su hermano: “Yo creo que él sí volvió a la casa porque una vez que tuvimos que fuimos vimos un grafiti hecho como en carbón que decía ‘lloro hogar’, y yo le reconocí la letra. Ese es el único rastro que tenemos de él. Yo creo que él fue y no nos encontró. Yo muy adentro de mí creo que él está vivo, aunque debo ir haciéndome a la imagen de que él nunca va a volver, para poder vivir más tranquilo”.