El guatemalteco Gustavo Meoño Brenner ha sido un hombre clave en el conflicto armado y la transición a la paz en su país: militó en la guerrilla, dirigió la Fundación Rigoberta Menchú Tum y desde 2005 hasta hoy es el responsable del Archivo Histórico de la Policía Nacional. Durante su visita a Medellín habló sobre su vida y sobre la importancia de los archivos para las causas de la memoria, la verdad y la justicia en países como Colombia.

Por Natalia Maya Llano

Cuando Gustavo Meoño Brenner habla de su vida, no puede evitar hacer alusión a las circunstancias y reflexiones religiosas, sociales y políticas que fueron definiendo su rumbo desde que tenía 17 años.

Descendiente de una familia de clase media baja de la ciudad de Guatemala, Meoño recibió una educación cristiana dogmática, pero en medio de una década que él califica de excepcional: los años sesenta. La Guerra Fría intensificándose, el triunfo de la Revolución Cubana, el carisma del Papa Juan XXIII, los discursos del Concilio Vaticano II y posteriormente las propuestas de la Teología de la Liberación y la llamada “Opción preferencial por los pobres”, le fueron planteando un dilema que no se tardó mucho en resolver: “me preguntaba si lo que me correspondía era simplemente vivir mi vida y pensar en mis intereses y en mi futuro, o si tenía la obligación humana, la obligación vital de pensar en que esa realidad de injusticia, de explotación, de opresión que yo veía y vivía todos los días era realmente un sino trágico para mi país o si eso podía cambiar”.

Al terminar su bachillerato decidió –en compañía de uno de sus mejores amigos–, emprender un viaje por su país para conocerlo, con la esperanza de encontrar las respuestas que estaba buscando. Se atrevieron a partir sin un centavo en sus bolsillos, confiados en que iban a contar con el apoyo de la Iglesia. A donde llegaban lo primero que hacían era visitar la parroquia, contarles sus intenciones a los curas, pedirles hospedaje y alimentación y ofrecerse para ayudar a las comunidades campesinas e indígenas de la zona. El ritual, antes de partir de cada lugar, era agradecer por haber sido acogidos y solicitar una carta de recomendación para presentarle al cura del siguiente pueblo. Así fue como Meoño y su amigo cumplieron con el propósito de darle la vuelta a Guatemala en un mes y medio.

Este viaje les permitió encontrarse de frente con las realidades de injusticia, explotación, opresión y discriminación que se vivían sin tregua en las áreas rurales indígenas de su país. “Al final del recorrido estábamos todavía más confundidos y problematizados sobre qué hacer con nuestras vidas. Llegando tuvimos la posibilidad de participar en un cursillo de capacitación social dirigido también por religiosos, que terminó en diciembre con la visita a un departamento de Guatemala, ubicado en la frontera con México, que no habíamos conocido en nuestro periplo anterior y que significó el quiebre final a nuestro dilema y a nuestro conflicto”, cuenta Meoño.

Gustavo Meoño compartió su experiencia con los estudiantes del Diploma en Memoria Histórica, organizado por el proyecto Hacemos Memoria. También fue el invitado principal del foro “Archivos de Memoria y Verdad: las experiencias de Guatemala y Colombia”, que se llevó a cabo el pasado 27 de septiembre. Meoño se había inscrito a la carrera de derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala y, cuando debió comenzar las clases, su crisis vocacional tocó fondo. Al final optó, conscientemente, por quedarse en las aldeas campesinas e indígenas del noroccidente de su país y entregarle su vida a las causas que él consideraba más justas.

Integró un grupo llamado Crater, donde hombres y mujeres jóvenes –inquietos por cuestionamientos similares a los suyos –, trabajaban en compañía de religiosos para mejorar las condiciones de vida y dignidad de los campesinos e indígenas de Guatemala. Fueron acusados de “llevar ideas exóticas e incitar al pueblo a la rebelión”, luego los amenazaron de muerte.

“Era diciembre de 1967, desde ahí comenzó mi historia –asegura Meoño– porque significó salir al exilio y vivir un año absolutamente intenso en México, un país que se contagió de la fuerza de los movimientos estudiantiles alrededor del mundo y que padeció la cruel masacre de la Plaza de Tlatelolco en octubre de 1968. Vivir todas esas luchas me llevó a involucrarme decididamente con el movimiento revolucionario guatemalteco”.

Su regreso a Guatemala fue clandestino y estuvo marcado por su participación en la fundación de una nueva organización revolucionaria: el Ejército Guerrillero de los Pobres –EGP–, un grupo insurgente que priorizó a los pueblos indígenas y que estuvo genuinamente influenciado por la Teología de la Liberación.

Desde agosto de 1968, militó en el EGP, principalmente en el frente urbano. Haciendo parte de esta guerrilla enfrentó a unas fuerzas armadas oficiales que, en medio de la guerra y como parte de su doctrina contrainsurgente, cometieron “actos constitutivos del delito de genocidio”, según lo demostró el informe Memoria del silencio de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala, publicado tras la firma del acuerdo de paz logrado en 1996 entre el Estado y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que agrupó a las organizaciones insurgentes más importantes del país.

25 años después de su primer día de militancia –a finales de 1993 y cuando se cumplían siete años de negociaciones de paz inconclusas–, decidió renunciar a la dirección nacional del EGP; sus desacuerdos con la forma en que los demás directivos del movimiento guerrillero estaban manejando el proceso de paz hacia la militancia revolucionaria, hacia los combatientes y hacia las bases de apoyo fueron irreconciliables. Sin embargo, se despidió en los mejores términos de sus compañeros de lucha, convencido de que había actuado en consecuencia con sus principios e ideales.

“De ninguna manera cuestiono y mucho menos reniego de esos largos años de militancia –recalca Meoño–, por el contrario, creo que hice lo que tenía que hacer, que fui consecuente con mi pensamiento y lo llevé a la práctica con decisión y con honestidad, por lo tanto soy también consciente de los errores, de los excesos e incluso de las atrocidades que cometimos en nombre de la revolución, lejos de negarlo lo he asumido y lo he planteado públicamente porque es lo correcto, pero eso no implica, repito, que niegue o me arrepienta de mis años en la guerrilla”.

Un día después de renunciar al EGP consiguió trabajo con la Premio Nobel de Paz Rigoberta Menchú Tum. El conflicto armado de su país los había convertido en grandes amigos y por eso ella decidió confiarle la dirección de la Fundación que lleva su nombre. Durante 11 años de trabajo intenso, Meoño compartió con Rigoberta grandes experiencias en torno a la construcción de paz, la reconciliación y la justicia transicional en diferentes países del mundo.

“Recuerdo con mucha nostalgia mi primera visita a Colombia –cuenta Meoño–. Vinimos juntos en 1999 a una Semana por la Paz organizada en Bogotá, en medio del proceso de negociación del Caguán, y terminamos sirviendo como mediadores entre el gobierno del presidente Pastrana y la guerrilla del Eln, a raíz de tres secuestros masivos que había cometido este grupo y su exigencia de tener también una zona de distensión como la de las Farc. Para mí la visita de una semana se alargó a dos meses y terminó con la entrega por parte del Eln de sus rehenes y el inicio de unos diálogos exploratorios en La Habana que fracasaron”.

Meoño vivió muchas experiencias similares al lado de Rigoberta, hasta que, en 2005 –cuando estaba decidido a dejar la Fundación por ciertas inconformidades–, le hicieron la propuesta de asumir la dirección del recién descubierto Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN), institución que había negado la existencia de estos documentos y que había sido disuelta en 1996 tras la firma del acuerdo de paz (Conozca aquí la historia del Archivo Histórico de la Policía Nacional).

En julio de 2005, ocho kilómetros de papeles viejos fueron encontrados, entre ratas y cubiertos de excrementos de murciélagos, en las ruinas de una construcción abandonada. Eran los restos mortales de una de las máquinas de represión en los 70 y 80 en Guatemala. Después de un intenso y discreto trabajo de archivística, de digitalización y, sobre todo, de interpretación, el Archivo Histórico de la Policía empieza a hablar. Aporta una voz potente a los procesos judiciales y a la reescritura de la sangrienta historia reciente del país centroamericano. La historia completa en www.hacemosmemoria.org Mañana profundizaremos sobre este caso en el "Foro Archivos de memoria y verdad: las experiencias de Guatemala y Colombia". La cita es a las 6:00 p.m. en el auditorio principal del Edificio de Extensión de la Universidad de Antioquia.El Archivo Histórico de la Policía aporta una voz potente a los procesos judiciales y a la reescritura de la sangrienta historia reciente del país centroamericano.

El hallazgo accidental de este archivo administrativo por parte de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH) de Guatemala, representó para las víctimas y sobrevivientes del conflicto armado el principal respaldo de sus denuncias y abonó el camino hacia la búsqueda de la verdad y la justicia que la amnistía general acordada entre el Estado y la URNG les había negado.

Desde el primer día en que se supo de la existencia del AHPN hasta hoy, Gustavo Meoño, ha sido el principal encargado de custodiarlo. Nunca estudió una carrera profesional, pero terminó convertido en ‘archivero’ y, en estos 12 años de trabajo incansable, ha contribuido a la recuperación de 21 millones de folios –de los 80 millones encontrados-, que ya son de acceso público y que están jugando un papel fundamental en la búsqueda de la justicia y en la construcción de memoria en Guatemala.