Repican las campanas a las 5 de la mañana en la iglesia principal de Granada (Antioquia). Repican cuando la luz del día apenas aclara y la rutina –de un pueblo que ha aprendido a recuperar su memoria y sanar las heridas– sigue sus andares.

Mientras las campanas cumplen su función matutina, Hugo de Jesús Tamayo Gómez, el personaje de este relato, escribe cantidades de historias que ha recopilado en su mente desde 1957, año en el que nació.

Intenta despertar todos los días a las 3 de la mañana para sentarse, con la calma que proporciona el silencio de la madrugada, a escribir al menos durante 2 horas (pueden ser más, pueden ser menos, pero es lo que espera poder escribir). Ya después, qué vengan las rutinas necesarias y los ataviares del día. Pero ese ritual, que con el tiempo ha logrado juiciosamente consolidar, procura conservarlo en función de esa pasión descubierta sólo después de cumplir los 50 años: escribir, escribir historias.

Sí, bastó un poco más de medio siglo de vida para encontrar esa pasión. En esa actividad poco recurrente en él antes de los 50 años encontró un refugio, un “destrabe bacano” (como diría él ante una pregunta sobre lo que significa escribir). Primero fue necesario recoger experiencias, crear varias empresas, ser negociante –actividad a la cual se dedica desde que era adolescente–, viajar por varios países y tener “2 matrimonios y medio” para llegar al fin a ese punto impensable en su juventud, ese que en la actualidad se le convirtió en una apasionante labor.

Ahora prefiere ser un lector voraz y un escritor que siempre está en proceso de recibir aprendizajes de grandes amigos, veteranos y admirados en el oficio de escribir: Juan José Hoyos y Luis Fernando Macías son algunos de sus referentes.

Podrá decir el refrán que los loros viejos no aprenden a hablar, pero la experiencia de Hugo puede refutarla: una vez, por accidente del destino, cuando le pidieron escribir una reseña histórica de una de sus empresas, se enfrentó por primera vez al reto de la hoja en blanco. Como si fuera un desahogo de años acumulando historias, escribió, escribió y escribió sin parar sobre su vida. Olvidó el objetivo real de contar la historia de su empresa, pero así fue como, sin querer queriendo, publicó su primer libro: “yo hago las cosas”, dice, “y después aprendo a hacerlas”.

Desde entonces inició una relación duradera con la literatura, tanto para leerla como para escribirla. Hugo se ha vinculado a los talleres de escritura del profesor Luis Fernando Macías y desde hace poco añadió un acompañante al oficio de escribir: el periodismo. Actualmente estudia Comunicación Social – Periodismo en la Fundación Universitaria Luis Amigó de Medellín.

Aunque es granadino de nacimiento, salió de allí en 1971 para buscar en otros rumbos las experiencias de vida que años más adelante contaría en sus libros. En el año 2011, después de vivir 40 años por fuera, regresó a su tierra natal, donde las experiencias trágicas de la guerra que sus vecinos vivieron fueron el elemento que encontró para consolidar el proceso de aprendizaje del periodismo, potenciar su creatividad literaria y a su vez ayudar a su pueblo a hacer memoria.

Fue en el Salón del Nunca Más cuando esa epifanía periodística llegó: “Yo no había entrado a este salón. Un día estaba dando una vuelta por acá y llegó una periodista europea y preguntó en su español francesudo: ‘¿quién ha escrito sobre eso?’. Yo escuché y pensé: ‘¡Eh!, ¿quién habrá escrito sobre eso?’. Y me dije: ‘Yo escribí una novela, ¡cómo no voy a escribir sobre lo que la gente quiere que se escriba!’. Le dije a la directora del Salón que por favor me presentara gente que había sufrido por el conflicto para que me dejaran hacer las historias. Entonces me presentaron al uno y al otro, me llené de muchas historias; podían haber sido mil, pero bueno, yo creo que ahí [en su libro ‘Desde el Salón del Nunca Más. Crónicas de desplazamiento, desaparición y muerte’] está representada la comunidad granadina. Escribir para ellos es satisfactorio”.

Pocas palabras para describir a Hugo de Jesús Gómez Tamayo: desparpajado, abierto al conocimiento, conversador, risueño y sarcástico. Granadino de nacimiento y de corazón, además de aprendiz de periodismo y un apasionado por leer y escribir. Apasionado por contar la realidad y por ser una voz –escrita– de un pueblo que recuerda y se reconcilia.