Un petardo explotó en la oficina de Admisiones y Registro de la Universidad

El fuerte grito que una de las empleadas de la oficina de Admisiones y Registro lanzó la mañana del miércoles 17 de octubre de 1990 hizo que se desocupara el bloque administrativo de la Universidad de Antioquia en tan solo segundos, instantes antes de que estallara el petardo que un desconocido lanzó por la ventanilla de esa dependencia. “Se lo tiraron a mi jefe. Eso era en la mañana, yo estaba en la oficina principal con otro compañero cuando Rosita gritó ‘¡petardo!’ y en cuestión de segundos se desocupó el administrativo”, recuerda Olga Cecilia Arango, funcionaria jubilada que trabajó allí desde 1984.

Arango, una de sus compañeras y el jefe de Admisiones y Registro, Óscar Bustamante, se encerraron en el baño luego del grito de Rosa. “Nos tapamos los oídos y eso estalló, pero no fue muy fuerte”. El petardo de bajo nivel explosivo causó algunos daños materiales en los ventanales y muebles de la oficina, así como una sensación de zozobra en los empleados administrativos, quienes se concentraron rápidamente en la plazoleta central, contigua a la fuente de la Universidad, huyendo de la amenaza. 

De acuerdo con el relato que El Colombiano entregó al día siguiente de la explosión, “el atacante expresó que el hecho era ejecutado en protesta” por lo que sucedía en la Universidad Nacional, la cual había sido cerrada dos días atrás, luego de los disturbios ocurridos durante una protesta para impedir el desalojo de siete estudiantes que permanecían en huelga de hambre en dicha institución. 

La identidad del autor de la explosión en el bloque 16 no se conoció, ni fueron revelados más detalles sobre él. “Eso lo dejaron muy callado. Arreglaron los vidrios, los ventanales y como si no hubiera pasado nada. Ya después volvimos a los puestos de trabajo”, dice Arango al referirse a las acciones de la administración de la Universidad después del atentado. En su memoria no queda rastro de amenazas previas recibidas por su jefe o por alguno de sus compañeros de oficina.

El día del petardo, horas antes de la explosión, un grupo de estudiantes había enfrentado a tres encapuchados que pretendían incendiar un camión repartidor de refrescos, y habían frustrado su acción al verter gaseosa sobre la gasolina rociada para provocar la quema. Según el comunicado emitido por la Universidad, “dos hombres y una mujer armados con subametralladoras” fueron quienes intentaron perpetrar el hecho en cercanías de la portería de la calle Barranquilla, mientras la comunidad universitaria se preparaba para iniciar el día.

“Estos dos nuevos actos delincuenciales riñen con el derecho a la educación pública e impiden que la Universidad cumpla con su misión histórica […] las directivas reafirman su inalterable decisión de mantener la Universidad abierta”, dice el comunicado firmado por Alberto Ceballos, secretario general del Alma Máter en ese momento, replicado por el periódico El Mundo en su edición del 18 de octubre de 1990.

Aunque por esa época los encapuchados ya eran parte del escenario, había miembros de la comunidad universitaria que no aprobaban sus acciones. Arango recuerda que de vez en cuando los estudiantes los enfrentaban, “aunque muy poco porque era más el temor”. A pesar de esto, dice la exfuncionaria de Admisiones y Registro, “los capuchos les obedecían”.

El grito de Rosa, la mañana del 17 de octubre 1990, fue un eco de la sensación de inseguridad que las acciones violentas de finales de los ochenta habían dejado en la Universidad y de las explosiones más recientes de ese año, como la ocurrida el 28 septiembre en el centro de cómputo del campus universitario. “Era todo el mundo callado porque no sabíamos quién iba a morir, a quién iban a amenazar. Aquí vivían amenazando no solamente profesores y estudiantes, sino también a empleados”, recuerda Arango.

La situación de temor en el bloque administrativo era tan fuerte que, años atrás, el edificio estuvo rodeado por un muro y puertas de metal para mantenerlo aislado del resto del campus, como medida de seguridad. Pero en el momento del petardo, en octubre de 1990, el bloque 16 se encontraba nuevamente integrado al espacio universitario, siendo común que por allí transitara cualquier persona y que los mítines y manifestaciones de estudiantes, profesores y empleados llegaran a este sitio para presentar sus exigencias a la administración universitaria.

Desde el día del atentado, a Olga Cecilia Arango le quedó una marca de temor que se activa cada que suena una papa bomba en la plazoleta central o que ve a un encapuchado en los pasillos de la Universidad. “A mí me dicen ‘van a tirar un petardo’ y ahí mismo caigo muerta del susto. Llevo 33 años con pánico”, confiesa la funcionaria a pocos días de recibir su jubilación.

Resolución del Consejo Superior Universitario del 27 de septiembre de 1985

50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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