Un estudiante de Veterinaria fue hallado muerto y con signos de tortura

Placa hecha en 1987 en honor a José Abad Sánchez, ubicada en la entrada de la biblioteca de la Ciudadela Robledo de la Universidad de Antioquia.

El 16 de julio de 1987 fue hallado muerto y con signos de tortura el estudiante de sexto semestre de Medicina Veterinaria de la Universidad de Antioquia José Abad Sánchez Cuervo. Según la versión entregada por María Teresa Cuervo, su madre, al Juzgado 58 de Instrucción Criminal, José Abad salió de su casa, ubicada en el barrio Manrique, en la mañana del 14 de julio hacia Guarne, donde, según dijo, iba a vacunar unos caballos. Entre las cinco y las cinco y media de la tarde llamó a su casa desde la residencia de una tía, en Rionegro. Esa fue su última llamada.

“Fue un año con un clima caluroso, muy tropical. Era muy particular ver la Universidad soleada, con unos cielos azules espectaculares y tardes muy hermosas, pero había una angustia, una zozobra y un temor para todo”. Así recuerda el año 1987 Juan Esteban Pérez, profesor de Salud Aviar de la Facultad de Ciencias Agrarias, quien en ese año era estudiante de cuarto semestre de Medicina Veterinaria y en la actualidad es el presidente de la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia (Asoprudea).

Según un comunicado del 4 de agosto de 1987, emitido por esa asociación y que hace parte del expediente judicial que documenta el caso, entre el 3 de julio y el 3 de agosto de ese año fueron asesinados cinco estudiantes y dos profesores de la Universidad. En la mayoría de los casos “se advertían señales inequívocas de tortura y sevicia”.

Una de esas víctimas fue Sánchez Cuervo, quien fue encontrado en horas de la noche en el kilómetro 11 de la vía que conecta a Medellín con el corregimiento de Santa Elena. Era un lugar “oscuro, sin visibilidad natural y sin ningún fluido eléctrico”, según registró el Juzgado 74 de Instrucción Criminal Permanente, encargado del levantamiento del cadáver y cuyo informe completo también se encuentra dentro del mismo expediente, en el archivo central de la Fiscalía General, en Medellín.

De acuerdo con los documentos de la diligencia, en la escena del crimen no se encontró ningún documento de identidad de la persona, el cuerpo tenía el rostro vendado y se hallaba atado de pies y manos. Además, tenía una herida en el tórax, una laceración en el dedo pulgar derecho, otra en la palma de la mano izquierda y una herida mortal causada con arma de fuego en el lado izquierdo del cuello.

Una de las posibles razones por las que José Abad corría peligro, según Juan Mario Sánchez, su hermano, está asociada con su militancia en la Unión Patriótica (UP), un movimiento político que nació en 1985 y que hasta el momento en que comenzó el exterminio de sus militantes tuvo el propósito de reunir a varios sectores de la izquierda y facilitar el tránsito de las guerrillas, principalmente de las FARC, a la política electoral. 

En su libro Como una melodía, publicado en el 2015, Juan Mario destaca que su hermano veía en la UP la única esperanza para la equidad social, y además describe a José Abad como un “hombre progresista, aborrecía la desigualdad social y la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres […]. La sensibilidad que le provocaban las grandes injusticias cometidas contra el pueblo, por las élites políticas y económicas anquilosadas en el poder, lo abocó a militar en el Partido Comunista y a unirse a las filas de la UP”.

En una columna del 17 de julio del 2019, publicada en el portal Las 2 Orillas, Juan Mario expresó que sus padres “no quisieron demandar al Estado. Era tanto el dolor que justificaban su decisión diciendo que ni todo el dinero del mundo les devolvería a su amado hijo. Las circunstancias terribles de su asesinato y las evidencias y el modus operandi demuestran que a todas luces y de manera obvia fue un crimen de lesa humanidad, si bien no ha sido reconocido como tal. Mi hermano era un civil, no combatiente, destacado hombre en la academia y en líneas generales un gran ser humano”.

En cuanto a la repercusión del hecho en la Universidad, el profesor Juan Esteban Pérez recuerda que docentes, compañeros y amigos de José Abad se dieron cuenta de su muerte después del 20 de julio, cuando retomaron el semestre, que venía con dificultades de calendario por los hechos violentos ocurridos en las semanas previas. Destaca que fue en la asamblea de estudiantes de Medicina Veterinaria y Zootecnia que se realizó el 22 de julio en el bloque 10, aula 110, de la Ciudad Universitaria, donde la mayoría de las personas se enteró de lo que realmente pasó.

“La asamblea del 22 fue para ver cómo ayudábamos a la familia y qué homenaje le íbamos a hacer a José Abad. Como conclusiones solicitamos celeridad y claridad en las investigaciones del caso, y realizamos un mochilazo para mandar a hacer una placa de mármol con letras rojas en honor al compañero, que actualmente está en la biblioteca de la sede Robledo”, comenta Pérez, quien conoció a José Abad cuando este era monitor del Laboratorio de Fisiología de su facultad.

En la misma asamblea, los estudiantes encontraron como infiltrados a Diego Esteban Ballesteros, quien portaba un arma con salvoconducto, y a Luz Ángela Urrego. Ambos llevaban documentos que los acreditaban como miembros del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Ante el hecho, los estudiantes permanecieron en la Universidad y solicitaron la presencia de los profesores Carlos Gaviria y Héctor Abad Gómez, del Comité Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos, con el fin de facilitar la salida del campus de los agentes, quienes finalmente fueron liberados. El 3 de agosto de 1987 el Consejo Superior Universitario lamentó la muerte de José Abad y, en la resolución 603, invitó a las autoridades a establecer una exhaustiva investigación para esclarecer un hecho que 33 años después sigue impune.

50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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