El 24 de noviembre de 1987, hacia las cinco de la tarde, tres hombres con ametralladoras entraron a la sede de la Juventud Comunista Colombiana (JUCO), ubicada en el centro de Medellín, y dispararon contra las nueve personas que se encontraban en el segundo piso de la vivienda. El atentado dejó seis personas muertas.
Cinco integrantes de esta agrupación juvenil de izquierda, adscrita al Partido Comunista Colombiano, murieron de inmediato. Una integrante de la organización, Lía Hernández, se salvó porque estaba en el tercer piso del edificio. Otros tres quedaron heridos y fueron llevados al hospital, dos de ellos sobrevivieron y una murió mientras era atendida. Rafael Bolívar salió ileso del ataque porque se resguardó entre los cuerpos de sus compañeros.
Bolívar vivía en el lugar del atentado y administraba ese espacio junto a su esposa, quien murió en el ataque. En la edición del Semanario Voz del 3 de diciembre de 1987, Bolívar relató que los atacantes irrumpieron directamente en el sitio donde se encontraba junto a otros militantes de la JUCO. Los llevaron a la cocina simulando un asalto: “¡Al suelo! [gritaron los asesinos]. Los otros compañeros no se alcanzaron ni a acostar, sino a quedar medio sentados y ahí, en cuestión de segundos, alcancé a ver un tubo largo como de ametralladora o subametralladora y se oyó el rafagazo”.
Martha Soto, quien en la actualidad lidera el Capítulo Antioquia del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), estuvo en la JUCO hasta 1987, año en que empezó a militar en la Unión Patriótica, organización a la que aún pertenece. Ella recuerda que el 24 de noviembre estaba en la Asociación de Trabajadores de Antioquia, a pocas cuadras de la JUCO, cuando una compañera informó que había ocurrido un tiroteo en la palomera, como le decían al edificio de tres pisos donde quedaba la organización, en la calle Barbacoas.
Soto se dirigió entonces al lugar de la masacre. Cuando llegó ya las autoridades estaban realizando el levantamiento de los cadáveres. En el interior del edificio la sangre bajaba por las escaleras que conducían al segundo piso, mientras afuera un dirigente de la JUCO informaba, a través de un megáfono, los nombres de las víctimas.
Las personas asesinadas fueron María Concepción Bolívar Bedoya, de 20 años, hermana de Rafael Bolívar; Orfelina Sánchez García, de 39 años, esposa de Rafael Bolívar; Irián Suaza, de 30 años, quien había estado en el comité directivo de la organización; Pedro Sandoval, de 25 años, militante que recién había llegado desde Neiva; Luz Marina Ramírez Giraldo, tesorera de la JUCO y estudiante de Tecnología Química de la Universidad de Antioquia; y Marlene Arango Rodríguez, de 20 años, quien murió mientras era atendida en un centro médico cercano.
Alexánder Naranjo León, estudiante de sexto de bachillerato, y Mónica Agudelo, estudiante de Agronomía de la Universidad Nacional, quedaron heridos y sobrevivieron. Ese mismo día un grupo anticomunista denominado Movimiento Obrero Estudiantil Nacional Socialista se atribuyó la masacre con un panfleto que circuló por la ciudad y que fue publicado en El Colombiano el 25 de noviembre, junto con la noticia de la masacre.
Luz Marina Ramírez, de 26 años, había ingresado a la Universidad en el primer semestre de 1987. Su militancia en la JUCO había empezado antes de que ingresara a la Universidad. Ella vivía con su hermana porque tenía problemas con su familia debido a sus posturas políticas. Libardo Soto es veterinario de la Universidad y trabaja en la ciudad en un consultorio propio, en su juventud militó en esa organización junto a Ramírez, la recuerda como una joven alegre y comprometida: “Marina era una persona que hacía que la organización creciera”, dice.
Martha Soto apunta que la masacre ocurrió en el contexto de una serie de ataques que derivarían en el asesinato o la desaparición, según las cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica, de más de cuatro mil integrantes de la Unión Patriótica, partido político que surgió de las negociaciones de paz entre las FARC y el Gobierno de Belisario Betancur. En el caso de la masacre de la JUCO, dice Soto, se trataba de un mensaje de terror dirigido a los jóvenes militantes de izquierda.
En particular, la muerte de Luz Marina Ramírez conectó el atentado contra la JUCO con la persecución que sufrieron en 1987 estudiantes y profesores de la Universidad de Antioquia. De hecho, la masacre ocurrió un día antes de que se cumplieran tres meses del asesinato de los médicos y profesores Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. Y en ese lapso también fueron asesinados los estudiantes de Medicina Rodrigo Guzmán Martínez (16 de octubre) y Orlando Castañeda (21 de octubre).
Siguió después, el 11 de diciembre, el hallazgo del cadáver torturado de Francisco Eladio Gaviria Jaramillo, de 30 años, estudiante de Comunicación Social y también militante de la JUCO. El año terminaría con el asesinato, el 17 de diciembre, de Luis Fernando Vélez, profesor de Derecho y presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos de Antioquia.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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