En la mañana del 7 de mayo del 2008 un grupo de personas encapuchadas que se presentaron como integrantes de las FARC y del Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3) se tomaron la plazoleta central de la Universidad de Antioquia para realizar una parada militar, acción que luego trasladaron a la plazoleta Barrientos y a la calle Barranquilla, fuera de la Universidad. Durante la jornada, los militantes de esa agrupación detonaron un explosivo contra el cajero electrónico al servicio de la Cooperativa de Profesores de la Universidad de Antioquia (Cooprudea), ubicado en el bloque 22.
En este “acto de demostración de fuerza”, como lo califica Manuel*, uno de los estudiantes que hizo parte de la parada militar, participaron aproximadamente cincuenta encapuchados que portaban brazaletes de esa guerrilla. Él recuerda que diseñaron un protocolo en el que eligieron los baños en los que se debían cambiar, designaron a los encargados de llevar las papas bomba y, lo más importante, acordaron no mirarse entre ellos para mantener la clandestinidad, incluso internamente.
Según cuenta Manuel, solo tuvo certeza de que saldrían hasta el último momento: “Recuerdo mucho estar en Barrientos sentado con mucha ansiedad, con la maleta llena de papas ya hechas, mientras se montaba la cocina [el lugar donde se elaboran los explosivos], y estar esperando que nos dieran la señal”. El gesto al que debía estar atento pasaría inadvertido ante cualquier estudiante o profesor: “Consistía en que una compañera que estaba haciendo fila donde Pastora [reconocida cafetería del campus] para comprar un Mr. Tea, si dejaba caer la bebida era que no había nada, si la destapaba y se la tomaba, sí había. Yo la vi en esa fila de Pastora y cuando se tomó el té me paré y me fui”.
Los encapuchados salieron a la plazoleta. Su presentación incluyó una formación militar y el himno de las FARC; además, dos de los participantes dejaron ver que portaban armas: “Eran unos changones ahí todos feos, parecían mosquetes”, recuerda Manuel. Pero ese día la gente, que usualmente miraba y aplaudía las acciones de los grupos de encapuchados, guardó silencio. “Todo el mundo era como ‘¡Ay, marica, las FARC!’”, dice.
Claudia Fernández, profesora del Instituto de Filosofía para ese entonces, estaba en su oficina del bloque 12 cuando comenzó la parada militar. Recuerda que ordenaron evacuar la Universidad. “Salí por Ferrocarril y vi a varios encapuchados. La noticia del cajero me la contaron después”, recuerda la docente al precisar que, de salida, “los vi por el segundo piso del bloque 22, por el lado que da a la plazoleta”.
Un estudiante de aquella época, que presenció estos hechos y pide mantener su identidad en reserva, recuerda haber visto a los encapuchados por la plazoleta central y por el bloque 5. Además, dice que tenían “una pajiza [otra forma de llamar a los changones] y dos armas cortas”. Eso, agrega, “era por lo general con lo que uno los veía, y digo por lo general porque ellos hicieron varias acciones de menor calibre y era el mismo armamento siempre”.
A las once y media de la mañana, mientras en la plazoleta sonaban las papas bomba y llegaban otros estudiantes a ver lo que sucedía, un grupo de encapuchados cumplía otra misión: explotar el cajero electrónico. Las consideraciones para hacer este atentado, recuerda Manuel, eran que, pese a que el cajero estaba al servicio de Cooprudea, pertenecía a la empresa ATH, que hace parte de la banca tradicional.
Para la profesora Fernández, hoy docente del Departamento de Trabajo Social, este es uno de los hechos que hacen que ese día se recuerde más que otros, no solo por la pretendida demostración de fuerza ni por los disturbios posteriores, sino porque atacaron “el cajero de la cooperativa, porque la cooperativa se había respetado; incluso, la mayoría de veces la parte de atrás de la U no se veía afectada por los disturbios”, señala.
Germán Valencia, profesor del Instituto de Estudios Políticos, expresa que esta acción estuvo muy ligada a la forma de proceder de las FARC en Medellín. “Históricamente la guerrilla conseguía recursos a través del narcotráfico, pero en la ciudad ese negocio estaba manejado por las bandas criminales; lo otro era a través de la extorsión, pero la presencia de la guerrilla en la ciudad no ha sido armada y por lo tanto la presión que podían ejercer era muy poca, ¿cómo financiarse? Pues buscaron de varias maneras: recursos que provinieran del campo, o recursos frescos, en este caso, dinero de robos. Sería muy fácil cogerlo porque bastaba instalar un explosivo. ¿Pero qué tanto sacaron? Lo que yo conozco es que no se robaron nada”, argumenta Valencia.
Elkin Vélez, celador vinculado a la Universidad desde la década de los ochenta, recuerda que fue “una explosión muy fuerte que dañó parte del cajero. Afortunadamente no había nadie cerca, sobre todo a esa hora que suele pasar mucha gente para buscar cafeterías. La explosión fue en fracción de segundos y se alcanzó a ver encapuchados que corrieron hacia la Facultad de Artes”.
El estudiante citado dice que, aunque sí era un grupo grande de encapuchados, no llegaban a ser 50 personas. Incluso, dice que, a finales del año siguiente, 2009, el PC3 hizo otra parada militar en la que participaron cerca de 30 personas, de las cuales muchas no eran de la Universidad. “Ellos nunca fueron una fuerza mayoritaria en la Universidad. Había otras expresiones, tanto amplias como clandestinas, que tenían un mayor peso político”, dice.
Finalmente, la parada militar terminó con la toma de la calle Barranquilla, con la idea de esperar la llegada del Esmad y voltear, con un explosivo, una tanqueta grande que entre los encapuchados se conocía como la marrana. “La policía venía por Pisende [un local comercial cercano] y uno de los camaradas les gritó: ‘¡Somos FARC, ejército del pueblo!’. Yo recuerdo que esos manes se frenaron, hicieron un círculo, conversaron y se quedaron ahí mientras nosotros les tirábamos papas. Al rato nos mandaron una tanqueta chiquita. Ahí se tomó la decisión de no meterle la bomba. La idea era no matar a nadie”, recuerda Manuel.
Sobre la mencionada bomba, el estudiante que presenció los hechos de ese día recuerda que iban a sacar “como una pipeta de gas que no les funcionó, y donde les hubiera funcionado se habrían volado todos, porque eso fue un manejo muy irresponsable. La gente estaba muy brava, estaba muy indispuesta por ese comportamiento tan belicoso”, asegura.
En el acta de la reunión del Consejo Superior Universitario realizado el 27 de mayo, Alberto Uribe Correa, rector del momento, informó a los integrantes de ese órgano directivo que a pesar de que los encapuchados intentaron volar el cajero, “desconocían que eran cajas blindadas, con lo cual no demostraron mucha experticia en este tipo de acciones […]. En un Consejo de Seguridad donde se trató el tema de la seguridad en la Universidad, los organismos pertinentes quedaron en entregar al gobernador propuestas con miras a controlar la seguridad en las instalaciones universitarias, pero hasta el momento no lo han hecho”, dijo el rector.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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