Una fotografía de un charco de sangre entre un pizarrón y un escritorio de madera fue el testimonio que quedó del día en que 40 adolescentes, estudiantes de segundo de bachillerato del Liceo Antioqueño, presenciaron el asesinato de su profesor de Biología en plena clase. Ese martes, 2 de marzo de 1982, entre las 7:30 y las 7:45 de la mañana, siete encapuchados llegaron a la institución, ubicada en el sector de Robledo, sometieron a un juicio al profesor Diego de Jesús Roldán Vélez y le dispararon seis veces.
Luis Alberto Gaviria Londoño, un empresario independiente que por entonces cursaba sexto de bachillerato en el Liceo, recuerda que esa mañana vio pasar a los asesinos por uno de los corredores. “Iba para clase de Artes con un par de compañeros y vimos pasar a dos personas. Iban armados y llevaban camisa caqui y jean”. Al poco tiempo, dice, sonaron los disparos. “Era raro porque normalmente no se escuchaban tiros. Se escuchaba un petardo, piedras, salvas o perros, pero no tiros”.
En aquellos días, el Liceo vivía una época tensa, con frecuencia había pedreas y enfrentamientos entre los estudiantes y la policía. Además, debido al difícil contexto político que vivía el país, el centro educativo se había convertido en un lugar estratégico para algunas organizaciones subversivas que buscaban generar vínculos con los jóvenes en las ciudades.
“Yo estaba en mi salón de clase cuando empezaron los gritos, parecía como si fuera a haber uno de esos bochinches con la policía”, recuerda Miguel Roldán Pérez, uno de los hijos del profesor Diego Roldán, que en ese momento cursaba sexto de bachillerato en el Liceo. “Gritaron: ¡Ay, mataron al profesor! Yo inmediatamente fui a buscar a mi papá. Cuando llegué al salón vi el reguero de sangre al fondo. No entré, no vi su cadáver, nunca quise verlo”, agrega Miguel Roldán, hoy profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.
De acuerdo con el expediente judicial, fueron siete personas encapuchadas las que participaron en este asesinato. Minutos antes de los disparos, tres de ellas ingresaron al archivo del Liceo, donde encerraron a los funcionarios y a algunos estudiantes, provocaron un incendio y hurtaron un mimeógrafo. Según una de las secretarias que estaba allí, y que narró los hechos después al Juzgado 45 de Instrucción Criminal de Medellín, estos dijeron que eran miembros del ELN y que “solamente les interesaba don Diego Roldán, que era un antirrevolucionario”. Luego del asesinato, los encapuchados escaparon en dos taxis robados que tenían parqueados afuera del Liceo.
La prensa de la época reportó que una mujer fue quien disparó contra el profesor, también secretario de la institución educativa; sin embargo, varios de los estudiantes que estaban con él aseguraron al juzgado que quien disparó fue un hombre. “Vi a dos hombres, uno se quedó afuera y el otro entró. Dijeron que pertenecían al ELN y que iban a matar a don Diego dizque por venganzas, que estaban celebrando el aniversario de la muerte de un Camilo que no sé el apellido”, contó uno de los niños en indagatoria. Dos semanas antes del asesinato del profesor Diego Roldán, el 15 de febrero, se conmemoraron 16 años de la muerte del cura Camilo Torres Restrepo, quien perteneció a ese grupo subversivo y murió en un combate con el ejército.
Otro de los niños le dijo al juzgado que antes de disparar el encapuchado le dijo al profesor Diego Roldán: “Se le acusa de haber entregado compañeros nuestros, por eso se ha encontrado culpable”. Después de eso, contó otro niño, “sacó una pistola de la pretina del pantalón y le dijo ‘aunque usted no haya sido, usted ayudó a ponerlos en la cárcel’”.
“A mi padre le hicieron un juicio y lo acribillaron frente a todos esos niños”, dice Miguel Roldán. Entre tanto, Luis Alberto cuenta que al profesor Diego Roldán y a otros docentes famosos por su carácter estricto se les señalaba de llamar a la policía cuando había alteraciones del orden público que involucraban estudiantes del Liceo: “Pero ese señalamiento era un chisme, porque quien tomaba las decisiones en el Liceo era solamente el rector”.
“Mi papá era muy curioso y era de las personas que miraba cuando había trifulca con la policía, entonces lo llamaban el policía Roldán”, explica Miguel Roldán, quien agrega que “una de las fantasías que se manejaban en ese entonces era que él era un informante del Ejército”.
Al día siguiente del homicidio, el periódico El Mundo publicó que, en una llamada telefónica, “una voz anónima” se atribuyó el asesinato a nombre del comando Camilo Torres del ELN. En esa misma nota, el periódico aseguró que se trataba de la primera vez que un comando guerrillero realizaba “una acción de tal naturaleza en Colombia”.
La crudeza del asesinato del profesor Diego Roldán desató el total rechazo de la comunidad educativa, tanto del Liceo como de la Universidad. El Consejo Superior Universitario manifestó en un comunicado que asumía el hecho como parte de una “escalada” para lograr que la Universidad fuera cerrada, mientras que la Asociación de Profesores hizo énfasis en que la mejor muestra de rechazo consistía en “mantener el trabajo académico normalmente”. La Universidad y el Liceo estuvieron cerrados dos días y retomaron sus actividades normales el 4 de marzo, luego del entierro del profesor en Jardines Montesacro, al que asistieron cerca de dos mil personas.
“Las calles estaban de verdad repletas ese día”, cuenta Miguel Roldán, al recordar que “los carros paraban y la gente pitaba. Se vio la manifestación de que algo había pasado, que mi papá era importante”. Por su parte, Luis Alberto manifiesta: “Matar a un tipo desarmado, que estaba dictando una clase de Biología a niños de diez u once años fue un acto de lesa humanidad”.
El profesor Diego Roldán fue la víctima de asesinato número 104 de ese año en Medellín, donde por ese entonces, en promedio, eran asesinadas seis personas diariamente, en medio de una atmósfera que anticipaba la violencia política que tendría su pico en los años posteriores. El docente trabajó 18 años en el Liceo Antioqueño, hasta la mañana en que fue fusilado. Su caso entró a ser parte de las carpetas del Juzgado 45 de Instrucción Criminal el 4 de marzo de 1982, y pasó a la Cuarta Brigada de Medellín el 30 de marzo de ese mismo año. “A pesar de la amplitud cronológica de la investigación, aún se encuentra en el mismo sendero de oscuridad hasta el punto de que aún no se ha podido determinar ni individualizar a los posibles autores del ilícito investigado”, registró el expediente judicial el 15 de junio de 1992, diez años después, cuando la diligencia fue archivada.
“Nunca nos dijeron: ‘Miren hay tales personas capturadas por el hecho’. Nunca más se supo nada. Todo con el tiempo se fue borrando y la Universidad, también con el tiempo, fue olvidando”, dice Miguel Roldán, sentado en una de las oficinas del Departamento de Patología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. “A quién voy a perdonar, si nadie me ha buscado para que lo perdone —agrega Miguel—. De qué voy a perdonar, si nadie ha pedido perdón”.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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