La madrugada del 26 de octubre de 1998, en medio de una emboscada militar, murió Alba Luz Restrepo Holguín, una estudiante de sociología de la Universidad de Antioquia. Junto a ella murieron también su compañero, Edwin Bernardo Vásquez Cifuentes, estudiante de Ingeniería de la Universidad, y el líder de la red urbana de la guerrilla de las Farc a la que pertenecían. Ese día los dos estudiantes salieron de un lugar entre San Antonio de Prado y Armenia Mantequilla con el líder de la red, un hombre mayor, y fueron interceptados por militares colombianos.
“Los torturaron”, afirma para esta línea de tiempo uno de los amigos de Alba, que prefiere mantener su nombre en reserva. “Mataron primero al cucho [el líder de la red urbana] y a Alba la violaron delante de su compañero [Edwin]. La torturaron, a él también, hasta que los mataron. Fue una ejecución extrajudicial de los tres”, relata el hombre, que conocía a Alba desde 1994 y que para la época de los hechos era estudiante en pausa de la Facultad de Ciencia Sociales de la Universidad de Antioquia.
Dos semanas después de la muerte de Alba y Edwin, el 10 de noviembre de 1998, un petardo explotó en la oficina de seguridad de la Universidad. El periódico El Tiempo registró el hecho como un “supuesto acto de protesta” por la muerte de los dos estudiantes, quienes además eran trabajadores de la Cooperativa de Estudiantes y Egresados de la Universidad de Antioquia (Cooesdua). Ella trabajaba como cajera y él como administrador. (Ver Las Farc detonaron una bomba en el Departamento de Vigilancia)
En la noticia, titulada “Farc pusieron bomba en la U. de A.”, ese periódico señaló que los perpetradores de la explosión dejaron un panfleto en el que aseguraron “que los muertos solo realizaban trabajo político y estaban desarmados”.
Por su parte, el periódico El Mundo, en una nota del 11 de noviembre de 1998 titulada “Estalló bomba en la U. de A.”, señaló que el frente Resistencia Estudiantil, de la red urbana Jacobo Arenas de las Farc, se atribuyó la autoría del petardo. En los panfletos que los insurgentes dejaron cerca del lugar de la explosión aseguraron que los cuerpos encontrados en el sitio donde murieron Alba y Edwin “presentaban signos de tortura, situación que corrobora que primero fueron retenidos y torturados y luego asesinados”.
A Albita, como le decían en la Universidad, también la conocían como La Mesa. Ella era la encargada de llevar la agenda y de hacer las actas de casi todas las asambleas estudiantiles, la que daba la palabra y la que coordinaba las votaciones en las mismas; desde las que ocurrían en el Teatro Camilo Torres, el principal de la Universidad, hasta las que ocurrían por fuera del campus, en los círculos más íntimos de los líderes del movimiento estudiantil.
Su compromiso absoluto con la causa estudiantil fue lo que la hizo altamente visible dentro y fuera de la Universidad. Aunque también tuvo que ver su férrea militancia política. Su amigo cuenta que Alba empezó su militancia en los Comandos Armados del Pueblo (CAP), “donde estábamos Farc, Eln y los núcleos proletarios”. Estos comandos fueron un grupo de milicias que operó en los barrios de la Comuna 13 de Medellín entre 1996 y el 2002. Mientras Albita era estudiante de la Universidad, “iba a la 13 (y a otras zonas de la ciudad) y hacía capacitaciones de marxismo-leninismo, de política y coyuntura”, relata.
En 1996, luego de algunos problemas internos en el CAP, Albita entró a militar en el Movimiento Bolivariano, conocido por ser el movimiento de masas clandestino de las Farc. Según la versión de su amigo, el compañero de Albita, Edwin Vásquez, era un delegado urbano de las Farc para tareas logísticas en Medellín. En el momento en que ocurrió su muerte, Albita y Edwin estaban comisionados para realizar actividades de exploración de corredores para la red urbana de las Farc, “la Jacobo Arenas”.
El profesor Eduardo Domínguez, que para la época del asesinato de Alba y Edwin impartía el curso de Sociología Política en la Universidad, recuerda que Albita fue su alumna, y el discurso comprometido que tenía, indivisible de su militancia política. “Era una mujer de procedencia popular muy clara. Una persona muy dogmática e ingenua para explicar. Muy empírica y muy convencida de sus verdades ideológicas”, relata.
En efecto, Albita era una mujer de origen campesino. Provenía de una familia cafetera del Suroeste antioqueño afectada por la crisis del precio del café en el mercado internacional, la cual empezó a golpear con fuerza a Colombia a finales de los años ochenta.
Para la época en que estudió en la Universidad, a mediados de los noventa, Albita vivía con su familia en el barrio San Gabriel de Itagüí y buscaba salidas económicas con su trabajo en Cooesdua, la cooperativa de estudiantes y egresados de la Universidad, o con ventas informales. “A veces vendía tintos entre los pasillos de la Universidad”, dice su amigo. “La guerreaba la pelada, porque en ese momento la Universidad era muy cara”, agrega.
Él también recuerda que a inicios de los años noventa, mientras la Universidad se sobreponía a la oleada de amenazas y asesinatos que le dejaron los ochentas, el movimiento estudiantil vivió un pequeño “reflujo” producto de las represalias contra algunas de sus acciones de protesta, en muchas de las cuales Albita participó comprometidamente. “Ella salía, como todos nosotros (miembros del Movimiento Bolivariano), haciendo tres cosas: actividad académica; actividad abierta, amplia en la universidad, de agitación, activismo; y una actividad clandestina. Nosotros, sin ser camilistas, sí creíamos en eso de Camilo de que el compromiso de un estudiante universitario lo debe llevar hasta las últimas consecuencias”, dice.
Algunas de las acciones de protesta más recordadas de ese tiempo son la huelga de hambre del 4 de octubre de 1993 en el bloque administrativo de la Universidad, en la que participaron ocho estudiantes durante once días y seis horas; y el campamento de cerca de 90 estudiantes en los bajos de la biblioteca durante dos días, el cual fue desalojado por el ejército el 7 de noviembre de 1993.
“Entre los detenidos esa noche estuvo Albita, cuenta su amigo. La huelga de hambre y el campamento fueron un pico del resurgir del movimiento estudiantil para luchar contra la Ley 30 y la privatización de la Universidad. Sin embargo, en la Alma Máter ese resurgimiento era frágil. “La gente estaba temerosa de que se viviera lo mismo que en el 87, o sea, un exterminio de estudiantes y de profesores”, recuerda el exestudiante.
Especialmente, sobre ese ambiente universitario, el profesor Domínguez, hoy jubilado de la Universidad, señala que por ese tiempo la búsqueda política de los estudiantes alcanzaba a opacar su búsqueda académica. “La universidad colombiana, y en particular la U. de A., se mantuvo muy alterada entre el 75 y el 94. Esas dos décadas fueron muy pesadas porque había mucha militancia e ideología política”, explica.
La muerte de Alba Luz Restrepo Holguín fue un fuerte golpe moral para el movimiento estudiantil de la Universidad de Antioquia. “Su asesinato golpeó el alma del movimiento. Jueputa, ¡sí nos van a matar!”, relata su amigo, refiriéndose a la sensación que vivieron los miembros del movimiento estudiantil por ese tiempo.
Después de la muerte de Alba y Edwin, la relación de algunas facciones del movimiento estudiantil con la Universidad (y su campus) cambió, e incluso se radicalizó. Según cuenta el amigo de Alba, el pacto de respeto que tácitamente existía frente a la Universidad se quebró. “Nosotros [el movimiento estudiantil] siempre teníamos una medición sobre eso: no golpear la universidad agrestemente. Después de eso, sí golpeamos un poquito. No nosotros, como miembros del movimiento, sino ya las Farc”.
El tensionado ambiente interno de la Universidad dejó en los meses siguientes noticias relacionadas con la violencia dentro del claustro. Como el petardo detonado en el Departamento de Vigilancia y Seguridad Industrial de la Universidad el 10 de noviembre de 1998, o la carga explosiva cerca de la biblioteca, desactivada por técnicos antiexplosivos de la Policía Metropolitana el 12 de noviembre de ese año. Situaciones que llevaron a que el rector de la época, Jaime Restrepo Cuartas, enviara una carta a Manuel Marulanda, máximo comandante de las Farc, pidiendo que la defensa de la universidad pública hiciera parte de la agenda de conversaciones de paz entre ese grupo insurgente y el Gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana, en el Caguán.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
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