Aunque luego de su desaparición sus parientes activaron una búsqueda inmediata y miembros de la comunidad Aunque luego de su desaparición sus parientes y amigos activaron una búsqueda inmediata, han pasado 35 años y aún no se sabe qué sucedió con José. Su familia busca respuestas en la Comisión de la Verdad.
El 8 de febrero de 1986 fue la última vez que familiares y amigos obtuvieron información sobre el paradero de José Gabriel Mejía Toro, un estudiante de Economía de la Universidad de Antioquia que en ese momento tenía 26 años. Lo último que su familia supo es que viajó a Bogotá, acompañado de una mujer llamada Danely Salas, quien también fue desaparecida.
A sus 62 años Iván Darío Mejía Toro, hermano mellizo de José, guarda en una carpeta de plástico transparente recortes de prensa sobre el caso de su hermano, fotografías de eventos familiares, adhesivos e imágenes de marchas realizadas por parientes y amigos para exigir respuestas sobre el paradero del estudiante, y un documento con una frase que solía decir José: “Vamos a vivir la risa y a reír la vida”. En este archivo, Iván Mejía también conserva un impreso con el testimonio que él mismo entregó a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad en Colombia, en septiembre del 2021, en el que relató: “En los primeros días de febrero de 1986, llama desde Bogotá a nuestra casa en Medellín Fabio Zapata, quien se presenta como compañero de trabajo político de José en el movimiento Camilo Torres, para decirnos que José no aparecía, que no sabían de su paradero”.
Días después, la familia Mejía Toro recibió la llamada telefónica de un hombre que afirmó que “a José lo habían tirado al río Cauca, pero que ‘no lo habían torturado mucho’”, recordó Iván Mejía. De acuerdo con lo que sus parientes han podido conocer, el último contacto de José con alguien conocido fue el 8 de febrero de 1986, cuando llamó desde Bogotá a su amigo Jorge Ignacio Sánchez, quien por entonces estudiaba Comunicación Social Periodismo en la Universidad de Antioquia y en la actualidad es docente de la Facultad de Educación de la misma institución. En el 2015 Sánchez le contó a Pacifista que José se comunicó con él para avisarle que no llegaría a una reunión que tendrían al día siguiente para apoyar una eventual candidatura a la Alcaldía de Medellín del profesor y defensor de los derechos humanos Héctor Abad Gómez. Una semana después de esa llamada, “el 15 [de febrero], ya lo estábamos buscando”, le contó Sánchez a ese medio de comunicación.
Las convicciones políticas de José aparecieron desde la secundaria, afirmó su hermano, quien recordó que ambos estudiaron en el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB)y que “cuando estábamos en bachillerato, alfabetizamos en el barrio París (municipio de Bello) con el sacerdote Carlos Alberto Calderón, que era de corte social y de la Teología de la Liberación”. Luego de eso, varios estudiantes de la UPB, junto con otros del colegio Calasanz, ingresaron a un grupo juvenil católico llamado Almatá. De esas primeras experiencias surgió el compromiso social de José, recordó Iván Mejía.
Cuando se graduaron del colegio, en 1977, los caminos de ambos hermanos se separaron: Iván se fue a prestar servicio militar y José comenzó a trabajar con campesinos en el corregimiento Cristales del municipio de San Roque, ubicado en el nordeste antioqueño, en labores cotidianas del campo. Además, en 1979, ingresó a la Universidad de Antioquia, donde se convirtió en líder estudiantil e integró los movimientos Camilo Torres y Pan y Libertad. “A la par que estaba en Economía en la de Antioquia se empezaron a generar esos trabajos”, señaló Iván Mejía, quien agregó que con el movimiento Camilo Torres su hermano viajaba con alguna frecuencia a Bogotá.
Según Carlos Patiño Millán, estudiante de Comunicación Social de la UdeA en esos años, y en la actualidad profesor de la Universidad del Valle, la militancia de José, de quien fue amigo cercano, fue “una deriva apenas natural” de la dinámica que había tomado la Alma Máter desde la década de los 70, como lugar de encuentro de personas de distintas procedencias en una universidad que “no era proletaria, pero sí bastante popular”. En ese contexto, las militancias de los años ochenta, agregó, tuvieron una diferencia respecto de las décadas anteriores: la “socialbacanería”. “Apareció ese tipo de militante que también era salsómano, melómano, o que le gustaba el fútbol o el cine, un pequeño burgués desclasado que encontraba en la militancia la solución para algunos de sus interrogantes”, explicó Patiño al referirse al tipo de líder estudiantil que era José.
Es que José era amante de la salsa. Según su amigo, él “distinguía las canciones que se podían bailar y las que no. Por ejemplo, decía que ‘Desapariciones’, de Rubén Blades, no se baila, que es una canción para reflexionar”. También era lector de la obra de Albert Camus, agregó Patiño, quien recordó que incluso le regaló a su hermana un par de libros de este autor, con una dedicatoria que mezclaba lo personal con lo social. Y en el ámbito familiar, dijo, José “era muy amoroso con su familia, tenía en muy alta estima a sus hermanos y sobre todo a su mamá, la idolatraba en el sentido de que era su último refugio”.
El periódico El Pueblo registró la desaparición de José Mejía el jueves 6 de marzo de 1986, en un artículo titulado “Desaparecido líder estudiantil”. El texto resaltó que José también era miembro del Comité Regional de Verificación y Diálogo de Antioquia para el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla del M-19, y reveló que “a comienzos de febrero el estudiante desaparecido le comentó a su hermano que varios vehículos sin placas lo habían estado siguiendo”. El recorte de prensa que guarda Iván Mejía en su carpeta también reseña que José salió de Medellín el 5 de febrero y que le dijo a su madre que regresaría en tres días.
El 13 de marzo siguiente el periódico El Mundo publicó una nota titulada “La U. de A. reacciona por desaparición de estudiante”, que cita dos comunicados. El primero, de la Secretaría General de la Universidad, firmado por la entonces secretaria Martha Nora Palacio Escobar, dice: “Las Directivas han intervenido y siguen interviniendo ante las autoridades civiles y militares, con el fin de que se esclarezca la desaparición del estudiante José Gabriel Mejía Toro”. El segundo, emitido por la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia (Asoprudea), apunta: “Acorde con nuestro espíritu universitario y democrático solicitamos una investigación, su aparición con vida y el respeto por sus derechos”.
Además de su familia, entre 1986 y 1988 un amplio grupo de personas llevó a cabo el proceso de denuncia y búsqueda de José. El movimiento, que se hizo llamar “Los amigos de José”, estaba integrado por familiares, allegados y compañeros de estudio y de militancia del estudiante desaparecido. Iván Mejía recordó que a la búsqueda también se acercó el periodista Alberto Aguirre, quien dedicó su columna del 12 de marzo de 1986 en el periódico El Mundo, titulada “Vivos se los llevaron, vivos los exigimos”, al caso de José. Aguirre escribió que este “no podía entender la vida como egoísmo sino como entrega: había prendido en su alma el fuego de la fraternidad humana”. En su columna el periodista expresó que José fue a Bogotá “a cumplir una tarea política, legítima y abierta”, pero que luego “ingresó en el territorio de la noche y de la niebla: fue desaparecido”.
Pese a la insistencia del movimiento “Los amigos de José”, que incluyó marchas en el centro de Medellín, la impresión y la publicación de volantes que Iván Mejía todavía guarda, la demanda a las autoridades para que adelantaran la búsqueda y la solicitud de apoyo a los medios de comunicación, los familiares y amigos del estudiante desaparecido no encontraron respuestas. Sin embargo, después de 35 años, Iván Mejía ha logrado identificar por lo menos tres hipótesis sobre lo que sucedió con su hermano.
La primera de esas hipótesis apunta a que, posiblemente, a José lo desaparecieron integrantes del Comando Ricardo Franco, un frente disidente de las Farc, escindido en 1982, cuando se celebró la VII Conferencia de esa guerrilla, liderado por Hernando Pizarro Leongómez y José Fedor Rey, alias Javier Delgado, quien llevaba a cabo una purga de miembros de su propia organización, a quienes acusaba de ser infiltrados. De ahí la masacre de Tacueyó, perpetrada por el propio Javier Delgado contra sus hombres entre noviembre de 1985 y enero de 1986 en el norte de Cauca, con un saldo no oficial de 164 víctimas, según la prensa de la época. “Fabio Zapata es el que me narra que José había trabado amistad con esa muchacha que se llamaba Danely Salas, y que ella pertenecía al Ricardo Franco”, recordó Iván Mejía, quien precisó que la familia no sabe por qué José viajó a Bogotá con Salas.
Como el frente Ricardo Franco era una disidencia de las Farc, la segunda hipótesis sugiere que quizás esa guerrilla desapareció a José y a Danely Salas como parte de sus represalias contra los disidentes. De hecho, en el 2015 el entonces candidato a la Alcaldía de Medellín Alonso Salazar les preguntó públicamente a las Farc por el paradero de José, a través de su cuenta de Facebook. Eso suscitó que el 8 de septiembre del 2015 Jorge Mario Mejía, hermano de José y docente del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, publicara en el portal de la Universidad una columna titulada “Carta a un candidato sobre un desaparecido”, en la cual le pregunta a Salazar acerca de los indicios que tiene para afirmar la relación de las Farc con esa desaparición. Sin embargo, dijo Iván Mejía, hasta ahora la familia no ha recibido ninguna respuesta del excandidato y exalcalde de Medellín.
La tercera hipótesis señala que la desaparición de José habría sido cometida por fuerzas de seguridad del Estado. Esta versión se basa en un trino de la cuenta de Twitter @VidaSilenciadas, un “colectivo internacionalista” que documenta y visibiliza casos de personas “silenciadas por el Estado”, según explicaron algunos de sus integrantes en una entrevista publicada por Uniminuto Radio. Ese trino dice que a José Mejía y Danely Salas los desaparecieron unidades de inteligencia del Ejército. Sin embargo, esta hipótesis no tiene más indicios que los que da el contexto de violencia cometida en esa década por agentes estatales contra movimientos sociales y políticos de izquierda como la Unión Patriótica y A Marchar, entre otros.
Frente a la falta de certezas acerca de lo que sucedió con su hermano, en su testimonio ante la Comisión de la Verdad, Iván Darío Mejía dejó formuladas varias preguntas: “¿Por qué Alonso Salazar les pregunta a las Farc dónde está José? ¿Qué pueden decir al respecto los desmovilizados de las Farc? ¿Por qué Fabio Zapata dice que a José lo arrojaron al río Cauca y ‘lo torturaron poquito’? ¿Por qué el movimiento estudiantil de la Universidad de Antioquia no ha reivindicado el nombre y la memoria de José como desaparecido? ¿Por qué un grupo que se hace llamar Vidas Silenciadas publica un trino el 8 de febrero de 2019 en el cual dice: ‘el 8 de febrero de 1986, en Bogotá, miembros del B-2 desaparecieron a José Gabriel Mejía Toro y a Danely Salas Arango’? ¿Cuál es la respuesta del Estado ante esta afirmación? ¿Puede la Comisión de la Verdad ayudar a que estas preguntas abiertas encuentren respuesta?”.
* Este artículo fue publicado originalmente el 1 de septiembre del 2021 en el portal Hacemos Memoria.
50 AÑOS DE VIOLENCIA Y RESISTENCIA
es un contenido producido por el
Proyecto Hacemos Memoria