Los jóvenes del corregimiento de Luis Vero, en Sardinata, se han organizado para múltiples propósitos. Continúan esperando que el colegio pueda ofrecer el bachillerato completo y opciones para proyectar su vida alejados de la guerra.

Por: Ángela Martin Laiton – Pacificultor

Desde el 2001 hasta el 2004, Luis Vero, corregimiento del municipio de Sardinata, se hizo tristemente célebre en las noticias del departamento de Norte de Santander. La incursión del Frente Fronteras, bloque Catatumbo, de las Autodefensas Unidas de Colombia dejó múltiples familias desplazadas, varios casos de desaparición forzada y un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos. Pasaban los años y el pueblo era fantasma, casas envejecidas y abandonadas. El miedo era todo.

La carretera desde Las Mercedes hasta Luis Vero es agreste, se entra por una trocha brava que solo recibe carros lo suficientemente altos, los riñones son otros después del viaje. El paisaje tiene todos los verdes, de la hoja de coca a la planta de yuca, todos. El pueblo está construido hacia arriba: en la punta de una pequeña cima está la iglesia y un parque principal que se reconstruyó hace pocos años, lleno de árboles, colores y pájaros, es uno de los primeros actos de reparación para sus habitantes. Sin embargo, están tan acostumbrados al lugar que siempre ubicaron como el centro, así que la mayoría de actividades se hacen en la parte baja.

Alejandro vive a unas dos cuadras del parque en una casa hecha de madera. Al fondo hay un balcón en el que se vislumbra parte de las montañas catatumberas, hay una hamaca y una mesa dispuesta para descansar. Cuesta creer que un lugar de semejante belleza haya sido testigo de las cosas más difíciles del conflicto armado en Colombia.

Alejandro sonríe con mucha facilidad, tiene la mirada dulce, es conversador y tranquilo. “Llegué a los 15 años a Luis Vero porque tenía familia aquí, venía de Ureña, estado de Táchira, en Venezuela, pero nací en Cúcuta”.  Desde su llegada al colegio se vinculó en actividades culturales que organizaban los docentes para acompañar a niños y jóvenes más allá de la jornada escolar.

Luego, una de sus compañeras del colegio, Laura, estuvo visitando El Tarra y le contó que quería formar un grupo de jóvenes como el que había visto ahí. Alejandro se animó junto a otros e iniciaron labores con el apoyo de un profesor. “Yo empecé como miembro, apoyando para hacer actividades de limpieza en el pueblo. Era el vicepresidente porque Laura me dijo que aceptaba el cargo si yo la acompañaba”. Tiempo después, su compañera se retiró del puesto de liderazgo e iniciaron una votación en la que Alejandro se postuló y en ese proceso formaron una junta de acción paralela a la de los adultos, los Comunalitos. “Nos organizamos principalmente porque aquí no hay metas, aquí el joven cuando llega a noveno, como no hay más cursos, sale a trabajar y se pierde. Entonces, nosotros queríamos crear más actividades y que nos pudiéramos recrear”.

El primer evento que Alejandro organizó junto a sus compañeros fue un campeonato de fútbol, en ese momento todas las actividades estaban centradas en el deporte. Tiempo después ampliaron a salidas culturales a fincas aledañas. “La idea ha sido acompañarnos en distintas cosas, a veces nos visitamos y hacemos comida entre todos, actividades en el parque, hicimos un asado. En este momento estamos luchando para arreglar la cancha, queremos ver este pueblo en paz, estos lugares son muy violentos. El pensado mío es que, si yo mañana no puedo seguir con el grupo, ellos sigan”.

Alejandro, además se lanzó como personero del colegio a principio de 2020, dentro de sus propuestas estaba pintarlo y también llevar unas mesas para el parque. “Teníamos varios proyectos, pero preciso empezó la pandemia; nuestro sueño es hacer una radio en el colegio para dar información”. Han pasado el año escolar recibiendo guías en casa y las actividades están suspendidas. A Luis Vero no entra ninguna señal telefónica, salvo algunas emisoras radiales y una ruta de bus, nada más llega hasta allá.

Todas las iniciativas que este grupo ha desarrollado dentro de la comunidad tienen un objetivo: prevenir que los jóvenes vayan a la guerra. “No me arrepiento de hacer nada de lo que hice, cuando organizo actividades siento que hago el bien para aquí, para el pueblo. A mí me da tristeza que mis compañeros se vayan a la guerra, eso no es nada en esta vida, por eso yo me motivé. Con todo lo que ha pasado yo ya pensaba en irme a estudiar a Cúcuta, pero yo siento también que no quiero irme y dejar a los muchachos”.

Los niños y jóvenes del corregimiento de Luis Vero siguen esperando el fin del conflicto armado, una escuela equipada y acorde a sus necesidades educativas, algo que rompa el pacto de silencio entre la pobreza, la inequidad y la guerra.

*Este texto fue publicado originalmente en la primera edición del periódico Pacificultor, en noviembre de 2020.