¿Cómo narrar literariamente la compleja violencia que hace parte de la historia de Medellín? Esta pregunta llevó al autor colombiano Pablo Montoya a escribir su última obra literaria: La sombra de Orión.

Por: Yhobán Hernández Cifuentes

Fotos: cortesía Henry Agudelo

La sombra de Orión. Pablo Montoya. 2021. Medellín: Random House, p. 440

Pedro Cadavid es un escritor interesado en crear una historia de ficción sobre la violencia en Medellín. Lo atormenta, especialmente, el problema de la desaparición forzada en la zona conocida como La Escombrera, donde se presume que en medio del conflicto los grupos armados enterraron clandestinamente a algunas de sus víctimas. Para aproximarse a esta realidad el personaje recorre calles; entrevista a víctimas, victimarios, activistas e investigadores sociales; consulta archivos y mapas; y descubre expresiones artísticas que interpretan y se resisten a la violencia. Pero en su recorrido lo confronta la indiferencia de la sociedad, lo reduce la enfermedad de la violencia y lo cuestiona el sentido de su propio trabajo creativo que trata de erigirse en un ejercicio de memoria. La ficción que rodea a este personaje, creado por el escritor colombiano Pablo Montoya, es un reflejo del camino que él mismo recorrió durante la creación de su última novela La sombra de Orión, que será lanzada el próximo 10 de febrero.

La obra, publicada por la editorial Penguin Random House y disponible en las principales librerías del país, está inspirada en la historia de violencia de las comunas populares de Medellín y, particularmente, en la problemática de la desaparición forzada asociada a la Operación Orión, realizada el 16 y 17 de octubre de 2002 en la comuna 13, occidente de la ciudad, por orden del entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, bajo el argumento de combatir a las milicias insurgentes.

En entrevista con Hacemos Memoria, Pablo Montoya, quien es docente de Literatura en la Universidad de Antioquia, habló acerca de su novela.

 

¿Qué pasó en la vida del escritor Pablo Montoya para que mirara hacia la comuna 13 y escribiera esta novela?

El peso que siento sobre el asunto de los desaparecidos en Colombia. Me parece terrible como colombiano, como ciudadano, como escritor, que en el país haya tantos desaparecidos.

La motivación de escribir esta novela parte de una especie de ética literaria. Y, claro, como en Medellín existe esta supuesta fosa común que se llama La Escombrera, que está en las afueras de la comuna 13, que colinda con unas areneras y que tiene un botadero de escombros, a mí eso me pareció una especie de metáfora siniestra de la desaparición, no solo en la ciudad sino en Colombia. La Escombrera también es un sitio sobre el que muchas personas dicen que no hay nada, que es una invención, pero existe, está ahí y tiene una historia dolorosa y es un lugar que, además, propicia el trabajo de la imaginación literaria. Yo la veía todos los días desde el metro cuando iba para la Universidad de Antioquia, la veía desde muchas partes de Medellín y me decía: está al frente de todos nosotros y no pasa nada; dentro de la ciudadanía quiero decir, porque sí pasa mucho dentro de algunas organizaciones sociales y los grupos de víctimas que se conmueven, que hablan sobre el asunto, cuestionan, piden investigaciones.

¿Cuándo empieza a escribir la novela?

El 7 de agosto de 2002 regresé a Medellín después de una estancia de casi 20 años fuera de la ciudad. Llegué a trabajar en la Universidad de Antioquia como profesor de Literatura. Ese mismo día se posesionó Álvaro Uribe y cuando llegué al aeropuerto El Dorado todos los negocios estaban cerrados por el atentado que hizo las FARC al presidente en su posesión oficial. A los pocos días me di cuenta a qué Medellín había llegado, o sea, me encontré con una sucia y complejísima guerra urbana. Posteriormente, el 16 de octubre del 2002, empezó la Operación Orión y, como vivía por Calasanz, en los límites de la comuna 13, empecé a enfrentar ese montón de situaciones que rodearon este operativo militar. Pero a mí no se me atravesaba por la cabeza escribir sobre eso. Lo que detona la idea de hacerlo es la presencia de La Escombrera. Comencé a escribirla en marzo del 2018 y la terminé en diciembre del 2020.

¿Y en qué momento se cruza directamente con La Escombrera?

En varios de mis cuentos y en una novela anterior que se llama Los derrotados, en la que escribí sobre las Madres de La Candelaria, había asumido el asunto de la desaparición forzada. Sabía, como muchos ciudadanos, que existía La Escombrera, que estaba ahí, pero pensaba que meterme en ella era un tremendo lío por lo enrevesado de su realidad. Lo que hice en La sombra de Orión fue sumergirme, enterrarme en ella. Meter la cabeza en lo oscuro, como recomienda temerariamente Roberto Bolaño. Lo que pasó fue que en el 2015 me gané una beca para escribir, una beca de dos meses en una pequeña ciudad francesa llamada Saint-Nazaire. Fui allá a escribir y llegué a un apartamento que tenía una energía muy negativa. Solo pude estar ahí un mes porque no podía dormir, no me dejaban dormir unas extrañas presencias. Ese apartamento, mejor dicho, estaba lleno de fantasmas. Para leer en esas noches insomnes, una vez me conseguí un libro del escritor francés Patrick Modiano, premio Nobel de Literatura. Una novelita corta llamada Dora Bruder, que trata sobre una desaparecida judía en la época de la ocupación nazi en París durante la Segunda Guerra Mundial. Ese libro me conmovió tanto que cuando lo terminé sentí —no sé si por los efectos de la atmosfera fantasmal de ese apartamento o por el drama conmovedor de Modiano— que los desaparecidos de La Escombrera atravesaban el océano y me tocaban la puerta de ese apartamento para decirme: “Ocúpese de nosotros. Así como Patrick Modiano se ocupó de esa jovencita judía que desaparecen los nazis, ocúpese usted de nosotros”. Y en ese momento es que digo: voy a escribir sobre La Escombrera. Pero no comencé a hacerlo hasta 2018 porque antes estaba escribiendo otra novela, La escuela de música.

El título inicial bajo el cual usted escribió la novela era La Escombrera, pero terminó por llamarse La sombra de Orión. ¿Por qué?

Siempre escribí bajo ese primer título porque me parecía que es uno de los núcleos de la novela, la parte más desgarradora es el catálogo de desaparecidos, la séptima parte que se llama “La Escombrera”. Pero a los editores no les convencía el título, les parecía muy local, muy periodístico. Me dijeron: ¿por qué no pensamos en Orión? Orión no solamente es la operación militar, es ese guerrero mítico, esa sombra aciaga que ha cubierto nuestros destinos como ciudad y como país. Me dio brega, lo confieso, acomodarme a este nuevo título. Pero me parece que con La sombra de Orión se cubren todas las situaciones que se cuentan en la obra, porque el fenómeno de La Escombrera es un acontecimiento que ocurre bajo la sombra de Orión. Hoy sabemos que lo terrible no fue solo la operación militar, la violación de derechos humanos que cometieron esas fuerzas militares, ilegales y legales, lo terrible fue también la desaparición forzada que vino después.

Diría que Pedro Cadavid, el personaje principal de La sombra de Orión, es el propio Pablo Montoya que regresó a su país y se encontró con la realidad de la violencia y la desaparición forzada encarnada en La Escombrera. ¿Este personaje retoma su vivencia personal como escritor?

A Pedro Cadavid lo he utilizado en otras obras. Digamos que La sombra de Orión termina la trilogía de novelas mías donde él es el protagonista. Se presenta primero en Los derrotados, luego en La escuela de música y ahora en La sombra de Orión. Esta última se ocupa del Cadavid cuarentón, maduro, el que llega a Medellín. En La escuela de música es el Pedro joven, el de los 20 años, el que va a estudiar música a Tunja. Y en Los derrotados es el Cadavid que cuenta su historia del Liceo Antioqueño, su adolescencia, sus relaciones con la política, con el EPL y con el aprendizaje de la escritura.

El Pedro Cadavid de La sombra de Orión es el que regresa a Medellín a trabajar. Es un hombre que llega a rehacer su vida su vida laboral y afectiva porque ha dejado París y se ha separado. La novela, en la primera parte, titulada “La Operación”, cuenta el modo en que él se va adaptando a esa ciudad que encuentra, que está sumida en una guerra cruenta entre grupos paramilitares, fuerzas estatales y milicias. Pero en mi novela el lugar se llama La Comuna, no es la comuna 13.

Luego Cadavid conoce a una chica que se llama Alma. Ella vive en La Comuna y es una especie de Beatriz, teniendo en cuenta La divina comedia, porque es la que va a guiarlo en su inmersión en esta parte de la ciudad. Pero Alma es una mujer distinta a todas esas “heroínas” que uno ve en la literatura antioqueña. A esas putas delincuentes de muchas novelas que se han escrito en nuestra literatura contemporánea. Mujeres agresivas o consideradas como vulgares paridoras. A mí me interesaba mucho mostrar otro tipo de mujer y Alma lo es.

En la novela, Cadavid decide escribir sobre La Comuna, pero quiere hacer algo completamente ficcional. Decide entonces elaborar un relato y ese relato está incrustado en La sombra de Orión, dividido en tres partes intercaladas: “Las Bandas”, “Las Milicias” y “Los paramilitares”. Lo que cuentan estas tres partes es, en realidad, la historia de los sectores populares de Medellín y su relación con los grupos armados. Lo que pretende Pedro Cadavid es mostrarle al lector, a través de un ejercicio de ficción, cómo los sectores populares de Medellín son agredidos brutalmente por diferentes grupos armados. En esos tres pasajes trato de narrar la historia de las comunas populares desde inicios del siglo XX hasta la operación Orión. Es, finalmente, una lectura metaficcional lo que le propongo al lector.

¿Dónde están las puntadas que permiten unir al escritor, al personaje, a las víctimas y a este escenario que son las comunas?

El lector en la medida en que se sumerge en la narración va dándose cuenta que tiene en sus manos un artefacto literario. Una novela donde el personaje principal, Pedro Cadavid, también participa como narrador. Él es el autor de este gran relato sobre la comuna 13 y las demás comunas populares de Medellín.

La cuestión que sustenta La sombra de Orión es cómo narrar la violencia en Medellín, cómo enfrentarse literariamente a un fenómeno tan complicado como el que hemos vivido. Yo lo hago desde tres puntos de vista. El primero, es la preocupación literaria, que es la que está reflejada en esa historia de La Comuna, pero también en un catálogo de 27 desaparecidos, que es la parte más larga de la novela, quizás la más dramática, y que es donde le muestro al lector cómo Cadavid hace su trabajo de campo. Se trata de una empresa testimonial basada en entrevistas. Cadavid habla con las personas, va modelando todo el universo del horror de la desaparición forzada. Son 27 fragmentos que muestran el destino de esos desaparecidos, casi todos, gente inocente, personas que tuvieron la mala suerte de ser amigos de un miliciano o de vivir en barrios que simpatizaron con las milicias, porque cuando llegaron los paramilitares no solo se lanzaron a perseguir a los milicianos, sino también a la gente de los barrios. Los paramilitares, bajo la anuencia del ejército, la policía y las autoridades políticas de Medellín, destruyeron ese tejido social que habían hecho las milicias, y lo hicieron a partir del terror, desapareciendo a muchas personas.

El segundo punto de vista se relaciona con lo artístico. Ubico en La Comuna a un cartógrafo, un personaje que estuvo en las milicias y que termina escondiéndose y haciendo un mapa de la muerte, así lo llama él. Una cartografía inmensa, como La Comuna, que está diseminada en diferentes ranchos. Una representación de la violencia medio fantástica, siguiendo un poco la poética de mimesis territorial que plantea Borges en una de sus mini ficciones, ya que lo que efectúa mi personaje es un mapa gigantesco en el que pone cruces donde han asesinado a los habitantes de La Comuna. Pedro Cadavid y Alma acceden a fragmentos de ese mapa. De esta manera, Cadavid, que entra a La Comuna como escritor e intenta nombrarla desde su escritura, se encuentra con diferentes facetas artísticas, todas ellas marginales, que confrontan la violencia. Una de ellas es, pues, este mapa. Otra más es la música. Lo musical lo trabajo, por un lado, desde los juglares, los raperos, la cultura Hip Hop que Pedro Cadavid va a encontrar como una forma de resistencia ante la violencia. Y, por el otro, a través de una especie de musicógrafo que busca en La Escombrera los rastros sonoros de los desaparecidos.

Ahora bien, la novela aborda también el asunto de la memoria. Y plantea preguntas que me parecen cruciales: ¿hasta qué punto los ejercicios de la memoria, en un país tan desalmado como Colombia, funcionan? ¿Qué pasa que nuestras grandes calamidades sociales no logran resolverse ni superarse sus efectos traumáticos? ¿Por qué no encontramos a los miles desaparecidos que tenemos? ¿Por qué los grandes responsables de esta tragedia nacional no han sido sancionados? ¿Qué es lo que nos sucede como comunidad? ¿Por qué no reaccionamos ante una situación tan extrema como esta? ¿Por qué seguimos repitiendo la violencia? Ahora están los líderes sociales asesinados y quién sabe qué seguirá después. La novela cuestiona entonces el trabajo que el mismo Pedro Cadavid realiza. Hay una voz enunciativa que le dice a Pedro: “¿pero sí sirve de algo que usted haga ese catálogo de desaparecidos?”. Los mismos personajes sobre los que él escribe lo cuestionan. Hay una mujer que desde el fondo de La Escombrera le dice: “Pedro, ¿crees que con tu escritura nos vas a encontrar? ¡Qué iluso eres!”

¿Cómo fue el proceso creativo? Yo soy periodista y siento que en varios momentos usted hizo un trabajo periodístico, es decir, recorría la comuna, se aproximaba a las historias de las víctimas, buscaba documentos con información. A veces me parecía estar leyendo un gran reportaje

Sí, exactamente, yo que he sido tan crítico con el periodismo [risas] terminé haciendo una labor así. Terminé invitando al periodismo en mi literatura. Esa parte de La Escombrera está muy impregnada de ese tipo de trabajo.

Yo soy una persona de Medellín, he vivido de cerca estos procesos de violencia, soy hijo de un asesinado, tengo amigos y familiares asesinados en la época dura de la violencia que hubo en la ciudad, por eso tengo una sensibilidad muy aguda frente a ese asunto. Medellín es una ciudad que quiero y me duelen sus maneras equívocas de avanzar en el tiempo. Su hipocresía de quererse mostrar ante el mundo como una ciudad ejemplar y dueña de un civismo digno de celebrar, cuando es profundamente injusta y por ello tremendamente violenta. De manera que lo primero que hice fue una lectura general de la ciudad y de sus relaciones con la violencia, que se agudiza prácticamente en los años setenta con la llegada del narcotráfico. Leí muchos libros sobre Medellín, muchos trabajos de periodistas y académicos, muchas novelas y cuentos, para poder entender y captar un poco esa situación. Leí los trabajos del Instituto Popular de Capacitación (IPC), de la Corporación Región y de la Corporación Jurídica Libertad. Esta última me pasó las fichas ante-mortem de los desaparecidos que supuestamente están en La Escombrera. De alguna manera, lo que hago en la parte de La escombrera es trabajar literariamente esas fichas ante-mortem, tratar de reconstruirlas a través de la literatura. Hablé con victimarios, hablé con policías que participaron en la operación Orión, con miembros del cuerpo élite antiterrorista (CEAT), con exmiembros del Bloque Cacique Nutibara y con muchas víctimas de desaparecidos. Vi muchos videos, fui a los archivos del Museo Casa de la Memoria, leí el Basta Ya, tesis de grados, etc.

Pero además de esta parte investigativa, hice otras indagaciones que tienen que ver con la relación del arte y la violencia, por eso fue que me interesó introducir esta historia del cartógrafo y del músico que sigue las huellas sonoras de los desaparecidos. Las charlas que tuve, por ejemplo, con Miguel Isaza, ese músico extraordinario que capta y registra sonidos en Medellín desde hace años, me sirvieron mucho. De manera que en la novela termino articulando esos diferentes puntos de vista para mostrarle al lector que la violencia en Medellín es excesivamente compleja y que es posible abordarla desde otras perspectivas sin caer en los lugares comunes de la narrativa sicaresca, o en la narco o paranovela.

¿Cómo se conecta esta obra con la memoria del conflicto armado en Colombia y particularmente en Medellín?

Se conecta a partir del catálogo de desaparecidos. La parte de La Escombrera y la parte de la operación Orión están dedicadas a la historia literaria de la comuna y están muy vinculadas a lo que sucedió en Medellín. Se conecta también a través de los personajes, porque, aunque en mi novela tienen nombres ficticios, hay un telón de fondo en la historia de Medellín, hay unos alcaldes, unos jefes militares, paramilitares y líderes milicianos tomados de la historia que ha vivido la ciudad. Un lector que haya seguido de cerca estas circunstancias, sabrá distinguirlos.

Ahora, pienso que la literatura colombiana ha dado testimonio de los grandes conflictos que han tenido la ciudad y el país, pero hay mucho por hacer. Ha habido trabajos testimoniales muy valiosos, por ejemplo, los que han hecho Patricia Nieto, Juan José Hoyos, Víctor Gaviria, Alonso Salazar y otros tantos escritores que han abordado esos procesos de violencia a través de crónicas y reportajes periodísticos, y de la recuperación de testimonios. Están los textos literarios de Helí Ramírez y Gilmer Mesa, de Fernando Vallejo y David Gil, de Jorge Franco y Luis Fernando Macías, de Abad Faciolince y Robinson Usuga, de Pedro Arturo Estrada y Henri Vargas, de Miguel Rivas y Samuel Vásquez. Pero desde el punto de vista de la novela, de la poesía, del teatro, hay muchas cosas por hacer. Creo que lo que se viene ahora es muy duro porque hay que tratar de quitar el velo y decir: ¿Qué pasó aquí? La novela mía, de alguna manera, intenta aportar en este arduo camino que nos espera.

En la novela el personaje principal sufre la enfermedad de la violencia ¿De qué se trata y cómo llega a su obra?

En la medida en que iba hablando con testigos, con gente que ha trabajado la problemática de La Escombrera, yo encontraba que muchas de esas personas se enfermaban. Perdían el sueño, los niveles de estrés aumentaban, tenían pesadillas, iban donde psicólogos y psiquiatras. Estoy refiriéndome sobre todo a los investigadores, a los trabajadores sociales. Porque lo otro es lo que pasa con las personas humildes de la comuna 13 cuyos familiares han sido desaparecidos. Esa gente vive un calvario insoportable. Al toparme con esta situación, decidí que en mi novela el personaje principal también se enferma de violencia. En La sombra de Orión Pedro Cadavid termina convirtiéndose en una especie de fosa común. Como si él fuese verdaderamente una especie de escombrera. O mejor dicho, como si él reconociera que se ha convertido en el lugar de todas las exhumaciones. La última parte de la novela se llama La Cura, y en ella muestro cómo se enferma Cadavid, cómo toca fondo. Y desde ese hondo malestar que padece es que se confronta a la sociedad indiferente de Medellín.

¿Están las víctimas enfermas de violencia? Lo pregunto porque en una de las escenas de la novela algunas víctimas quieren hacer un caldo con la cabeza del presidente y me pregunto si eso se inspira en la realidad

Imagínate que la primera vez que fui a hablar con el colectivo de Mujeres Caminando por la Verdad, fui al convento de la Madre Laura y me encontré con esta situación. Las mujeres se presentaron, hablaron de sus cosas y una de ellas llorando, totalmente desolada por la impotencia ante la desaparición de varios de sus familiares dijo: “yo sueño con hacer un sancocho con la cabeza del presidente Uribe”. Me pareció tan fuerte esta escena que decidí meterla en la novela.

Sin duda, vivimos en un país enfermo de violencia. Un país que se ha desbordado y necesitamos una terapia con urgencia. Como comunidad urgimos de hacer una especie de sanación. Ella tiene que pasar por lo colectivo. Sabemos que hay sanaciones individuales y sanaciones colectivas. Pero esta última tiene que pasar por procesos de justicia y verdadera reparación. Creo que es fundamental que dejemos a un lado nuestra inveterada impunidad y que se castigue a los responsables. Es fundamental que los políticos, los empresarios, los militares de un bando y otro, todos quienes provocaron este horror de ciudad y de país que hemos vivido, sean señalados y, ojalá, juzgados.

¿Se sintió también Pablo Montoya agobiado por la enfermedad de la violencia?

Claro, pero yo creo que con esto ya hice lo que tenía que hacer. Pienso que con esta novela culmina todo mi proceso literario dedicado a la violencia de Medellín. Proceso que comencé con Cuentos de Niquía y seguí con Réquiem por un fantasma, El beso de la noche y Los derrotados. La sombra de Orión marca el final de ese recorrido.

Pero sí, yo me enfermé, no tanto como Pedro Cadavid, pero sí tuve momentos muy difíciles. Después de esos recorridos yo llegaba a mi casa, tenía que meditar, tenía que hacer unas especies de limpieza para poder soportar ese peso tan grande del horror que ha vivido la ciudad y que yo, como escritor, como si fuese un Atlas contemporáneo, tuve que cargar sobre mis espaldas y mi conciencia.