Atestiguar es el verbo que Natalia Botero usa para definir el valor del fotoperiodista en un país como Colombia.

Por: Karen Parrado Beltrán & Laura García Giraldo*
Ilustración: Karen Parrado Beltrán

Jueves, 16 de enero de 2003. Natalia la vio tendida en una cama, era una muerta con suerte. Su familia la había recogido junto con su otro hermano a quien también asesinaron. Se llamaba Cecilia y tenía alrededor de 17 años. En San Carlos, Oriente antioqueño, era conocida por ser una joven dedicada al liderazgo comunitario, pero las FARC le arrebataron la vida, al igual que a 17 personas más de diferentes veredas del pueblo.

El recuerdo de esa misión sigue siendo difícil para Natalia. Estaba acompañada por los fotógrafos Jesús Abad Colorado y Donaldo Zuluaga. Ella recuerda que estaban cansados. “San Carlos es caliente, había muchas tensiones juntas, alrededor se escuchaban disparos, entonces eran bastantes situaciones adversas. Cuando llegamos al último lugar, que es la casa de la familia de Cecilia, ellos la estaban velando y también a su hermano”.

Empezó a disparar su cámara hasta que su cuerpo no le dio para más. Se desmayó. Cecilia era para Natalia el reflejo de la dignidad de las víctimas en Colombia. La familia, a pesar de su dolor, no dejó los cuerpos tirados, sino que los recogió y organizó de la manera más pulcra posible, a diferencia de muchas de las otras personas masacradas. “Cuando volví sobre mí, me repuse y tomé un poco de agua. Ese desmayo fue como una reacción a qué estamos haciendo desde el periodismo y cuál es nuestra responsabilidad”.

Con este trabajo Natalia ganó el premio de fotografía en el concurso Colombia: Imágenes y Realidades, entregado por la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y después se marchó del país. Su plan era quedarse viviendo en Estados Unidos hasta que un fuego interno, un golpe de intuición, le susurró que su lugar estaba en Colombia. Para 2005 la intensidad del conflicto se redujo con la ya iniciada dejación de armas de los Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y “ahí hubo un tránsito y reflexión sobre cómo iba a hacer el periodismo. Decidí que era muy importante contar y narrar a los muertos, pero a partir de los vivos”.

El triunfo de la guerra

Botero se define como una fotógrafa clásica y estética, de tomas precisas y mirada serena. Agradece haber aprendido a tomar fotos en el mundo analógico porque eso la endureció en actitudes como la paciencia. Considera que la mirada del fotoperiodismo de hoy dista mucho a la de su generación. “Hace 20 años la mirada tenía menos vicios, era un poco más natural ante lo que pasaba, la forma de trabajar era directa. En la mirada actual hay una técnica y estética especial para lo digital, es otra forma de ver y que aporta a la narrativa del país”.

Atestiguar es el verbo que Natalia usa para definir el valor del fotoperiodista en un país como Colombia. “Es vital la mirada de los fotógrafos en un país en conflicto, en tránsito a la paz y a la guerra nuevamente. La verdad y la memoria de un país se construye a través de diversas miradas. No hay una sola verdad. Por eso el fotógrafo juega un papel primordial”.

Natalia cree que la violencia actual en Colombia es muy diferente a la que vivió de joven. “La violencia de ahora no tiene nombre porque no se sabe quién es el enemigo: el enemigo es el Estado, son los grupos armados, son los vecinos, un familiar. El máximo triunfo de la guerra fue la desconfianza que generó entre nosotros los ciudadanos. Nunca la violencia es justificada, pero ahora siento que es más difícil tener una idea clara de lo que significa esa palabra, porque es contra todos, contra todo y a todo nivel”.

La guerra, como diría Natalia, no ha sido la excepción, sino la norma. En cambio, la paz sí ha sido la excepción en Colombia. Ella opina que la esperanza está en las iniciativas de los colectivos sociales, en los jóvenes, las mujeres y el campesinado, pero unidos. “Eso es lo que marca diferencia con otros países que también han sufrido la guerra, como Alemania, acá tenemos que aprender a trabajar en colectivo”.

*Este artículo fue publicado originalmente en la edición 96 del periódico De la Urbe.