Después de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, los homicidios disminuyeron en Colombia. Sin embargo, sigue siendo uno de los países más violentos de América Latina. Para la periodista Alejandra Sánchez, investigadora del proyecto En malos pasos, la expansión de los cultivos de coca, la aparición de nuevos grupos ilegales y la persecución a líderes sociales explican las altas cifras de violencia en el posconflicto.

Por Esteban Tavera
Fotografías: Felipe Restrepo

Desde el 2011, la periodista mexicana Alejandra Sánchez emprendió un viaje por América Latina, con el objetivo de identificar y entender las problemáticas que aquejan a los países de la región. En ese recorrido la acompañó el periodista español José Luis Pardo. Juntos trabajan en Dromómanos, una productora de proyectos periodísticos que privilegia el uso creativo de los formatos audiovisuales y que investiga las consecuencias de la violencia y los conflictos sociales en el continente.

De este viaje surgió Narcoamérica, un libro, publicado en el 2015, que compila crónicas y reportajes sobre las rutas de la cocaína en 18 países latinoamericanos. Después emprendieron un nuevo proyecto periodístico. Se trata de En malos pasos, un viaje por los siete países más violentos del continente: Brasil, Venezuela, Colombia, Honduras, El Salvador, Guatemala y México. Esta iniciativa busca entender “por qué matamos, por qué morimos y cómo sobrevivimos”.

A pesar de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, de los diálogos en Quito con el Eln y de los intentos del Gobierno por someter a la justicia al Clan del Golfo, los colombianos nos seguimos matando. Colombia ocupa el sexto lugar en la lista de los países más violentos del continente, según las cifras de la campaña Instinto de Vida, una iniciativa que une a organizaciones no gubernamentales con el objetivo común de reducir la violencia en Latinoamérica

Según los cálculos de Instinto de Vida, en Colombia muere una persona de forma violenta cada hora y media. El año pasado, por ejemplo, se presentaron 12.262 muertes violentas en el país. Cali, Palmira y Cúcuta son los casos más alarmantes.

El Acuerdo de Paz firmado entre el Gobierno y las Farc redujo el número de homicidios, pero la expansión de los cultivos de coca, la extracción ilegal de oro, la emergencia de nuevos grupos paramilitares y la persecución a líderes sociales convierten al país en uno de los más peligrosos de la región. Alejandra y José Luis llegaron a Colombia con el propósito de explicar por qué crece la violencia en un escenario de posconflicto.

Hasta el momento, han realizado cuatro contenidos periodísticos sobre el caso colombiano. Uno de los reportajes, titulado Capital Criminal, aborda el fenómeno de la violencia en Medellín, una ciudad que en la década de 1980 alcanzó la cifra más alta de homicidios en el mundo y que actualmente es conocida como un “milagro”, pero en la que persisten patrones de violencia.

Durante la visita de Dromómanos a Medellín, el proyecto “.co.de”, que reúne a los socios de la Deutsche Welle Akademie en Colombia, y del que hace parte Hacemos Memoria, conversó con Alejandra Sánchez sobre el proyecto En malos pasos y sus hallazgos en uno de los países más violentos del continente.

El proyecto En malos pasos busca responder a la pregunta ¿por qué en América Latina nos matamos tanto? De hecho, el nombre del proyecto hace referencia a esa frase que viene después de cada homicidio: “si lo mataron, es que andaba en malos pasos”. Cuéntenos sobre la propuesta que ustedes tienen.
En malos pasos es una investigación que se desarrolla en los siete países con las tasas de homicidios más altas: Brasil, Venezuela, Colombia, El Salvador, Honduras, Guatemala y México. En enero de 2017, empezamos la investigación en Brasil. Ahora, estamos en Colombia y vamos subiendo hasta llegar a México. La idea es ver qué hay detrás de esos números, detrás de esas tasas tan altas. ¿Qué ha pasado para que nos hayamos vuelto tan violentos?

El homicidio es un tema que viene desde la Biblia, desde Caín y Abel. El homicidio, desgraciadamente, es una forma de resolver conflictos: alguien me debe dinero, lo mato; alguien me quita territorio, lo mato; alguien se acostó con mi mujer, lo mato. Es eso lo que está pasando.

Desde el principio, teníamos muy claro que no queríamos hacer un memorial en el que simplemente recordáramos víctimas, pues es un problema vigente. Obviamente hablamos de las víctimas, pero queríamos preguntarles a las personas cosas tan simples como ¿por qué matas?, ¿por qué has matado?, ¿cómo sobrevives en barrios peligrosos?

Ustedes hacen parte de la campaña Instinto de Vida, una iniciativa que reúne a decenas de organizaciones cuyo objetivo en común es recudir los homicidios, al menos, al 50%, ¿cuál es el aporte del periodismo a este objetivo?
Creo que nuestro granito de arena es visibilizar el tema y darle un enfoque diferente. Siempre se dice que la persona que muere estaba en malos pasos. Nosotros queremos romper esa idea. Le pusimos ese nombre al proyecto como una especie de ironía. Lo que podemos hacer es ayudar a entender y a visibilizar este fenómeno de una manera creativa.

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¿Qué tipos de violencia han encontrado en Colombia?
En Colombia han disminuido bastante los homicidios, y hay que ver el mérito de eso. Pero la violencia se transforma, y el posconflicto implica nuevos retos para el país.

Nos enfocamos en cuatro reportajes. Uno hace parte de una serie que tenemos con Vice News que se llama Capital Criminal, y es sobre violencia urbana. Al principio lo fácil o lo obvio era reportear Cali o Buenaventura, que tienen las tasas más altas de homicidios en Colombia. Finalmente, decidimos hacerlo en Medellín, justo porque es la ciudad que ha tenido la taza más alta de la historia. Nunca, al menos desde que se registran las tazas de homicidios, y ni siquiera Juárez o San Pedro Zulia que han sonado mucho, han llegado a tener ni la mitad de lo que tuvo Medellín. Fue muy loca esa época de la violencia.

Pero Medellín se ha transformado, ha pasado por varias épocas y queríamos ver por qué. Es decir, más allá del famoso “milagro”, ¿qué pasó en Medellín? Esa es la pregunta que nos trajo aquí.

Otro reportaje es sobre el Chocó, sobre la violencia minera en el Río Quito. Si bien no están matando tanto, sí hay extorsión y amenazas muy fuertes. No nos queríamos guiar por cifras, sino por los fenómenos. El control social es un tipo de violencia muy fuerte, pues las personas no pueden vivir en libertad. Después de las seis de la tarde la gente no puede pasar por el río; además, en esta región se han transformado los grupos criminales.

También hicimos el perfil de un líder de restitución de tierras en Urabá, para entender un poco más sobre el tema del posconflicto. Decidimos seguir a una persona que nos contara qué riesgos implica ser líder en Colombia.

Finalmente, hicimos un reportaje en San Carlos, Antioquia, uno de los municipios más azotados por la guerra, que tuvo un programa piloto de reconciliación y de construcción de paz.

El ejemplo de Medellín permite cuestionar el papel que cumplen las mediciones. Como usted dice, que bajen los homicidios no quiere decir que haya terminado la violencia, ¿cómo tratar rigurosamente el tema de las cifras?
Al hablar de homicidios, los números son muy engañosos, pues cada país tiene sus propias formas de reportar las cifras. Yo creo que los números son un acercamiento, una guía, pero no nos podemos basar solo en esos datos. Lo más importante son las historias que hay detrás de esos números, las personas que realmente están sufriendo el problema. Una forma de combatir la indiferencia es explicando lo que pasa, ofreciendo una aproximación más sensible y más cercana a estos fenómenos de violencia.

Para nosotros en Colombia, al tener tan naturalizada la violencia y el homicidio, resulta muy apropiado compararnos con otros contextos. Ustedes han estado en seis países más, ¿qué nos puedes contar sobre las relaciones que hay entre esas violencias? ¿Cuál es la violencia que más se asemeja a la nuestra?
Yo creo que todos los países tienen algo en común, mi compañero José Luis Pardo, con quien estoy haciendo la investigación, lo define de una manera genial: el homicidio empieza con la desigualdad y acaba en la impunidad. Entonces, todos son países extremadamente desiguales. Con desiguales no quiero decir pobres, no quiero decir que la pobreza genera violencia, eso está comprobadísimo. La pobreza no tiene una relación directa con la violencia, tiene que ver con la falta de inclusión social del Estado; es decir, a los lugares a los que no llega el Estado, llegan otro tipo de poderes criminales. Entonces, todo tiene que ver con ese olvido, ese abandono, esa desigualdad.

Además, la impunidad es una locura, todos los países están por el 90, el 98 por ciento de impunidad.

¿Cuál es la relación de ese trabajo periodístico que ustedes hacen en la calle, en los barrios con las explicaciones que dan los académicos?
Casi siempre que llegamos a un lugar lo primero que hacemos es entrevistar a los expertos. Creo que con la academia nos complementamos, nos ayudamos. Muchas de sus investigaciones no le llegan al público en general, pero el trabajo de ellos es muy profundo y arroja cosas súper interesantes que nos han ayudado a entender la violencia en Latinoamérica.

La violencia ha sido un tema que los periodistas investigan recurrentemente, y no siempre con buenos resultados. ¿Qué creen ustedes que se requiere para llegar a comprender los fenómenos de violencia?
Para hacer buen periodismo sobre la violencia, lo más importante es la profundidad. Por más que leamos sobre el tema, es muy difícil entenderlo, y muchas veces nos quedamos con los prejuicios.

Este proyecto, a nivel personal, nos ha hecho replantear muchísimas cosas: “¿qué piensas de la cadena perpetua?, ¿qué piensas de la pena de muerte?” Nosotros somos anti mano dura, pero este es un tema que nos ha confrontado mucho.

En definitiva, para hacer buen periodismo sobre este tema tienes que estar realmente apasionado, te tiene que gustar.