Los guatemaltecos Erwin Melgar, historiador y antropólogo forense, y Edgar Ruano, sociólogo, consideran que hacer memoria y evitar el silencio son los aprendizajes que debe dejar la experiencia de Guatemala, tras dos décadas de la firma de un acuerdo de paz entre el gobierno guatemalteco y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). En su visita a Colombia, compartieron su experiencia con estudiantes, víctimas y líderes sociales.

Por Elizabeth Otálvaro y Juan Camilo Castañeda

El historiador y antropólogo forense Erwin Melgar busca en Guatemala los rastros de tumbas y fosas comunes para, posteriormente, dar dictámenes judiciales y hacer aportes a la verdad que buscan las víctimas del conflicto armado en su país. Los textos que escribe generalmente son técnicos, por eso, dice que lo sorprendieron las fotografías y las bitácoras expuestas en el Salón del Nunca Más de Granada, Antioquia, porque “dejan ver que cada persona asesinada o desaparecida en medio de un conflicto armado tiene una historia, un rostro y una familia”.

Por su parte, el sociólogo Edgar Ruano ha visto cómo, en los últimos años, la memoria se ha convertido en objeto de disputa y conflicto Guatemala. Según Ruano, el Estado y sus Fuerzas Militares, que tras la firma del acuerdo de paz guardaron silencio sobre su actuación en la guerra, han decidido contar su versión como respuesta a los diversos informes de memoria que los señalan como el actor que más afectó a la sociedad civil.

En su visita a Colombia el profesor Ruano ha visto cómo en el país, donde hace menos de un año se firmó un acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, esta situación tiende a replicarse, pues el Estado, los actores armados y la sociedad civil quieren imponer sus relatos sobre lo su pasó en la guerra.

Erwin Melgar y Edgar Ruano fueron los ganadores del concurso periodístico Tejer Memoria: Unir retazos de nuestra historia, en las categorías de periodismo comunitario y periodismo de investigación respectivamente. El concurso tenía el propósito de “descubrir, documentar y describir los lugares y las historias de la memoria de Guatemala, aún no conocidas”, y fue organizado por el portal web Plaza Pública de Guatemala, con el apoyo del Memorial para la Concordia y la DW Akademie. Los ganadores se conocieron el 17 de julio en la Feria Internacional del Libro de Guatemala y recibieron como premio un viaje a Medellín para conocer el trabajo de memoria histórica que se adelanta en el país.

Los artículos que escribieron para este concurso tienen relación con sus vidas personales. Melgar narró la historia de la masacre en la aldea de Cocop en 1981, él fue uno de los peritos que participó en la investigación forense y posterior exhumación de los restos de las víctimas en el año 2005. Ruano, por su lado, contó la historia del asesinato de su compañero Oliveiro Castañeda de León, secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), el 20 de octubre de 1978.

Conversamos con ellos para conocer la relación que tienen sus trayectorias personales con la memoria, el tema que los trajo hasta Colombia.

Erwin Melgar recupera los restos de la memoria en Guatemala
En el año 2000, Erwin Melgar visitó por primera vez la aldea de Cocop, ubicada al norte de Guatemala, en el departamento de Quiché. En ese entonces, se unió al equipo de peritos del Centro de Análisis Forense y Ciencias Aplicadas (CAFCA), un equipo de investigación forense encargado de ubicar los cuerpos de decenas de personas que fueron asesinadas el 18 de abril de 1981 por el Ejército de Guatemala.

Edgar_ErwinErwin Melgar y Edgar Ruano visitaron el Salón del Nunca Más en el municipio de Granada. 

Las fuentes oficiales registraron este hecho como un enfrentamiento entre el Ejército y un grupo guerrillero, en el que, en medio del fuego cruzado, habrían muerto civiles. Sin embargo, el antropólogo forense Erwin Melgar encontró en Cocob testimonios de sobrevivientes que afirmaron que se trató de una agresión directa por parte de unidades militares.

La investigación culminó en el 2005 con la recuperación de los restos de 48 personas. Sin embargo, se estima que en la masacre asesinaron a “por lo menos 77 personas: 20 mujeres adultas, 10 hombres adultos, 28 niñas y 19 niños”, describió Melgar en un artículo periodístico que tituló Tumbas donde descansan las víctimas de Cocop.

Doce años después de haber culminado su labor investigativa en Cocop, Erwin Melgar, quien además es historiador de la Universidad de San Carlos, quiso publicar un texto que permitiera visibilizar la masacre, a partir de su trabajo como antropólogo forense y de los documentos oficiales que conoció y que dan cuenta de la violación sistemática a los derechos humanos de esta comunidad guatemalteca: “En Guatemala ocurrieron muchas masacres como esta, y por eso quise contar la historia. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico registró 626 masacres atribuidas a las Fuerzas del Estado, pero mi trabajo como antropólogo forense me permite decir que muchas otras no fueron registradas”, dice Melgar.

La masacre de Cocop, según Melgar, también muestra los patrones de violencia que ejercieron las fuerzas del Estado durante el conflicto armado en Guatemala: “Las víctimas, en su mayoría mujeres y niños, eran asesinadas con arma de fuego; después de ser ejecutadas, eran quemadas. En nuestro país, el 90% de las víctimas son indígenas; en la mayoría de los casos, los responsables son los militares, pues, como sucedió en Cocop, los indígenas eran asociados con los guerrilleros; además, en Guatemala hay mucho racismo”.

Melgar quiere visibilizar a las víctimas de la masacre de Cocop, pues el Estado guatemalteco no les ha cumplido sus demandas de justicia y reparación. Este caso fue admitido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos; con su relato, este antropólogo forense quiere contrarrestar las versiones oficiales que tachan a los familiares de las víctimas como “vividores” o que los señalan de ser manipulados por organizaciones no gubernamentales.

Su texto, Tumbas donde descansan las víctimas de Cocop, fue el ganador de la categoría de periodismo comunitario, del concurso Tejer Memoria. Su premio fue un viaje a Colombia para conocer el trabajo de memoria histórica que se adelanta en el país. De esta experiencia, se le quedaron en la retina las fotografías de las víctimas que se exhiben en el Salón del Nunca Más de Granada, Antioquia, pues permiten entender que más que un número, las víctimas tienen un nombre, una historia y una familia que los extraña, “y esas son suficientes razones para construir relatos de memoria”, dice Melgar.

La historia de dos líderes estudiantiles
La carta que le dejó a sus amigos antes de partir a México decía que volvería para Navidad. Era 2 de noviembre de 1978. Edgar Ruano salió ese día con una maleta ligera de su país natal, Guatemala; habían pasado 13 días del asesinato de su compañero y líder estudiantil Oliveiro Castañeda De León y huir parecía la forma de no ser el siguiente en la lista. Pero no volvió para la Navidad del 78. Pasaron 20 años.

Regresó dos años después de que el gobierno guatemalteco y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG– suscribieran el acuerdo de paz. Al volver ya era 1998; y por la vida de Ruano había pasado un exilio que lo mantuvo vivo. “Si yo no hubiera tomado la decisión de irme me hubieran matado. Tarde o temprano me iban a matar”, remarca al hacer memoria de su propia historia.

Edgar_Erwin_1Edagar Ruano escucha las historias de algunas de las víctimas del conflicto armado en el municipio de Granada. 

Edgar Ruano escribió para el concurso Tejer Memoria la historia de la muerte del secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios –AEU–, Oliveiro Castañeda. Un crimen inmerso en la memoria de los años más agitados de la movilización social en Guatemala. El relato no es solo una crónica del 20 de octubre de 1978 y del asesinato del líder estudiantil minutos después de que ofreciera un discurso en la Concha Acústica del Parque Centenario de la ciudad de Guatemala; es en sí mismo la historia de la generación a la que Ruano pertenece, aquella que no ahorró trabajo político para apoyar las causas sociales de otros sectores como el de los trabajadores o las comunidades indígenas, todos –y casi como eco de los regímenes latinoamericanos de mitad del siglo XX– aporreados por un gobierno militar, para el caso, el de Romeo Lucas García.

Oliveiro Castañeda fue el último en ofrecer un discurso al finalizar la marcha celebrada con ocasión de la conmemoración de la revolución de octubre de 1944 –la revolución que dejó en el poder a la izquierda, en Guatemala, durante 10 años–. Según lo relata Ruano, en su crónica, las últimas palabras que pronunció el líder estudiantil fueron: “!Podrán masacrar a los dirigentes, pero mientras haya pueblo habrá revolución¡”. Una suerte de presagio se escondía allí, pues bastó con que bajara del escenario y caminara por la avenida sexta, una de las principales de esta ciudad centroamericana, para encontrarse con la muerte.

Dos días antes de la marcha, cuyo destino sería fatal, y después de la tensa calma que quedó tras los enfrentamientos ocurridos entre el 3 y el 8 de octubre, protagonizados por la oposición representada en grupos de trabajadores, indígenas y estudiantes contra las fuerzas estatales, el Ejército Secreto Anticomunista –ESA– hizo público un comunicado en el cual condenaba a muerte a 38 personas. En la lista aparecía Oliveiro Castañeda, así mismo, y tal como lo relata Ruano, “seguramente para disimular el origen del ESA”, aparecían entre los amenazados los ministros de Gobernación y de la Defensa y el director de la Policía Nacional.

No estar en la lista no era garantía de salvación. Ser un líder estudiantil era razón suficiente para sentirse en permanente peligro. En la planilla de dirigentes de la AEU que había sido elegida por votación popular, encabezada por Oliveiro, también estaba Edgar Ruano. Junto a ellos 14 jóvenes más se enlistaron, todos militantes de la organización que se ocupó de un trabajo político en los recintos universitarios y en las comunidades vulneradas que, por supuesto, al régimen le estorbaba. De los 16, y de acuerdo con Ruano, solo uno permaneció en Guatemala, 8 fueron asesinados o desaparecidos y el resto se exiliaron, entre ellos él, Edgar Ruano.

“A ese muchacho que anda con tu hija lo van a matar esta tarde”, le dijo el mismísimo vicepresidente de Guatemala, el señor Francisco Villagrán a la mamá de Viviana el 2 de noviembre de 1978. Viviana vivía con Ruano y alcanzó a contarle la advertencia que llegó a los oídos de su madre; por eso Ruano se fue, en el mismo momento en el que el Chavo del 8 aterrizaba en Guatemala atrayendo a la multitud justa para que Ruano pudiera camuflarse y huir. Viviana y él compartían ideales político y un amor nacido en el calor de la lucha. Pero una vez Ruano se exilió en México y ante la imposibilidad de regresar, incluso por orden de la Juventud Comunista a la que debía informes, Viviana le dijo “lo siento mucho, pero no puedo vivir un exilio que no es mío”.

Lejos de su familia y amigos, no tardó mucho en entender que en adelante era en México que su vida tenía lugar. Se inscribió a la Universidad Autónoma de Guerrero y allí cursó Sociología. Luego, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales hizo su maestría en Ciencias Sociales. Al volver, en 1998, continuó ligado al Partido Comunista, pero esto y el anhelo por la revolución que hicieron sus padres, se desvanecía lentamente: “Entonces con otros amigos hemos platicado sobre esos tiempos, nos juntamos en Costa Rica, en México, en todos lados y decimos: ‘bueno, ¿qué es lo que nos queda a nosotros? Dejar un legado, escribir. Pero ya una militancia activa, no’”, relata Ruano.

Ahora es profesor de la Universidad Rafael Landívar, y con su crónica El asesinato de Oliverio Castañeda De León, secretario general de la AEU ha vuelto al viejo oficio de periodista, el mismo que practicó en su juventud en la revista Inforpress, donde se encargaba de analizar la actualidad centroamericana y en el periódico Siete Días, donde trabajaba justo antes de exiliarse. Su aporte es una puntada en el tejido de la memoria, una puntada certera, provista de su propia experiencia. Espera que aunque Oliveiro no parece estar en el olvido, los detalles que narra, sean conocidos para evitar aquellos vacíos que la memoria selectiva produce y que tanto daño hacen en un país, que al igual que Colombia, y casi a 20 años de haber firmado su propia paz, aun tiene asuntos pendientes.