Si los colombianos no se conmueven con la implementación de los acuerdos de La Habana, no habrá ninguna garantía de que lo pactado entre el Gobierno y las Farc se haga realidad. Así lo explica el profesor alemán Günther Maihold, analista de conflictos y fenómenos sociopolíticos de Latinoamérica.

Por Sara Gómez de los Ríos

Periodista y estudiante de la Maestría en Historia del Arte de la Universidad Goethe

Maihold es subdirector del Instituto Alemán de Política Internacional y Seguridad (SWP, Stiftung Wisssenschaft und Politik), un organismo de investigación independiente que asesora en ambos temas al Gobierno alemán e incluso a organizaciones como las Naciones Unidas y la Unión Europea.

En diálogo con Hacemos Memoria, durante el simposio Colombia: Memoria Histórica, Posconflicto y Transmigración, celebrado en mayo en la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno, Alemania, Maihold advirtió cuáles son los desafíos que implica el terminar con más de cincuenta años de conflicto armado, y comparó la situación con casos como el de Guatemala.

simposio_AlemaniaSimposio Memoria Histórica, Posconflicto y Transmigración, realizado en mayo de 2017 en la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno, Alemania.

Su mirada sobre el proceso de paz en Colombia, en fase de implementación, tiene en cuenta la historia social y política del país, poniendo especial atención en las relaciones internacionales que pueden contribuir a que el Acuerdo de La Habana tenga garantía de cumplimiento y permita la transformación institucional de Colombia en los años siguientes.

¿Cómo observa usted el modelo de negociación de la paz en Colombia?
Günther Maihold: En el papel, la búsqueda de la paz en Colombia ya se puede considerar un modelo, pero creo que ahora entra en una dinámica diferente. Ya no es un cuarto cerrado donde dos partes negocian la cosa y hay algunos garantes y mensajeros que facilitan, sino que estamos en una situación de participación de la sociedad. Todo tiene que hacerse a la luz pública, tiene que haber un proceso que mueva a la sociedad colombiana y no solamente a las veinte personas en la mesa y creo que este tránsito todavía no funciona muy bien. La gran prueba es si el modelo teórico colombiano puede ser un modelo práctico.

Desde su experiencia en otros países y mirando hacia Colombia en este proceso, ¿cuál cree que es el desafío más grande de la implementación?
En el caso de Guatemala, por la composición de la sociedad había un punto fuerte en derechos indígenas, pero nunca se logró aprobar en un referendo la carta de derechos indígenas. Es decir, se cayó del proceso de paz un componente esencial para la conciliación de una élite tradicionalmente muy cerrada, excluyente, hasta racista con la mayoría de la población. Entonces quedó al final un proceso medio trunco. Y creo que un reto semejante tiene Colombia en tanto que este proceso tiene componentes esenciales bien desarrollados teóricamente como la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz), el proceso de desarrollo territorial, la reforma agraria. Pero ya vemos que ahí no hay condiciones para llevarlo a cabo sin un apoyo más sustancioso de la sociedad.

Por sí solo, con una ley, no va a haber reparación en cuanto a tierras, por ejemplo. Si no hay justicia estaríamos entrando en un proceso adicional de marginalización de partes sustanciales de la sociedad que ya han sufrido a través de los años de conflicto. Otro tema es que el proceso no tiene el apoyo popular para obligar a las élites a cumplir con lo que está escrito en el papel.

¿De qué manera la implementación de los acuerdos puede ser una oportunidad para cambiar las élites que han gobernado en Colombia?
Si finalmente esta alianza de fuerzas reformistas se conforma, podría darse un cambio importante porque serían de pronto nuevas élites que entren en la jugada política. Eso siempre es un proceso que no va de una elección a la otra; pero si la sociedad colombiana se ve obligada a aceptar más voces de la izquierda, voces que no se han establecido en la convocatoria tradicional de opiniones, se abrirían otras arenas de debate público y no quedaría el escenario restringido a la vocería de siempre en el país.

Esto ha ocurrido ya en países vecinos a Colombia, por ejemplo en Brasil. ¿Por qué cree que no se ha dado un cambio de élites en nuestro caso?

Hay voces en Colombia, pero la estructura de élites colombianas es muy tradicional todavía y han logrado siempre ponerse de acuerdo cuando se trata de defender sus posiciones. Además, este proceso de cambio de élites sabemos que es muy duro para una sociedad y no se realiza normalmente sin mayores conflictos. Y yo siento que mucha gente en Colombia dice basta de conflictos, no quiero otro conflicto. Pero este conflicto no tiene que ser violento como lo hemos visto en el pasado, sino que puede ser una apertura a que otras voces participen para que haya nuevas propuestas en el debate y se obligue a las fuerzas tradicionales a ir cambiando un poco los esquemas.

¿Qué ha pasado con la internacionalización de la paz en Colombia?
El tema de la internacionalización primero del conflicto y ahora de la paz ha tenido un sube y baja considerable en Colombia. En el proceso de El Caguán era una internacionalización total; es decir, Pastrana invitó a cantidad de actores internacionales, lo que al final resultó en muchas peleas internas entre los donantes, garantes, etc. En la fase de Uribe, en un cierto momento, él rechazó totalmente la participación internacional, especialmente las ONG europeas, y al final internacionalizó la situación, si se quiere decir, a través del Plan Colombia, en una relación bilateral con Estados Unidos, dejando a los europeos de lado porque siempre estaban en contra de la fumigación y estas cosas. Y lo que hemos visto en el proceso actual es una internacionalización muy bien manejada por parte del Gobierno Santos, selectiva: con papel de garantes y facilitadores como Cuba, Venezuela, Chile que han estado a bajo nivel, sin buscar protagonismos, dejándoles ese aspecto a los negociadores y actores nacionales. Firmados los acuerdos en sus dos etapas, creo que se llega a un hueco en la participación internacional porque se llama a la ONU, llega el apoyo de Estados Unidos, especialmente de Obama, para tratar de fortalecer la legitimidad de los acuerdos, llevando al campo contrario a Uribe y su gente, quienes reclaman siempre que se está dictando desde la orilla internacional lo que pasa en el país, y ahí juega un papel central que especialmente en la JEP haya una referencia normativa a la Corte Penal Internacional que es visto como un actor, aunque no actúe realmente, pero que impone ciertas reglas a un proceso nacional de perdón, esclarecimiento etc.

Y creo que estos vaivenes que ha tenido la internacionalización han generado una cierta resistencia a un papel demasiado visible de los actores internacionales frente a lo que se considera una arena de negociación meramente nacional. Pienso que ahí la comunidad internacional tiene que ser muy cautelosa, no buscar demasiado protagonismo y no decir “Nosotros queremos esta paz independiente de lo que digan los colombianos”. Creo que hay que respetar. Como leí en un artículo después del referendo: “El partido de la paz se juega en casa”. Al final de cuentas tiene que ser un acuerdo colombiano con apoyo, facilitación, lo que se quiera de la comunidad internacional, pero sin presión, sin demasiado protagonismo internacional.

¿Cómo cree que la comunidad internacional puede apoyar a Colombia en este momento?
Creo que hace falta mucho más apoyo financiero, porque el país necesita de cantidades importantes para poder salir del siglo XIX. Con el retraso en el desarrollo de la infraestructura vial, comunicacional, social, educativa, de hacer Estado en la mitad del territorio nacional donde nunca lo hubo, esto es un esfuerzo fuerte y tiene que ser sostenido. No veo que las arcas fiscales sean suficientes y Colombia podría caer en un bache de apoyo financiero por las otras crisis internacionales que acaparan la atención pública y lógicamente la atención de posibles donantes. Esas tareas de fungir como garantes, sea de unas zonas veredales por parte de la ONU, el desarmado, el desminado, etc., todas esas son cosas muy costosas e importantes, pero hay que buscar un equilibrio y una coordinación muy estrecha no solo con el Gobierno central sino con las autoridades locales que son las que llevan la mayor carga en esto.

En diferentes escenarios se ha hablado de una cooperación colombo-alemana en temas de paz y medio ambiente. ¿Cuáles son las iniciativas puntuales que llevará a cabo el nuevo Instituto CAPAZ (Instituto Colombo-Alemán para la Paz)?
El CAPAZ, que para mi gusto es un poco raro que no haya empezado mientras la paz está corriendo, es único. Alemania no tiene algo parecido en el mundo. Ante la tradición que hay, por ejemplo en Fráncfort con la Hessische Stiftung Friedens und Konfliktforschung (HSFK) —un órgano específico de análisis de paz y conflictos que va desde la pedagogía de la paz hasta el desarrollo de análisis macro-políticos internacionales—, se tomarían ejes analíticos desde una perspectiva específica para poder ponerlos en debate con la realidad colombiana, lo que creo que es muy importante. La idea central es apoyar a investigadores colombianos que están en universidades, en las zonas de conflicto, tanto en investigación como en extensión, para aportarles en su función social, pero también en su capacidad de investigación a través de contactos e intercambios con investigadores alemanes. Creo que ahí puede ser un aporte a corto, mediano y largo plazo en cuanto a establecer esa perspectiva de trabajo.